jueves, 2 de agosto de 2012
Dama de treboles cap 8
—¡Qué viento más fastidioso! — protestó Elisabeth.
Como pudo, se apresuró a anudarse el sombrero a las puertas del hospital St. Joseph.
El primer día del verano, Denver había amanecido con un sol radiante, pero desde el mediodía las rachas de viento amenazaban con empañar el resto de la jornada.
Recorría el acomodado barrio de Capitol Hills pensando en su amiga Leda.
En unos días anunciaría su compromiso con Allan Rossental.
Cuando le dio la noticia en tono de confidencia, parecía entusiasmada con su futura boda.
Se mostró ilusionada y deseosa de instalarse en su nueva mansión, pero no vio en ella a una mujer feliz.
Leda acabó reconociendo que había escogido de entre sus pretendientes al señor Rossental por ser un buen partido, incluso la regañó en tono bromista por ser una romántica soñadora.
Leda tenía razón.
De una cosa estaba segura: ella jamás haría algo así.
No necesitaba la compañía de un marido ni su protección, y mucho menos su fortuna.
El día que tomase tan importante decisión lo haría por amor.
En cuanto giró la primera esquina de la calle Quince, aceleró el paso al reconocer a lo lejos a su padre.
El señor Watts había trabajado tiempo atrás como ingeniero en las minas de Colorado, pero con el paso de los años invirtió parte de sus ganancias en la explotación minera, motivado en parte por el deseo de poder compartir más tiempo con su esposa y su hija.
La tragedia de su hermano Edward le hacía valorar la vida en compañía de los seres queridos.
Cada día, a media tarde, regresaba desde sus oficinas en la calle Larimer deseando encontrarse con sus dos tesoros más preciados, y con una sonrisa descubrió que uno de ellos se aproximaba a paso veloz.
—¿De dónde vienes con esas prisas? — preguntó ya a la puerta de casa.
—¿Papá, qué día es hoy? Sabes que vengo del hospital — le recordó Elisabeth, besándole la mejilla —. Con el sol que hacía esta mañana y mira ahora qué nubes.
—Olvidé que era sábado. Debiste haber llevado la sombrilla por si acaso.
—No he salido de paseo, papá — se quejó colgándose de su brazo.
Clifford Watts abrió la cancela del jardín e hizo pasar a su hija.
Casi sin darles tiempo a subir los tres escalones, se abrió la puerta principal sin necesidad de llamar.
Pero, en esa ocasión, no les recibió La señora Mimm, que desde hacía veintiocho años se ocupaba tanto de las labores de la casa como de la cocina.
Era la propia señora Watts quien los esperaba sonriente con la puerta abierta de par en par.
Elisabeth besó a su madre en la mejilla y atravesó el corredor con aire distraído al tiempo que se quitaba el sombrero.
—Mamá, voy a ver si a la señora Mimm se le ocurre alguna idea para arreglar mi vestido verde hoja — comentó ya en la escalera.
—¿Le sucede algo? — preguntó Clifford preocupado.
Su esposa sonrió sin dejar de contemplarla.
—Quién sabe lo que pasa por la cabeza de una chica a esa edad — suspiró.
Clifford Watts se encogió de hombros, tomó a su esposa por la cintura y se encaminó al salón.
Rachel Watts lo contempló mientras le servía una copa de brandy.
Arrellanado en el sofá, se sumió por unos instantes en sus pensamientos con la mirada perdida en un punto indeterminado de la chimenea.
La mujer se sentó a su lado y le acarició la mano en silencio.
Entonces él reparó en su presencia y, con una sonrisa triste, tomó la copa que le ofrecía.
—Piensas en ellos, ¿no es así? — preguntó Rachel.
—Todos los días. Ha pasado tanto tiempo…, pero cuando os veo a ti y a Elisabeth, no puedo evitar pensar en la vida que les arrebataron. Y, sobre todo, en la niña.
—Clifford — dijo apretándole la mano —, no pienso permitir que pierdas la esperanza. Se lo debemos a Edward y Marion.
El señor Watts la besó en la mejilla agradecido.
El tesón de su esposa lo animaba a continuar con una búsqueda tan ingrata.
Elisabeth entró en el salón con su libro de lectura en la mano y acomodó en una butaca junto a la ventana. Su padre no dejaba de contemplarla mientras giraba la copa entre sus dedos.
—Arabella sería ahora más o menos como tú —comentó con tristeza.
Cerró el libro, se sentó a su lado y le tomó la mano entre las suyas. Le dolía oír a su padre cada vez que utilizaba ese tono melancólico.
—Papá, no hables así. Seguro que se ha convertido en una mujer tan hermosa como tía Marion — intentó animarlo —. Ya verás como el día menos pensado tenemos noticias de ella.
—Han pasado dieciocho años, cariño. Cada día albergo menos esperanzas de encontrarla. ¿Quién sabe si todavía sigue con vida?
—Pues vamos a averiguarlo y seguiremos buscando hasta que demos con ella — aseguró Elisabeth con firmeza —. ¿Has tenido noticias de los periódicos?
—Ninguna desde hace meses, y las anteriores ya viste que no nos condujeron a ninguna parte.
—Mañana mismo te acompañaré al Rocky Mountain News, al Denver Times y al Republican. Volveremos a publicar anuncios en los tres.
—Ya lo hemos intentado en Colorado sin resultado — objetó.
—Pues escribiremos a todos los periódicos del Oeste, desde Montana hasta Missouri — insistió.
Rachel apoyó la decisión de su hija.
—Elisabeth tiene razón. Dondequiera que esté, Arabella debe saber quiénes fueron sus padres y que tiene una familia deseando abrazarla.
—Vosotras ganáis — se rindió con una sonrisa.
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wow me encantooo
ResponderEliminarsiguela porfaaa
osea que el verdadero nombre de miley es arabelaa
porfiiiiiis siguelaa
aaaww meee encantoo siguelaa plis!!!!que esta interesante
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