miércoles, 29 de agosto de 2012

La prometida del desierto cap10


Nick había llevado a otra mujer al palacio y la pobre criatura estaba muy alterada.
La evidente crueldad de su comportamiento devastó a Miley .

Era en todos los aspectos, el salvaje y déspota príncipe árabe que creía que sus deseos eran innatamente superiores a los deseos y necesidades de cualquier mujer.

Con una punzada de dolor que se negaba a reconocer, Miley bajó las escaleras de mármol.
Nick  se dio la vuelta, sus duras y atractivas facciones sonrojadas y todavía con expresión de ardor y furor.
Y entonces, al posar los ojos dorados en Miley la tensión se evaporó de él.
Una sonrisa radiante transformo su dura y morena cara.

Aquella sonrisa la sacudió y se detuvo cuando el corazón le dio un vuelco gigantesco.
Por un segundo se sintió transportada al día de su encuentro.
Había sido al salir de la biblioteca.




Él estaba apoyado en el capó de su Ferrari, rodeado de un enjambre de estudiantes femeninas,todas rubias y conocidas por no ser nada inhibidas con los hombres.

Entonces él había levantado la vista, la había dirigido a Miley y la había paralizado con aquella mirada tan intensa hasta esbozar de repente aquella gloriosa sonrisa.

Pero esta vez no, se juró a sí misma, despreciando las emociones que le borraban toda idea racional.

—Siempre había oído que los hombres árabes protegen y cuidan a las mujeres de su familia —le atacó—. Pero eso no coincide con la realidad, ¿verdad? La princesa Selena no parece merecer ni una onza de tu respeto.

La sonrisa de Nick se desvaneció como si ella lehubiera golpeado.

—¿Lo has visto?

—Lo he visto.

—Me disgusta que hayas sido testigo de una escena tan desagradable, pero no voy a hacerte el honor de discutirla contigo.

Miley se dio la vuelta.
No podía soportar mirarlo.
Al menos le quedaba un poco de decencia.
Que se avergonzarade que ella hubiera visto aquella escena... era sorprendente.

Era casi como si pretendiera que ella aparentara no enterarse de que aquellas mujeres existían en su vida.
Concubinas y una mujer
Y, sin embargo, nunca había podido odiarlo de verdad por su estilo de vida.
Igual que ella era producto de su mundo, Nick  era producto del suyo.

Y Datar no era el único sitio del mundo en que se permitían las concubinas.
Era un tema que se ignoraba para no ofender a los poderosos de tales países.

Y Miley se había preguntado amenudo si los hombres occidentales no se permitirían la libertad de aquella variedad sexual si les diera el consentimiento su sociedad.

—¿Has dormido bien?

 Una carcajada seca se escapó de su garganta.

—Tú debes saberlo bien ya que me drogaste.

—Tenías fuertes dolores. No podía soportar verte sufrir. Era sólo una poción sonnifera para permitirte descansar.

A Miley le sacudió una oleada de tristeza.
Se sentó en el borde de piedra de la fuente y deslizó los dedos por el agua.

—¿Y cómo contestas al cargo de secuestro?

—No me dejaste otra opción.

Miley inspiró con fuerza y lo miró apartando la ideade que el traje impecablemente cortado de color gris acentuaba sus anchos hombros, estrechas caderas, largas piernas que le eran tan familiares.
En el exterior, todo era sofisticación occidental, pero en el interior no le había rozado siquiera.

—Ya sabes que no te dejaría hacer una escapada como esa.

—¿Escapada?

 —Una evasión.

Miley se imaginó que las mujeres de su vida se poníana sus pies cada vez que les sonreía, pero,
 ¿qué era lo que había atraído a Razul hacia una mujer de otra cultura como ella?
 ¿Su espíritu, su independencia?

En Datar hasta los hombres admiraban a Nick Jonas Harun.
Un día sería su rey.

—No pretenderás en serio mantenerme prisionera aquí.

—No tiene por qué ser una prisión. Dame tu palabra de que no intentarás escapar y podrás moverte con libertad.

—Eso es algo contra dictorio.

Aquellos ojos dorados la tenían inmovilizado y con la garganta seca.
¿Por qué no le estaba gritando?
El dolor había superado a la rabia.

Y lo que era peor, había aquella parte traidora suya que ansiosamente agradecía cada momento que pasaba a su lado.
Y saberlo le llenó deprofunda vergüenza.

—Te quiero —le había dicho en francés e inglés dos años atrás —. Eres mía —había susurrado como un gato.

Tentación pecaminosa, dulce y destructivo.

—Tú eres un hombre educado —murmuró Miley con bastante firmeza.

—Sólo por fuera. No intentes halagarme —dijo con repentina aspereza—. Ya conozco tu opinión cerca de mí. Mi padre permitió a cientos de dataris acudir a las universidades británicas y americanas durante las pasadas dos décadas. Y sólo lo hizo porque tenía claro que debíamos ser completamente independientes de los trabajadores extranjeros. Pero a mi no me permitió el mismo privilegio. Soy bien consciente de que leer muchos libros y haber hecho algún curso en alguna universidad no me convierte en un hombre educado... sobre todo ante los ojos de una mujer que tiene un montón de títulos académicos.


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