Miley se despidió con un murmullo, avergonzada por haber escogido un tejido tan caro. A la salida tropezó con Nick y, con la excusa de acomodarse en el coche, se marchó de allí con un profundo alivio.
Nick tomó una caja de munición y la dejó sobre el mostrador.
—Así que te has casado — comentó Harriet abriendo el libro de cuentas — ¿Dónde la has conocido?
—En Kiowa.
—¿Amiga de la familia, tal vez?
—Se puede decir que la conocí gracias a una dama de tréboles.
—¿Una dama de tréboles? — Harriet no se molestó en disimular la risa —. No podía ser otra, desde luego: insulsa como un trébol. No sé qué has visto en ella.
—Un trébol puede tener mucho valor — replicó con dureza.
—Un trébol no vale nada, no merece la pena ni detenerse a aplastarlo con el zapato.
Nick se maldijo por no haber mantenido la boca cerrada. Harriet era una experta en hacer daño donde más dolía. Firmó junto a la anotación y salió sin despedirse.
De camino al coche no dejaba de darle vueltas.
Harriet había escupido su veneno sobre su nueva esposa y sobre él a partes iguales, porque conocía de sobra la marca del rancho Jonas. Y sí, tenía valor mucho valor.
Cuando se acomodó junto a Miley, la miró de reojo.
Apenas la conocía, pero le inspiraba confianza.
Había hablado con ella de asuntos íntimos que jamás comentó con Harriet, pese a conocerla de toda la vida.
Acarició con un leve roce la mano de su nueva esposa y con amargura lamentó no haber sido capaz de descubrir años atrás el verdadero rostro de Harriet Keller.
Miley todavía estaba aturdida, aunque sólo la había rozado.
No daba muestras de ser un hombre afectuoso.
Quizá era su manera de trasmitirle coraje.
Como a dos millas y media de Indian Creek, en la siguiente bifurcación, avistaron un letrero con las iniciales «R. S.».
—Por ahí se va al rancho Sutton. Linda con el mío. Esta tarde volveremos, quiero que conozcas a mi familia.
—Podríamos pasar ahora, ya que estamos aquí.
—A estas horas los chicos están en la escuela y prefiero que los conozcas a todos.
—¿Es la hermana de la que me hablaste?
—Si. Se llama Emma y tiene diez años más que yo. Está casada con Matt, mi cuñado. Tienen cinco hijos.
—¿Cinco? Su casa debe de ser muy alegre con tantos niños.
—Lo es, pero no son tan niños. Su hijo mayor es casi de tu edad, tiene diecinueve años.
—Es un muchacho, yo tengo veintitrés.
Nick se encogió de hombros. Por lo visto a ella le parecía mucha diferencia.
—¿También crían reses?
—Como todos los rancheros, pero no muchas. Se dedican a la cría y venta de caballos de rancho.
—¿Qué diferencia hay? Creí que todos los caballos eran iguales.
—Pues no lo son. No es lo mismo una yegua de paseo que un caballo de tiro como éste. —Señaló al que tenían ante ellos —. Las monturas de rancho, como el caballo que ves ahí detrás, reciben un entrenamiento especial para conducir ganado. No todos sirven.
Miley se obligó a callar. A punto estuvo de decir que los caballos que ella mejor conocía eran al principio broncos (se le dice a un caballo que no ha sido domado) salvajes, hasta que se les domaba para conducir a un jinete al lomo, cuanto más rápido mejor.
Pero si él se enteraba de su experiencia, no tardaría en hacer preguntas.
Tras una breve pugna silenciosa, la curiosidad pudo con la discreción de Miley
—¿Hace mucho que conoces a Harriet?
—Bastante, pero no es asunto tuyo.
Miley recordó su advertencia acerca de las preguntas personales. La sospecha de que Harriet se trataba de un asunto personal le causó una incómoda desazón.
wow estuvooo
ResponderEliminargenial
porfaaaa
siguelaaa