sábado, 11 de agosto de 2012

Dama de treboles cap 12




Miley se quedó parada a las puertas de la casa sin saber muy bien qué hacer.
No podía evitar sentirse decepcionada al verse tratada como una empleada, pero era hora de emprender su trabajo con optimismo.

Entró en la cocina y dio un vistazo general.
Aquello pedía una limpieza a gritos.
Lo primero que haría sería fregar a conciencia los cristales y confeccionar unas abrazaderas para las cortinas.
   
Quería luz a su alrededor, mucha luz.
 Paso después por el dormitorio, también allí hacía falta una buena limpieza y mucho orden.  
Deshizo el equipaje y, al guardar sus vestidos, comprobó que tampoco él contaba con demasiada ropa.
Lamentó su situación económica y se propuso hacer todo lo posible para cambiarla.
Su esposo no se arrepentiría de haberla escogido.
Decidió comprarse unas botas cuanto antes: sus botines y zapatos no resultaban el calzado más adecuado para aquel lugar.

   Se sintió un poco tonta al guardar su libro en el fondo del armario, pero le daba vergüenza que él descubriera el aprecio que tenía a un pasatiempo tan infantil.
   Dispuesta a emprender sus nuevas obligaciones, revisó la alacena y encontró un delantal.
Y, puesto que se acababa de convertir en una ranchera, tomó la decisión más descarada de su vida: en el rancho, el corsé quedaba desterrado.
Lo reservaría para las visitas al pueblo.

   El resto de la tarde paso volando.
Entretenida en averiguar donde se guardaba cada cosa, limpiar la cocina y hacer la cama con sábanas limpias, Miley se encontró con que había llegado la hora de cenar.

   De camino al rancho Sutton, se la veía contenta y con ganas de conocer a la familia de su nuevo esposo.
Nick decidió aprovechar que se mostraba más habladora que de costumbre.

   —¿Y tú?, no me has contado nada. ¿Siempre has vivido en Kiowa?

   —La viuda cyrus me adoptó hace ocho años. Hasta entonces, viví con mis padres de un sitio a otro.

   —¿Eran misioneros? —quiso suponer Nick para explicarse la sobria vestimenta de su esposa.

   —Cuando ellos murieron, vivíamos en Montana — evitó responder.

   Pronto vislumbraron una gran casa de madera.
Parecía una sencilla construcción con tejado a dos aguas, pero había sido ampliada con un ala en la parte posterior, lo que le daba el aspecto de una gran «T».
Frente a ella habla varios cercados y zonas valladas, dentro de las que pastaban caballos y potros. Y, un poco más lejos, distinguió varias cuadras y graneros separados entre sí.

Nick frenó el Surrey junto a un establo del que salía un muchacho alto y desgarbado con un cubo de maíz en la mano.

   —Joseph, ¿dónde está tu madre?

   —En casa, creo — respondió, mirando a Miley con cara de sorpresa.

   —Ve a llamarla, he de daros una noticia

   Miley  bajó y se desanudó el gorro dejándolo caer a su espalda.

 El muchacho intuyó que la noticia tenía que ver con la chica.
Dejó el cubo en el suelo y fue hacia la casa.
Pronto lo vieron correr de vuelta y tras él, su madre secándose las manos en el delantal.
Nick tomó a su hermana por los hombros y la besó en la mejilla.

   Emma Sutton permaneció agarrada a la cintura de su hermano mientras observaba a Miley .  
Suponía que por fin había decidido sentar la cabeza y venía con su prometida.
Las solteras disponibles en Indian Creek eran demasiado viejas o demasiado jóvenes, e intuía que las correrías de su hermano por Kiowa tenían que ver con faldas.
Pero nunca hubiera imaginado que se decidirla por una chica como aquélla.

   —Bueno, ¿no nos vas a presentar? — preguntó acercándose a Miley —. Yo soy Emma Sutton, la hermana de Nick.

   —Emma, te presento a mi esposa: Miley  Jonas.

   —¿Te has casado? ¿Cuándo? —preguntó con los ojos muy abiertos—. No sabía que… ¿No pudiste esperar a casarte aquí? Nos habría gustado acompañaros.

   —Fue algo precipitado. Nos hemos casado esta mañana, en Kiowa Crossing. Miley vivía allí.

   —Un día muy especial —dijo Emma en voz baja.

   Los hermanos Jonas se entendieron con una mirada.
Pero Emma no añadió nada más.
Sabía que su hermano se negaba a celebrar desde hacía años el 21 de junio.
Se acercó a su nueva cuñada y le tomó las manos.

   —Miley , me alegro mucho de conocerte. No sabes las ganas que tenía de ver casado a mi hermano.

   —Yo también me alegro —aseguró Miley  devolviéndole la sonrisa.

   —Joseph, ye a avisar a tu padre y a Albert.

   Nick presenciaba las presentaciones cruzado de brazos, sin demasiado interés.
Su nueva esposa parecía gustar a su familia, y eso era lo único que importaba.
Pero en cuanto se acercaron su cuñado y su sobrino, se acercó a ellos y su saludo consistió en una sucesión de palmadas y amagos de golpe entre los tres.
Miley se sorprendió ante la actitud jovial de su marido, que agarraba al chico por el cuello en tanto éste intentaba zafarse a base de codazos.

   —Matt, ésta es mi esposa, Miley . Nos hemos casado hoy.

   Este miró de reojo a Nick con media sonrisa y se dirigió a Miley con gesto afable.

  —Es un placer conocerte. Perdona mi aspecto, pero estaba con un caballo —dijo estrechándole la mano—. Soy Matthew Sutton. Y, ahora, Nick: ¿nos vas a decir cómo has conseguido atrapar a esta bella dama? — preguntó girándose hacia él.

   —Miley , éste es mi sobrino Albert —dijo Nick evitando responder.

   —Es un placer —contestó sonriente.

   —Lo mismo digo, Albert —respondió admirada.

   Era casi tan alto como su padre y su tío.
Más que un muchacho parecía un hombre, y muy atractivo.

  Al conocer a Matt, Miley  entendió el aspecto de aquellos chicos.
Pese a superar los cuarenta años era rabiosamente apuesto y los hijos hablan heredado sus rasgos. Unas cejas espesas y la barba incipiente endurecían su rostro, pero su expresión era amable.
A su lado, a Nick aún se le veía más serio.
Si en él la sonrisa era una rareza, en Matt por el contrario afloraba a cada instante.

   —Os quedareis a cenar —convino Emma—. Vamos, Miley , tienes que conocer al resto de la familia.

...

 La cena, Miley se ofreció a tomar en brazos al más pequeño de la casa, Tommy, para que Emma pudiese terminar su plato.
Mientras entretenía al bebé, charló con las chicas: Patty, una bonita niña de diez años, y Hanna, de dieciséis.
Los cinco hermanos tenían el cabello rizado, negro como el ala de un cuervo, y en las dos chicas caía brillante a sus espaldas.
Con los ojos grises claros, se parecían tanto entre ellos que nadie se atrevería a poner en duda su parentesco.  
En cambio, Emma se parecía mucho a Nick.
Era tan alta como Miley y, pese a ser madre de cinco hijos, lucía una espléndida figura.

   —Vamos, Miley  —dijo Emma dejando los cubiertos sobre el plato—. ¿Qué tal si me ayudas a acostar al pequeño?

   Su madre lo cogió y lo acercó a Matt para que le diese un beso de buenas noches.
Tommy se despidió de todos moviendo la manita.
Emma tomó a Miley por la cintura y la llevó con ella hasta el cuarto de los niños.

   —Toma, ve quitándole la ropa mientras voy a por una toalla húmeda.

   Jugueteando con él, consiguió que colaborase en la tarea de desnudarlo.
Cuando Emma volvió, la sorprendió haciéndole cosquillas en la barriguita y en las plantas de los pies, lo que al bebé le hacía reír a carcajadas.

   —Te gustan los niños, ¿verdad? —le preguntó mientras aseaba a su hijo.

  —Claro que me gustan. ¿A quién no?

   —Luego crecen y entonces dan más problemas. Pero no los cambiaría por nada del mundo.    Imagínate: con los mayores ya criados y cuando nadie lo esperaba, mira qué regalo nos envió el Cielo.

   Emma hablaba aseando al bebé con la destreza de quien ha criado a cuatro hijos.

   —¡La tela azul! —no pudo evitar exclamar Miley cuando miró sobre la cómoda.

   Emma echo un vistazo a su izquierda y reparó en la pieza de tela que permanecía plegada sobre el costurero desde hacía días.

   —¿Te gusta? La compré con intención de coserle una falda a Hanna, pero no veo el momento.

   —Sin duda es la más bonita que hay en la tienda. Pero demasiado cara. Además, ¿para qué necesito un vestido nuevo en el rancho?

   —Pero, mujer… Se que vallar los pastos ha constituido un gasto enorme, pero no creo que suponga una ruina añadir a vuestra cuenta un dólar y treinta centavos —replicó.

   Emma pensó que la situación económica de la pareja quizá fue se más delicada de lo que suponía.

   —No puede ser. Creo que estás confundida. La señorita Keller me dijo que costaba tres dólares la yarda.

   —Pero ¡¿qué…?! Debe de tratarse de un error, no le demos más vueltas.

   Emma prefirió cambiar de tema.
Ya averiguaría el motivo de semejante muestra de hostilidad, aunque lo intuía.
 
Entre las dos le pusieron al pequeño el pañal y la camisita de dormir.
Una vez en la cuna, no tardó en cerrar los ojos.
 
Cuando Miley volvió a la mesa, la conversación giraba en torno a las bodas y al momento de abandonar la casa familiar.
Hanna aseguraba que ella permanecería siempre junto a sus padres, y Matt reía diciéndole que se lo recordaría el día que apareciese con un novio, comentario que la hizo enrojecer como una amapola.

Miley , sentada junto a Matt, mantenía la actitud queda de un lirón.
Él notó que a ojos de su esposo no parecía existir.

   —Por fin una rubia en la familia —preguntó para entablar conversación—. ¿Tus antepasados son británicos o alemanes?

   —No lo sé. No conocí a mis padres y fui adoptada cuando era muy pequeña.

   —No pretendía ser entrometido —añadió en tono de disculpa.

   —No tiene importancia —dijo Miley con sinceridad—. ¿Y tú? Tu acento no es de Colorado.

   —Soy tejano.

   —Es asombroso cómo se te parecen tus hijos. Estarás orgulloso, son todos guapísimos.


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