sábado, 29 de septiembre de 2012

La caida de Jonas cap 22




Bebía whisky, amando la quemadura que le golpeaba la parte posterior de la garganta y fluía en el estómago.
Le aliviaba los nervios lo suficiente como para divertirse en una multitud.

Y en casa, a veces, una copa por la noche la ayudaba a relajarse.
A pesar de que era raro.
No le gustaba dormir por la noche.

—No estoy acostumbrada a las multitudes, es por eso que rara vez salgo, —le dijo ella.

—Me lo imaginé. ¿Estás lista para bailar conmigo ahora?

Pura emoción corrió por sus venas.

—¿En serio? —Miró hacia la pista de baile. —¿Vas a bailar conmigo? —Él dijo que quería, pero no había estado segura de que fuera verdad.

—Miley , cariño, yo probablemente bailaría para ti. —Suspiró, sacudiendo la cabeza. —Vamos, pequeña ladrona de corazones. Baila conmigo.

La sacó a la pista de baile y le enseñó los pasos, que no eran difíciles de seguir.
Se rió cuando la hizo girar, la atrajo contra él, y apretó las caderas contra las de ella en un ritmo apasionante.
Luego la dejó ir, dejó que se moviera y se balanceara, imitando a las otras mujeres antes de que la agarrara, girando a su alrededor, su cabello abanicándose detrás de ella antes de envolverse alrededor de su hombro, algunos de los rizos aferrándose a su camiseta.

Parecía que le gustaba.
Luego el ritmo se desaceleró, se hizo lento e íntimo, y él la apretó contra su pecho, su barbilla contra la parte superior de su cabeza mientras cerraba los ojos y lo sintió con cada latido de su corazón.

Sus manos acariciaban su espalda, sobre la blusa de seda que llevaba.
La que él mismo le había desabrochado la parte superior de sus pechos y la miró.
Con una mano enterrada debajo de su pelo, sus labios acariciaron su frente, la mejilla y los labios.

Ella susurró un suspiro junto a los labios de él, sintiendo su beso como habría sentido una caricia en lo más profundo de su espíritu.
La hacía sentir de esa manera.
Tan sólo pensar en él la hacía sentir de esa manera.

—Eres mía, —le susurró en el beso cuando sus pestañas revolotearon abriéndose. —Recuérdalo, Miley .Toda mía.

—Siempre tuya, Nick. —Ella siempre le pertenecería, aunque tuviera que marcharse para protegerse.

Y tendría que hacerlo pronto.
Después de que se quedara dormido por noche tal vez.
Muy pronto.
Porque no podía arriesgarse a que pudiera resultar herido.

Pero por ahora, podía aferrarse a él, sentirlo sosteniéndola.
Porque ese era su sueño.
Y este hombre era su corazón.

Jonas la apretó contra él, sintiendo su forma en el suave movimiento mientras sus ojos se reducían hacia la entrada del bar.
El tipo que acababa de entrar no era motorista, bebedor, fiestero o de fin de semana.

Vestía jeans negros, una chaqueta en pleno verano, y estaba haciendo un calor aplastante.
Jonas observó cómo tres de sus guardias se movían entre ellos y el nuevo visitante.
Por último, con una mueca, el desconocido se marchó.

Pero Jonas había visto su rostro.
Infierno, él tenía su cara.
Miró a Jake, quien le llamó la atención y asintió.
Lo tenían en la cámara de seguridad, todo lo que tenía que hacer era irse ahora.
Vio que el camarero se hizo cargo de la barra y Jake se dirigió a la oficina.

—¿Qué estás haciendo, Nick? —Ella levantó su cabeza, de repente su mirada demasiado sombría, demasiado llena de sombras.

—Bailando contigo. —Le tocó la mejilla, ahuecándosela. —Protegiéndote.

Negó con la cabeza antes de presionar la frente contra su pecho y sabía que estaba luchando contra las lágrimas.
Las había visto brillando en sus ojos, sintió el escalofrío que corrió por su espina dorsal.

—Vamos. —La cogió de la mano, cuando la canción terminó. —Quiero mostrarte algo.

Miley dejó que Nick la llevara a través de la pista de baile, de nuevo al bar, donde entraron en el estrecho espacio que Jake llamaba su dominio y, a la puerta en la pared del fondo.

No había forma de entrar allí, salvo mediante Jake, y el gorila más cercano.
La música se silenció mientras se cerraba la puerta y la condujo a través de un corto pasillo a un tramo de escaleras de madera.

—¿Dónde vamos? —Preguntó, amaba la sensación de su mano agarrándola, el calor de ella, la conexión implícita.

No debería quererlo, pensó.
Tendría que haber resguardado una parte de sí misma.
Una parte de su corazón.

—Este es mi hogar lejos del hogar.

Abrió la puerta en la parte superior de la escalera y encendió el interruptor.
Una suave, tenue luz llenó la habitación.

Había una cama en el otro extremo de la habitación.
Una gran cama, cubierta de almohadas.

—Y no, nunca he tenido otra mujer aquí. — Cerró la puerta y la dejó tras él mientras se movía al banco de los monitores que estaba colocado sobre su escritorio.


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