jueves, 13 de septiembre de 2012

Dama de treboles cap 31




Aquella vieja amargada se esmeró en convertirla en una joven insegura incapaz de apartarse de su lado, de ese modo se aseguró criada y dama de compañía hasta el día de su muerte.

Comprendió que Miley  se aferraba a aquel libro infantil como un tesoro porque debió de encontrar en sus páginas la única manera de escapar de aquel ambiente opresivo y carente de afecto.

   —Nunca te refieres a ella como tu madre —intentó sonsacarla.

   —Porque esa palabra murió con la única madre que he conocido.

Nick adivinó por la expresión afligida de su rostro y el deje altivo que se refería a la india lakota que la crió.
Rara vez hablaba de su vida entre aquellas tribus.

   —¿Cuándo me contarás cómo llegaste a vivir entre los sioux?

   —Solo sé lo que me han contado. —Cerró los ojos y sacudió la cabeza—. Es una historia sin ningún interés.

   —A mí me interesa —aseguró con tono imperativo.

Miley eludió contestar y durante un momento permaneció pensativa.

   —Entonces no me hacían falta libros, mi madre era una gran contadora de historias. Yo no tengo ese don — cabeceó con añoranza —, por eso siempre me imaginé leyendo en voz alta para mis hijos en las noches de invierno.

   Nick sintió un repentino acceso de ira.
A la vista de cómo le repugnaba su contacto, los hijos no eran más que una quimera absurda.

   —Mejor que deseches esa idea: tener hijos es algo que entre tú y yo queda descartado —zanjó con inusitada crueldad.

Tuvo que tragarse la sucesión de comentarios hirientes que pugnaban por salir de su boca, porque la tristeza que descubrió en los ojos de Miley le impidió continuar.

 —Lo sé —aseguró en voz baja.

—Puede que algún día los eches de menos —la provocó.

   —No. Ya no.

   Una vez más se instaló entre ellos un silencio espeso y sombrío.

   —Renuncias a tus sueños con mucha facilidad — la instigó Nick de nuevo.

   —Los niños deben nacer en un hogar en el que reine el amor. — Lo miró muy seria — Jamás tendría un hijo para obligarlo a crecer sin el afecto que se merece.

   —Confundes el respeto y la compañía con un sentimiento que solo existe en tu imaginación.

Miley sintió que el corazón se le encogía.
A ratos tenía la vana esperanza de conseguir de él algo más que un rato de conversación amable.

Pero albergaba tanto rencor hacia ella que tendría que conformarse con vivir junto a un extraño durante el resto de su vida.

   Se levantó, y al hacerlo su rostro se contrajo en una mueca de dolor.

Nick se inquietó, pero no hizo ademán de ayudarla. Intuyó que se trataba de dolores musculares. Desde hacía varias noches, despedía un intenso olor a linimento al acostarse.

   —Si tú quieres, podría leer en voz alta para ti —comentó Miley apartando a un lado el cesto de las mazorcas.

   —Tal vez, ya hablaremos de ello más adelante.

   —Buenas noches.

La observó entrar en la casa.
Parecía muy cansada, no era propio de ella dejar sin recoger el montón de hojas de maíz.
Agotada, pero incapaz de pedir ayuda.
Se notaba que la habían aleccionado durante años para no protestar ni emitir una queja.

¿Qué hacIa él ahí sentado?  
Debería estar dándole friegas que aliviasen su dolor, tendrían que ser sus manos las que recorriesen su cuerpo descubriendo cada rincón.


«Podría leer para ti», recordó.
Se imaginó sentado junto al fuego con ella en el regazo; su voz iluminaría las oscuras noches de invierno.

Miley leería en voz alta y él, con los ojos cerrados, viajaría de su mano a países lejanos.
Se vio besándola en el cuello, y a Miley  protestando entre risas al tomarla en brazos antes de perderse en ella, para noche tras noche retornar juntos a un mismo libro que no conseguirían terminar jamás.

Pero todas aquellas imágenes, intangibles como motas de polvo en un haz de luz, desaparecieron al tiempo que se puso en pie y se aferró a la seguridad de las ideas sensatas.

Esa mujer no era más que un sueño; su esposa lo rechazaba como a un apestado.
Aún era pronto para retirarse, ni siquiera había oscurecido.
Podía haberse quedado un rato más conversando con él.

Era inútil intentar engañarse.
Cómo iba a hacerlo si cada vez que entablaban conversación se recreaba en herirla sin motivo. Creyó que con sus puyas la haría reaccionar y solo había conseguido entristecerla.
 
Nick apoyó las manos en la barandilla del porche con la mirada fija en el horizonte.
Con el tiempo, el resentimiento no sería más que un mal recuerdo y aprenderían a darse un trato correcto y respetuoso.
 
Tal vez fuese mejor así.




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