martes, 18 de septiembre de 2012

Dama de treboles cap 35




A varias manzanas de allí, Elisabeth Watts cruzó la calzada esquivando los carruajes, carros y los ómnibus de pasajeros que circulaban en ambos sentidos.

Desde la construcción de la estación de ferrocarril dela Union Pacific, la calle Diecisiete se había convertido en una de las más transitadas de Denver.
Caminaba ajena al bullicio de la calle, sin dejar de pensar en el hombre que acababa de conocer.
En realidad, estaba molesta consigo misma.

Seguro que el señor Collins habla notado la impresión que le había causado.
Y no quería ni recordar su semblante divertido cuando la hermana Margaret los presentó.
Todavía se moría de vergüenza, porque él debió de reconocerla.

Hacía días de aquello, pero cómo iba a olvidar el momento en que levantó la vista del libro y, a través del ventanal, lo vio trabajando en el tejado.

Era la primera vez que veía la espalda desnuda de un hombre y no pudo evitar quedarse ensimismada con la cabeza ladeada y la boca abierta.

Cuando él la miró por encima del hombro y le sonrió, ella casi enterró el rostro en el libro, pero ya era tarde para fingir que no lo había visto.

Creyó que se trataba de un albañil ocupado en la reparación del tejado.
Su madre tenía mucha razón cuando insistía en que no hay que fiarse nunca de las apariencias.

   En cuanto entró en el Albany, se encontró con sus padres.

Tras saludar a su hija, Rachel se levantó para preguntar al jefe de sala si su mesa ya estaba lista.
Elisabeth se sentó a esperar.
Bullía por preguntar a su padre y no veía la manera de hacerlo.
Al fin, se decidió por la más sencilla.

   —Papá, esta tarde he conocido en el hospital a John Collins —lo miró de reojo—, dice que te conoce.

   —Collins… claro. Un buen muchacho. ¿Y cómo es que estaba en el hospital? ¿Le pasa algo?

   —Nada de eso, ayudaba en una reparación. Según me ha contado la hermana Margaret, su padre construyó una parte del hospital. Y ahora, siempre que los necesitan, acuden a cualquiera de los dos hijos. Se ocupan de los arreglos y se empeñan en hacerlo de manera gratuita. ¿No te parece un gesto noble?

Elisabeth deseaba a toda costa conocer la opinión de su padre sobre aquel joven y de paso averiguar todo cuanto pudiese sobre él.

 —Es un detalle por su parte, desde luego. Tiene dinero suficiente y puede permitírselo. Según tengo entendido, desde la muerte de su padre, dirige junto a su hermano la empresa familiar. Se dedican a la construcción de edificios.

Rachel les apremió desde la puerta del restaurante para que la acompañaran.
Clifford se levantó y le ofreció el brazo a Elisabeth.

   —¿Aquí en Denver? —preguntó jugueteando con una cuenta de su bolsito.

  —Y en los alrededores. Se enriquecieron con el auge que tuvo esta zona durante la fiebre del oro.

  —No entiendo por qué se ocupa en persona si dices que se trata de una empresa próspera. ¿No cuentan con bastantes empleados?

   —Conocí a su padre. Siempre quiso que sus hijos supiesen en qué consistía su negocio y, desde jóvenes, los hizo trabajar no solo en el despacho sino en las propias obras. Por lo visto, los hermanos Collins no dudan en arrimar el hombro siempre que es necesario o cuando consideran que algo no se realiza a su gusto.

   Elisabeth recordó su ancha espalda bronceada. Aquello explicaba por qué, pese a su imagen de caballero, lucia la constitución propia de un trabajador manual.

  —¿A qué viene tanta pregunta? —se detuvo Clifford con una expresión suspicaz.

  —Bueno, simple curiosidad —respondió con aparente desinterés.

  Su padre la miró de reojo. «Seguro, simple curiosidad».

   —¿Saldrás esta tarde? —preguntó cuando llegaron a la mesa donde Rachel los esperaba ojeando la carta.

   —Prefiero hacerte compañía —contestó con una mirada cariñosa. Quién pensaba en pasear con otros pretendientes, cuando no podía apartar de su cabeza la sonrisa de John Collins?


1 comentario:

si te gusto el capitulo o tienes alguna sugerencia no dudes en decirmela seran todas bienvenidas gracias C:
besitos vuelve pronto y mil gracias por visitarme ♥