sábado, 11 de agosto de 2012

Dama de treboles cap 11




Miró al frente y a lo lejos divisó una enorme portada rotulada  «Rancho Jonas »  junto al emblema de un trébol.

   — A partir de ahí — Nick señaló el letrero — comienzan mis tierras. Es un rancho muy grande, demasiado quizá.

   — ¿Puedo preguntar una cosa?

   — Puedes.
  A Nick le irritó su excesiva cautela.

   — ¿Por qué has dicho que es demasiado grande?

   — Porque da mucho trabajo, más del que puedo soportar. Necesitaría más peones.

   —Y ahora no puedes permitirte contratar a más gente — comprendió Miley .

   —No siempre las cosas marchan bien y los últimos años han sido duros. Pero pronto empezaremos a ver resultados. Más adelante contrataré a más hombres.

   —¿Más adelante?

   —No sabes nada de esto, ¿verdad? — preguntó mirándola por un momento — En un rancho se crían reses; cuando crecen y engordan, se venden. En eso consiste el negocio. Cuando venda el ganado, dentro de dos meses, dispondré de liquidez y podré contratar a alguien más. Pero, hasta entonces, lo más importante es que todo el personal pueda cobrar sus salarios. Si alguien debe trabajar sin recibir nada a cambio es el patrón.

Miley apreció su punto de vista, lo consideró de una gran honestidad.
No se había equivocado al juzgarlo.

   — No me importa trabajar duro — aseguró para tranquilizarlo.

   — Mejor así, porque no dispondrás de ayuda y tendrás mucho de qué ocuparte.

   — Tendrás que enseñarme, nunca he pisado un rancho.

   — Dejemos eso para más tarde. No creo que te cueste mucho aprender.

   — ¿En qué consistirá mi trabajo?

   — Enseguida lo sabrás — aseguró.

   El sendero empezó a ascender y en cuanto tuvo ante sus ojos el que sería su nuevo hogar, el corazón de Miley  se llenó de júbilo.
Sobre una pequeña colina se elevaba la casa de sus sueños.
Su aspecto era mucho más imponente de lo que había supuesto.
El tejado a dos aguas destacaba en un color oscuro y en la parte superior distinguió una ventana con mansarda, poco habitual en ese tipo de construcciones.
Salvo la parte trasera, toda la casa estaba rodeada por un porche sostenido sobre elegantes postes hexagonales que se ampliaba en la fachada delantera.
En las laterales contaba con barandilla y, al frente, tres escalones lo separaban del nivel del suelo.
Un banco y una mecedora conferían a aquel espacio un aspecto acogedor.

Para su extrañeza, las fachadas estaban pintadas de blanco — hecho poco usual en una casa de campo — salvo las ventanas y postigos que mantenían el color de la madera.

   Alejadas de la casa, se alzaban varias construcciones para aperos y arreos, establos y un granero.

 El rancho cubría una gran extensión de zona verde.
Tan sólo un par de árboles en la parte trasera y otros tres junto a los establos destacaban en aquella extensión de hierba.
Pero, como a media milla de distancia, se veía una amplia zona boscosa que trepaba montaña arriba.
Y, a su alrededor, prados, inmensos prados y pastos a uno y otro lado del camino hasta donde alcanzaba su vista.
Su nuevo hogar era hermoso. Más de lo que había llegado a imaginar.
Mientras paraba el Surrey, Nick observó orgulloso la expresión exultante de Miley antes de preguntar:

   —¿Qué te parece?

   —Es blanca — acertó a responder ella.

   —Ah, eso. Sí, es extraño. Mi madre siempre quiso una casa sureña. En realidad, no da más que trabajo, porque hay que repintarla de tarde en tarde.

   —Es preciosa — aseguró mirando a su alrededor —. Todo lo es.

   —Si no has visto nada — alegó él satisfecho —. Baja, tengo que presentarte; después te enseñaré todo esto.

Nick cogió el escaso equipaje y se dirigió hacia la casa.
Miley  lo siguió sin dejar de admirar cuanto la rodeaba.

   —No está Grace —comentó Nick haciéndose a un lado para que entrase—. Debe de estar en la parte de atrás.

   Al traspasar la puerta, Miley  se vio en una enorme cocina.
No la esperaba tan bien provista y se alegró de contar con horno además de fogones.
A un lado, observó una alacena y le encantó la ventana sobre el fregadero desde la que se divisaban los pastos.
En la pared contigua, otro par de ventanas situadas sobre la zona destinada a comedor llenaban la estancia de luz.
Se encontró ante una gran chimenea y una mesa larga con varias sillas.
A la vista del mobiliario, imaginó que hubo un tiempo en que aquella casa debió de estar habitada por bastantes personas.
Pero no había sillones ni otro tipo de mueble que invitase a la comodidad.
Sin duda, el trabajo era demasiado absorbente.

   —No hay un salón —comentó Miley

   —No, no lo hay —dijo molesto—. Ya te dije que esto no se parecía en nada a tu elegante mansión.

   —No importa, de verdad —se excusó arrepentida por haberlo comentado—. ¿Y las habitaciones?

   —Pasa y verás mi habitación, que será la tuya — le informó con hosquedad.

   Se adentraron por el corredor que discurría bajo una escalera hasta el que, a partir de ese momento, sería su dormitorio.
Pese a que toda la casa denotaba cierto desaliño, la habitación le encantó.
La impresionó el armario repujado, también la cama y la cómoda, así como las mesillas auxiliares que contaban con bellas tallas.

 Nick dejó la bolsa de Miley  sobre la cama y la hizo seguirlo hacia la habitación contigua.

   —Este dormitorio ahora no se usa. Lo utilizo como despacho, para llevar las cuentas del negocio, y a sabes.

   Miley observó una cama con el colchón al aire.
Junto a ella y bajo la ventana, un escritorio atestado de papeles y una silla con reposabrazos.
Había también una estantería con libros de cuentas numerados en el lomo.
Nick se desató el cinto y dejó el revolver sobre un pequeño armario que completaba el mobiliario.

   —Arriba está el desván —comentó Nick—. Ya lo verás en otro momento.

   —¿Puedo colocar mi ropa en tu armario? —preguntó tratando de no molestar.

   —Tendremos que compartirlo. De todos modos, creo que sobrará sitio — concluyó mirándola de arriba abajo.

Nick la hizo salir para enseñarle los alrededores.
Miley  tomó buena nota de sus obligaciones.
En un primer momento, se sintió abrumada.
No pensó que tendría tanto trabajo.
Debía encargarse de la casa, de las comidas, de la ropa y de las provisiones.
Y además, hacerse cargo de los animales de corral y de un pequeño huerto.

   Le presentó a Aaron y Grace, un matrimonio que llevaba empleado en el rancho toda la vida.
Ambos la recibieron con alegría.
Aaron trabajaba como peón y, en ausencia de Nick, asumía las tareas de capataz.
Su esposa Grace ayudaba por el cariño que sentía hacia el dueño del rancho.
En cierto modo, casi lo consideraba como un hijo.
Grace echaba una mano en todo lo que podía, pero con más de sesenta años estaba más que claro que no resultaba suficiente.

   —A los peones ya los irás conociendo. Están en los pastos. Tengo trabajo, volveré a la hora de cenar.

   Sin más explicación, se adentró en el establo más cercano a la casa y lo vio salir al trote a lomos de un appalosa.






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