sábado, 1 de septiembre de 2012

Dama de treboles cap 25





A media mañana, Nick se removió inquieto en el sillón, alzando la vista del libro de cuentas.
 
Hincó los codos en el escritorio y, al entre cruzar los dedos bajo la barbilla, dejó caer el lápiz que rodó sobre el tablero de roble.
Le era imposible concentrarse.
En su cabeza solo había lugar para una imagen:
la visión de Miley con la melena suelta cayendo a su espalda.

Pronto se cumpliría un mes de su llegada al rancho y las noches se habían sucedido desde entonces con idéntica rutina.
Se evitaban el uno al otro con una habilidad que parecía ensayada.  
Por tácito acuerdo, jamás coincidían ni en el momento de irse a dormir ni a la hora de levantarse.

Los días que él tenía más trabajo, al llegar a la cama la encontraba dormida.
Por el contrario, las tareas atrasadas parecían abrumar a Miley cuando veía que él se acostaba más temprano de lo habitual.
Él solía levantarse al alba, cuando ella aún dormía; pero si la adivinaba despierta, se dedicaba a remolonear hasta que la oía salir del dormitorio.

No quería, no podía flaquear.
Se había jurado no tocarla, pero no deseaba otra cosa.
Desde que su quemadura sanara, habían cesado las curas.
Ya no había existido más contacto físico entre ellos.
Cerró los ojos recordando el tacto de sus dedos. ¡Cómo lo echaba de menos!
 
Aunque ese día Nick se habia levantado muy temprano, ella se le había adelantado.
Al salir al porche, comprobó que no estaba solo.
Sentada en los escalones, Miley aferraba con ambas manos una taza de café.

Él la contempló envuelto en una asombrosa turbación, recorriendo con la mirada desde el perfil de su cara hasta sus brazos desnudos.
Se fijó en el camisón blanco que apenas alcanzaba a cubrirle las rodillas.
Se obligó a contener el deseo de acariciarle la melena que, libre de toda atadura, se desparramaba sobre sus hombros en un claro oscuro de ondas de color rubio.

Ella debió de presentir su presencia porque alzó el rostro y buscó su mirada.
Nick se estremeció por unos instantes.
¡La deseaba tanto! 
Su cuerpo le pedía sentirla agitarse sometida bajo el suyo.
Al mismo tiempo, le inspiraba una necesidad irrefrenable de protegerla como a un objeto delicado.
Era hermosa, increíblemente hermosa.

Atormentado por aquella imagen, maldijo en silencio.
La puerta del estudio se abrió, haciéndole salir del trance.

   —¿Se puede saber qué quieres? —preguntó airado.

   Se incorporó con brusquedad para colocarse frente a la ventana, de espaldas a Miley que, con la escoba en la mano, dudaba si entrar o no, tan sorprendida como él.

   —Pensé que ya estarías en los rediles —se excusó bajando la vista.

De reojo, intentó averiguar qué trataba de esconder de manera tan apresurada.
Parecía un niño pillado en falta por la maestra.

   —Tengo anotaciones que hacer —farfulló.

   —Entonces, no te molesto más. Más tarde iré al pueblo, quedé en llevarle una tarta a Alice. Me comentó que le harían falta algunas docenas de huevos, ¿te molesta que le lleve algunos? —preguntó indecisa.

Nick accedió de mala gana.
Aunque el intercambio de bienes era algo habitual entre rancheros y granjeros, ver a su esposa ocupada en elaborar repostería para el hotel suponía en cierto modo un golpe para su orgullo.

Miley salió del porche y volvió a sus tareas.
Cuando acabó de esparcir unos puñados de maíz en el corral de las gallinas, se dirigió al huerto. Necesitaba tres manzanas para la tarta.
A la sombra del enorme manzano, pensó que no tenía derecho a quejarse de su suerte.
Peor debieron de pasarlo los pioneros que habían poblado aquellas tierras cincuenta años atrás.

Grace le había contado que los primeros árboles frutales llegaron a Colorado plantados en enormes cubas.
Varias carretas recorrieron miles de millas por el camino de Oregón cargadas con aquellos plantones, aunque no todas llegaron a su destino.
Imaginó las penalidades que debieron de padecer las aventureras familias que se adentraron con aquellas caravanas rumbo a lo desconocido.

Tal vez sus verdaderos padres, sus padres blancos, fueron pioneros. Pero por mucho que lo intentara, le resultaba imposible recordar nada de ellos; ni sus caras, ni sus voces… nada, ni un solo recuerdo.
   Cogió una manzana y se puso de puntillas para alcanzar unas cuantas más.
   —¿Demasiado altas para ti? —la sorprendió la voz de Albert tras ella—. Deja, yo te ayudo.

Miley  se hizo a un lado y el muchacho, en un par de saltos, alcanzó dos enormes manzanas que colgaban a una altura inaccesible para ella.
   —Una más y es suficiente —sonrió ella agradecida—. Menos mal que has venido.
   —¿Y mi tío? —preguntó entregándole la última.
   —Con sus cuentas.
   —Entonces, no me entretengo más. A ver si entre los dos conseguimos que ese quarter —dijo refiriéndose a uno de los caballos— aprenda de una vez su trabajo.

 Estuvo tentada a seguir al muchacho. 
Ella había presenciado la doma de broncos salvajes en infinidad de ocasiones, pero sentía gran curiosidad por conocer cómo una montura cualquiera se convertía en un apreciado caballo de rancho.




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