sábado, 15 de septiembre de 2012

La caida de Jonas cap 19




Y oh sí, ahí estaba, un destello de excitación.
Sus bolas se apretaron.
Se anudaron bajo la base de su pene con una intensidad dolorosa.

—¿Qué quiero? —Gruñó sedosamente, avanzando sobre ella. —En primer lugar, quiero mostrarles a todos los idiotas de esta ciudad que quieren agarrarte que eres mía. Luego quiero reforzar ese mensaje frotándome contra ti en la pista de baile de mi bar. Una vez que hayamos terminado, voy a llevarte a mi oficina, tumbarte en mi escritorio, y comerte ese coño tan caliente y dulces que tienes y te oiré gritar mi nombre una y otra vez. ¿Eso responde a tu pregunta?

Sus pechos estaban subiendo y bajando, empujándose contra su vestido por las respiraciones jadeantes que estaba haciendo ahora.

—No querías cadenas, —susurró.

—Te follé sin condón. —Agarró sus caderas y tiró de su culo hacia él. Infierno, no tenía el más mínimo control en lo que ella se refería. —Si eso no son cadenas, nena, no sé lo que es.

Sus manos se apoderaron de sus antebrazos.

—Pero estoy protegida. No hay riesgo.

—¿Has perdido la mente, Miley ? — Mordió su oreja como represalia — Soy un fanático del condón, ¿recuerdas? ¿Crees que me olvido de ellos tan fácilmente? ¿Crees que alguna vez otra mujer ha merecido suficiente confianza por mi parte como para derrame dentro de ella?

Le pasó la lengua por donde la había mordido.

— Y quiero hacerlo de nuevo. Quiero ver mi polla mientras empujo dentro de tu apretado coño. Mirar la forma en que se abre para tomarme. Follarte y llenarte mientras me ordeñas, dime si eso no son cadenas, maldita sea.

Miley sintió que se le debilitaban las rodillas.
Sabía que debía protestar a eso.

Debería estar gritando, apartándolo de ella, diciéndole que se fuera al infierno.
No había confiado en ella.
No le había preguntado, en cambio la había investigado en su lugar.
Y, evidentemente, por alguien que sabía qué demonios estaba haciendo.
Debido a que había encontrado casi todo.

—Cadenas físicas, —susurró, cerrando los ojos cuando le apretó su erección contra su trasero. —No podías preguntarme a mí, ¿verdad, Nick? No, tuviste que preguntárselo a algún otro.

Trató de apartarse de él, pero no la dejó ir.
Y no iba dejarla, la sostenía con firmeza, frotando su erección contra su culo, la estaba matando.

Tres días.
Había estado sin él durante tres días.
¿Cómo se suponía que tenía que soportar esto?
Creyó que podría sobrevivir.
Que iba a estar bien.
Pero no lo estaba.
Era miserable.
Le dolía.

Se despertaba por la noche necesitando sus brazos alrededor de ella, atormentado, caliente, su cuerpo clamaba por él.
Y él no estaba allí.
No había tenido suficiente de él, se aseguró a sí misma.
Sólo unos días más, y tal vez podría saciar la necesidad que corría por ella.

—No te irás, bebé. — Se estremeció con el sonido de su voz, como si pudiera leerle la mente — He estado matándome a pajas hasta que mis bolas se han puesto de color azul y no ayuda. Nada va a ayudar hasta que te folle otra vez.

Le dio la vuelta, la mano bajo la curva de su pelo largo en la parte posterior de su cuello, sosteniéndola en su lugar mientras sus labios cubrían los de ella.

¿Se suponía que debía luchar contra esto?
¿Luchar contra el placer que construyó hasta que sintió como un fuego abrasador la devoraba?
¿Desgarrando a través de su mente y fundiéndola con él?

Se suponía que debía estar enojada con él, ¿no?
Eso era lo que se había dicho durante tres días.
Que él no había confiado en ella.

¿No podía preguntarle por su pasado pero en cambio podía investigarla?

Debería estar furiosa, no aferrándose a él, clavando las manos en su cabello, desesperada por él.
Necesitaba su beso, su toque.

Cuando sus dedos arrancaron en los botones de su vestido, tirando de ellos, abriendo el material separando sus labios de los suyos para recorrer las cimas de sus pechos hinchados, contuvo la respiración.
Sí.
Necesitaba esto.

—Te extrañé, Miley ,—gimió, levantándola hasta que la colocó sobre la mesa, colocándose entre sus muslos mientras le sacaba el vestido por encima de sus brazos, junto con las correas de su sostén.

Sus labios se concentraron en los pezones, los cubrió, tiró de los piercing hasta que sintió estremecimientos de necesidad correr justo por debajo de su piel.

Las cosas que le hacía.
Las maneras en que la tocaba.
No se parecían en nada a lo que había creído que sería.
Era tan potente que generaba adicción.
Era el placer máximo.

—Maldita sea. Me vuelves loco. —Retrocedió, tiró de los bordes de su vestido y se quedó mirándola, su mirada sensual, somnolienta. —Vístete.

—Estoy vestida. —Le devolvió la mirada con confusión.

—Jeans. —Movió la mano sobre su culo. —Si llevas vestido al bar voy a terminar follándote antes de sacarte de la pista de baile. Ve. Te espero aquí.

Los labios de Miley temblaron por su tono autoritario.

—Eres un mandón, Nick.

—Estoy caliente, demasiado, así que ten cuidado. Apriétame un poco más y te enseñaré más de lo que estás preparada en este momento.

Sus labios se separaron y ella sonrió.
Era obvio que le gustaba su sonrisa porque tenía los ojos entrecerrados, destacando el ámbar oscuro.

—No sé, Nick, —dijo arrastrando las palabras. —Siempre he sido una alumna muy rápida. Tal vez seas tú el que se quede atrás en las lecciones, no yo.

Oh, él había caído, y Jonas lo sabía.
La caída suprema, dura y rápida, por ese hoyuelo pequeño y lindo, esos ojos azul pálido y esos largos rizos sueltos.
Su sonrisa intrigante y su capacidad para hacer que la siguiese.

¡Maldita sea!, ninguna otra mujer había hecho eso.

—Apuesto por mí. — Él sonrió a su vez.


Sabiendo que hablaban del sexo, y no del amor.
Hablar de amor vendría más tarde.
Tan pronto como resolviera exactamente qué era lo que debía decir en una conversación sobre eso.
Pero él era condenadamente bueno improvisando.
Finalmente sacudió la cabeza.

—Tenemos que hablar antes de hacer cualquier otra cosa. —Suspiró —No confías en mí, Nick.

Ella lo miró fijamente, la vulnerabilidad, el dolor en sus ojos le apretó el pecho.

—Esa falta no era de confianza, Miley ,—le prometió, dejando que sus dedos se deslizaran a través de la suave seda de sus rizos. —Fue el dolor en tus ojos cuando vi las cicatrices. Fue el conocimiento de que alguien te había hecho daño y quería matar por ti. Pero no quería que vieras esa reacción. No quería que me vieras si me enteraba de que los hijos de puta que te hicieron eso todavía estaban vivos.



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