martes, 28 de agosto de 2012

Dama de treboles cap 22




El 4 de julio, a primera hora de la tarde, el ambiente festivo impregnaba cada rincón de Indian Creek.
La arboleda era un bullicio, los niños corrían de un lado a otro y tanto mujeres como hombres, agrupados en corros, comentaban novedades y rumores.
Las mujeres aprovechaban para alabarse unas a otras y de paso observar detalles que poder copiar en los vestidos de las demás.

No era pueblo de desfiles y cabalgatas, eso quedaba para las ciudades.
Desde hacía años, la celebración consistía en un baile que comenzaba al atardecer y que se alargaba hasta bien entrada la madrugada.
Hacía más de un mes que no llovía apenas, por lo que se optó por trasladar el festejo a la explanada grande.

Miley se hizo visera con la mano y buscó entre el gentío.
Las dos semanas que llevaba en Indian Creek no habían sido las mejores de su vida, pero tampoco las peores.
Estaba decidida a vivir cada día sin pensar en el siguiente.
Como de costumbre, su esposo la ignoró dejándola sola en cuanto llegaron al pueblo.
Ella hubiese preferido quedarse en casa, pero Nick la obligó a acompañarlo.
No quería aparecer solo en la fiesta, aunque se olvidó de ella en cuanto llegaron al pueblo.

Conforme a sus advertencias, Miley se esmeró en cuidar su aspecto.
Desterró el gorro anticuado y las trenzas apretadas.
Pero su viejo vestido marrón oscuro: demasiado ancho y sin apenas vuelo, distaba de los vistosos modelos del resto de mujeres.

Al frente del cuarteto de músicos descubrió a Aaron, lo saludó agitando la mano y él le correspondió con unos acordes de fiddle que arrancaron aplausos de los más jóvenes, ansiosos por empezar a bailar.

Se acercó a Emma, que charlaba con Grace con el niño en brazos.
Al comienzo de la primera pieza, aprovechó para quitarse de en medio y buscó asiento en uno de los bancos colocados bajo los álamos.
Cerca de ella, un nutrido grupo de señoras de edad, de las que rara vez bailaban, se consagraban a su pasatiempo preferido: observar y criticar.

—¿No baila?

Miley miró hacia su izquierda.
Una sonriente pelirroja la miraba con ojos vivarachos.
Unas cuantas pecas sobre la nariz le daban un aspecto juvenil que contrastaba con su avanzado estado de gestación.

   —No sé bailar —confesó Miley con cierta vergüenza mirando hacia otro lado.

Con aire acelerado vieron acercarse a Joseph, acompañado de una jovencita rubia que cargaba en brazos al pequeño Tommy.
Joseph se sentó de forma tan atolondrada que hizo tambalear el banco.

   —Vaya, lo siento —rio esquivando un codazo de la pelirroja—. ¿Ya os conocéis?

   —La verdad es que no —contestó Miley .

   —Te presento a Doreen McRae, es la esposa de Gideon. Y ésta Minerva Owen. Minnie, Doreen, ésta es mi tía Miley Jonas.

   —Me alegro de conocerte, todos me llaman Minnie —sonrió tendiéndole la mano.

   —Yo también, Minnie.

   —Es un placer conocerla, señora Jonas —dijo Doreen con cortesía.

   —Para mí también y, por favor, llámame Miley .

   —Ya empieza la música —comentó Joseph mirando hacia la planada—. ¿Miley , puedes quedarte con Tommy?

   Ella tomó al pequeño de los brazos de Minnie, que no tardó en correr junto a Joseph hacia el espacio habilitado para el baile.

   —Tenía intención de pasar por tu casa —se excusó dirigiéndose a Doreen—, pero he estado muy ocupada poniéndome al tanto de todo.

   —No te disculpes —aseguró con una sonrisa—, soy yo quien debería haber pasado a presentarme; Gideon insistió en ello, pero ya no puedo montar. Ya me ves, apenas puedo moverme.

Doreen era una chica encantadora de la misma edad que Miley y ambas congeniaron de inmediato.
Era hija de un profesor que, al enviudar envió a su hija a una prestigiosa Escuela de Señoritas de Baltimore.
Al morir su padre, sola y sin familia, decidió embarcarse en la aventura más apasionante de su joven existencia.
Y, desdeñando las proposiciones de varios admiradores, se aventuró a responder al anuncio de un vaquero del lejano Estado de Colorado que solicitaba esposa.
Cuando Gideon apareció en Indian Creek casado, poca gente creyó que aquella chica culta y elegante se adaptaría a la dura vida del Oeste.
De eso hacía ya dos años.

—Te aseguro que fue la mejor decisión de mi vida —aseguró mirando embelesada a su esposo, que se acercaba hacia ellas.

   Gideon era un hombre alto con complexión de vaquero: cuerpo fibrado y musculoso a fuerza de pasar horas a caballo y a derribar terneros con las manos. Sorprendía en su cara de tipo duro aquella sonrisa de niño.

   —Señora Jonas, veo que ya conoce a mi esposa —dijo quitándose el sombrero—. Vamos, cariño, el doctor insiste en que debes pasear.

   Gideon ayudó a levantarse a Doreen, que obedeció entre protestas, y Miley los contempló alejarse cogidos del brazo.
   Minnie Owen se acercó a ella con un par de vasos de limonada.

   —Pensé que te apetecería —dijo tendiéndole uno de ellos.

   Miley notó que Minnie le mostraba especial simpatía. Y se alegró de ello, ya que durante todo el baile había podido notar la mirada despectiva de Harriet Keller.

   —No le hagas ningún caso —dijo Minnie mirando hacia Harriet, que en ese momento no apartaba los ojos de ellas.

   Miley se centró en jugar con el pequeño evitando entrar en el tema.

   —A mí también me detesta —continuó la chica, sosteniéndole la mirada a distancia—, pero no se atreverá conmigo.

   —Soy nueva aquí —adujo Miley —. No es fácil hacer amigos de buenas a primeras.

  —Pues ya tienes una amiga. No eres la única —concluyó en tono confidencial—. Joseph me lo contó todo, yo también soy adoptada.

   Miley sintió que acababa de nacer un vínculo que la unía a aquella jovencita decidida, por encima de la diferencia de edad.

 

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