Harriet contemplaba la calle a través de la puerta abierta de la tienda con la ingenua esperanza de encontrar en el exterior algún entretenimiento.
La tarde estaba resultando más tediosa de lo habitual.
En las últimas dos horas no habla traspasado el umbral ni un alma.
Con desgana redondeaba sus uñas con una lima, cuando por fin entró el primer cliente.
El hombre la saludó con un leve roce del ala del sombrero y ella respondió con un ligero movimiento de cabeza.
—¿Qué se le ofrece? —preguntó con amabilidad.
—Clavos. De los más largos.
Harriet hizo un mohín dando la espalda a aquel sujeto.
Jamás se acostumbraría a los malos modales de aquellas tierras ni a la brusquedad con que se conducían sus convecinos.
La parquedad de palabras y la grosería imperante no hacían sino reafirmar su idea de que su sitio no estaba allí.
Y, como de costumbre, maldijo la hora en que su padre tuvo la feliz idea de establecerse en aquel rincón perdido en medio del Oeste.
Extrajo de una cajonera de madera con tiradores de latón uno de los largos cajones y lo colocó sobre el mostrador.
—Cincuenta —la apremió el recién llegado.
Harriet dedicó a su cliente una mirada tan breve como desdeñosa.
Por lo visto, la cortesía no debía de ser su fuerte.
Pero ella sabía muy bien cómo tratar a ese tipo de hombre.
Colocó ante ella un ejemplar viejo del Republican de Denver y se dispuso a contar los clavos uno a uno.
Cuando los tuvo todos, los envolvió en la hoja de periódico y cobró en metálico.
Con una sonrisa entregó el paquete y sostuvo la mirada torva que el hombre le dedicó por la lentitud con que lo había atendido.
«Paletos», pensó, «y además exigentes».
Alzó el pesado cajón, lo introdujo de nuevo en su sitio y se acodó en el mostrador, dispuesta a dejar pasar las horas hasta que el retorno de su madre la librase de aquel aburrimiento.
Fue entonces cuando reparó en el periódico que aún permanecía abierto ante ella.
Un anuncio recuadrado en negro llamó su atención.
Tuvo que leerlo varias veces para cerciorarse.
Con súbito interés cerró el ejemplar para comprobar la fecha.
Era un número de hacía meses.
Volvió al anuncio y meneó la cabeza con un bufido de incredulidad.
Desde luego, las casualidades existían.
Y por lo visto, el mundo, o por lo menos el que ella conocía, parecía ser del tamaño de un huevo de perdiz.
—Veintitrés años…, rubia… —leyó en voz alta—. Una cicatriz en su mano izquierda…
Releyó el breve texto varias veces para asegurarse.
Demasiadas coincidencias: la apocada señora Jonas se ajustaba como un guante a aquella descripción.
Al final iba a resultar que su mano deforme, en lugar de vergüenza, iba a convertirse en su salvo conducto para encontrar un futuro mejor.
«¿Para qué querrían localizarla?»,
según el anuncio hablan pasado años desde la desaparición.
La cabeza de Harriet comenzó a especular a toda velocidad.
Sin duda era gente adinerada.
De ser una cuadrilla de harapientos no se molestarían en buscar una boca más que alimentar, por grande que fuese su amor por la desaparecida.
Un regusto ácido comenzó a subirle desde el estómago hasta la boca.
La sola idea de ver a aquella mujer —que con tanto agrado ocupaba el puesto que ella rechazara por denigrante— convertida en una dama de ciudad, bastaba para reconcomerla por dentro.
Con una insensatez fuera de toda lógica, aquella Miley habla renunciado a su posición en Kiowa para partirse el espinazo como ranchera.
Que trabajase, si ése era su deseo.
Pero el destino o la casualidad parecían querer devolverla a un ambiente acomodado.
Harriet apretó los dientes ante semejante injusticia.
Era a ella a quien debían lloverle oportunidades para marcharse de aquel horrible lugar y, por ironías del azar, la ocasión se empeñaba en llamar a la puerta de la persona equivocada.
Y no se atrevió ni siquiera a pensar en que toda aquella historia pudiese aportar alguna fortuna al rancho Jonas, porque de ser así se esfumaría la única esperanza que en secreto mantenía respecto al futuro de aquellas tierras.
Dobló el periódico con rabia y lo escondió en el fondo del cajón más bajo del mostrador.
El anuncio se había publicado hacía meses y con suerte no quedarían más ejemplares rondando por Indian Creek.
Aquella idea la tranquilizó.
Por su parte, se guardaría muy mucho de dar a conocer la noticia.
Su boca permanecería sellada.
Tal vez así la flamante señora Jonas no se enteraría jamás del contenido de aquel aviso.
Quizá no fuese ella la mujer buscada, pero mejor no tentar a la suerte.
niñas aqui esta los 3 caps mas que prometi (:
disculpen si no los subi ayer
disculpen si no los subi ayer
pero la culpa la tiene mitchie♥
que me entretuvo converse y converse :D
pero aqui estan espero que les guste las quiero♥
esa harriet me esta cayendo muy mal
ResponderEliminarme encantoooooooooooo
AHH AHHH AHH HERMOSO EL CAPITULO HRMOSO ME ENCANTO ME ENCANTO ME ENCANTO ME ENCANTO ME ENCANTO AHH MAYI MI PERIQUITA DOS SIGUELA BABY
ResponderEliminarok ok... tambien voy a ir a matar a Harriet, ya tengo las balaaaaaaaaaas
ResponderEliminarojooo Mayi que te voy a ir a matar a los personajes hahaha
o hagamos un trato no los mato
pero subí yaaaaa, o pronto o preferiblemente ya :)
o te mato a vos!
es enserio ._.
Tengo instintos asesinos ._.
y no exagero...
okya! es joda! pero subí pronto
xooxoxo