Con la toalla caliente sobre su rostro, Rice McNabb pensaba que cada persona habla nacido con un propósito en la vida.
Y el suyo era disfrutar de todo tipo de lujos.
Con los ojos cerrados, se abstrajo del bullicio callejero que llegaba hasta la barbería de Castle Rock a aquellas horas de la mañana.
—No puedo creerlo, después de tantos años y… todavía continúa la búsqueda.
Recibió el comentario como una molestia inevitable al tiempo que el barbero comenzó a enjabonarlo.
Detestaba a ese tipo de hombres que buscan hacer partícipes a los demás de las noticias, en lugar de limitarse a leer el periódico en silencio.
Pero una barbería era el lugar idóneo para entablar conversación.
—¿Algún fugitivo? Por lo visto las cosas en Dodge City cada vez están poniéndose más feas —comentó el barbero.
—Una niña, pero ya hace años de eso.
—No será tan niña entonces.
—No lo creo —respondió con sorna el del periódico—. Si sigue con vida, claro está.
El tema despertó la curiosidad de McNabb, pero la navaja afilada sobre su cuello aconsejaba permanecer muy quieto y con la boca cerrada.
—¿Quién la busca? —continuó el barbero deslizando la navaja con maestría.
—Su familia, por lo visto. Pero a saber de dónde son. Quizá ni siquiera de Denver.
—¿No lo dice?
—No, quien disponga de información debe contactar con la redacción del Republican, pero no dice más.
—Ahora creo recordar —comentó el barbero pensativo—. ¿No será la misma que buscaba aquel loco del bastón?
—Claro que es la misma. Recuerdo a aquel pobre hombre, casi ni se le entendía al hablar.
—Nadie lo tomaba en serio. Por lo visto era el padre, pero la historia resultaba imposible, una auténtica locura. Una niña jamás habría sobrevivido. ¿También comenta lo de la quemadura? Él insistía mucho en ese detalle.
El comentario hizo que McNabb se removiese en el sillón.
—Ya termino —lo tranquilizó el barbero al verlo inquieto.
—¿Una quemadura? —preguntó.
—Esa joven, porque de estar viva ya debe de ser toda una muchacha, tiene una mano quemada —comentó el hombre pasando página—. En fin, afortunado el que la encuentre.
—No entiendo por qué —comentó McNabb.
—No creo que una familia busque a esa chica durante años solo para conocerla. Y mantener una búsqueda así cuesta dinero. Debe de tratarse de gente acomodada.
—Puede que sí —comentó el barbero—, de lo contrario ya habrían abandonado hace años.
—Pero es imposible que la encuentren —agregó el del periódico, mirando al barbero a través del espejo—. Según aquel pobre chiflado, desapareció en Wyoming en 1866. En el caso improbable de haber sobrevivido, podría estar en cualquier parte y éste es un país muy grande.
El barbero corroboró asintiendo con la cabeza y el hombre pasó página para comentar una noticia referente a un grupo de cuatreros que merodeaban por Colorado Springs.
McNabb quería saber más, eran demasiadas las coincidencias.
—Y dice usted que se busca a esa niña desde hace tiempo.
—Mucho —respondió el hombre mirándolo por encima de los lentes—. Hará unos seis años que ese pobre sujeto estuvo por aquí preguntando por ella. Recorría pueblo por pueblo indagando sobre su paradero. Y este anuncio sigue apareciendo por lo menos una vez al año.
—No me había fijado, creí que ya habría desistido —añadió el barbero—. Watts, me parece que así decía llamarse aquel infeliz.
—Si me permite… —rogó McNabb alargando el brazo hacia el diario.
—No recuerdo bien todos los detalles —comentó el hombre—, pero no he olvidado su relato sobre aquel ataque indio. ¿Que niña de cinco años habría podido salir con vida de aquello?
El tipo le paso el periódico.
McNabb estiró el cuello mientras le aplicaban la loción y leyó con interés.
Se buscaba a una joven que tendría veintitrés años, con la mano izquierda quemada.
Quien tuviese cualquier información sobre ella, podía ponerse en contacto con la redacción. «Watts», se repitió mentalmente.
—Insistía en que nunca apareció el cuerpo —continuó el hombre—. Lo más seguro es que acabaran con él las alimañas. En fin, ¿quién sabe?
McNabb devolvió el ejemplar del Republican y pagó los diez centavos con aire distraído, dejando una propina que el barbero agradeció.
—Caballeros —se despidió colocándose el sombrero hongo.
Ya en la calle, reparó sobre la azarosa situación: en una semana, se había convertido en propietario de una casa de considerable valor y había conseguido deshacerse de aquella advenediza.
Pero ahora se arrepentía de haberla despachado tan a la ligera.
De no mostrarse tan poco dispuesta, todo habría marchado sobre ruedas.
O puede que no.
Tal vez no fuese la misma persona de la que hablaba el periódico.
Aunque la quemadura que lucía en la mano aquella arisca no podía ser simple casualidad.
No fue mala idea acudir a Castle Rock en busca de timbas.
¿Qué mejor sitio para el juego que aquel territorio de minas?
Además, le convenía permanecer durante un tiempo lejos de Kiowa Crossing, a salvo de sus acreedores. Pero, de momento, el poker no era lo más importante.
Tendría que desplazarse hasta Denver e indagar.
De haber alguna familia Watts adinerada, tal vez fuesen parientes del excéntrico del bastón.
O tal vez contestara al anuncio. Así tantearía primero el grado de interés de aquella gente.
Respiró con profunda satisfacción: de una manera o de otra, ya se las ingeniaría para que aquella casualidad le resultase rentable.
va para ti sari que me pediste mas
te quiero mi perve♥
Esta muy intrigaaanteeee
ResponderEliminarsigoo con el otro capiiI!