miércoles, 26 de septiembre de 2012

Dama de treboles cap 40




Cuando Miley descabalgó, le temblaban las piernas.

Incapaz de dejar escapar un sollozo, permitió que las lágrimas corrieran por sus mejillas por primera vez en muchos años.
Se abrazó al cuello del appaloosa de Nick con los ojos cerrados.
El inquieto semental ni se movió, parecía entender toda la rabia y la desdicha que encerraban aquellos gemidos en lengua lakota.
 
Más serena, pensó que de nada servían las lamentaciones.
Acarreó un cubo de agua y surtió de heno el pesebre.
El pobre animal estaba sudoroso y no tenía ninguna culpa.

Fue directa a la casa.
Los nubarrones oscurecían la tarde, así que encendió el quinqué y se ató el delantal para que a la hora prevista no faltara comida dispuesta sobre la mesa.
Era lo que se esperaba de ella.

Mientras enjuagaba las verduras, oyó un fuerte relincho.
Y maldijo a Nick.
El caballo, cualquiera que fuese, no tenía por qué pagar toda su rabia.
No había necesidad de clavarle el bocado tirando de las riendas con tanta violencia.

Tal como esperaba, la puerta no tardó en abrirse con brusquedad.

   —¿Quién te has creído que eres para llevarte mi caballo? ¡Contesta!

   Miley no se giró; tuvo que agarrarse con fuerza al borde del fregadero para evitar el temblor.

   —¡Basta!

Su grito llegó con el destello de un relámpago.
Durante el tiempo que tardó en llegar el trueno, una ráfaga de viento bandeó las cortinas.

   —¿Qué has dicho?

   El cielo tembló al mismo tiempo que Miley giraba en redondo.

   —¡Basta! — gritó — ¡He dicho basta! Se acabó, Nick Jonas. No voy a permitir que vuelvas a humillarme. Mientras me quede un soplo de aliento, juro por Dios que nadie me va a volver a pisotear.

Nick se quedó de una pieza.
Nunca la había visto llorar.
Pero no pensaba dar explicaciones ni mucho menos disculparse.
No tenía motivos para avergonzarse de sus actos.
Una rabia amarga le fue envenenando la sangre al sentirse juzgado.

   —Yo te creí un hombre honesto y ni siquiera eres capaz de cumplir con el compromiso del matrimonio — Las palabras salían de su boca a borbotones — Me educaron para vivir con honor, para tener valor y orgullo. Sí, a mí. Y tú, que tan perfecto te crees, no sabes nada de todo eso. ¿Y te atreves a despreciarme? ¡Me das asco! No eres más que una marioneta en manos de esa buscona.

Uno a uno, los insultos fueron lacerando el amor propio de Nick dejando tras cada palabra una herida.
Fuera, la tormenta veraniega comenzó a arreciar alternando rachas de fuerte aguacero con otras menos intensas.

   —Te equivocas — masculló con la mandíbula tensa — Eres tú la que no cumples con tus obligaciones como esposa. No tienes derecho a exigirme algo que tú eres incapaz de dar.

   —Es eso. Muy bien. — Se arrancó el vestido con ambas manos haciendo saltar todos los botones — ¿Qué tengo que hacer para que no me sometas a la humillación de verte en manos de la primera mujer que se cruza en tu camino?

Sin dejar de mirarlo, se lo sacó por los pies.
Y, ante la atónita mirada de Nick, desenlazó el corsé con manos temblorosas y lo lanzó a un lado. En un par de zarpazos se arrancó la enagua, la camisa y el calzón.
Totalmente desnuda, sólo cubierta por medias y botas, le sostuvo la mirada con desprecio.

   —Vamos, tómame. ¿No es esto lo que querías? Si éste es el precio que tengo que pagar para que dejes de deshonrarme en público, tómame ahora mismo todas las veces que quieras. ¡Hasta que me lastimes! ¡Hasta que me rompas por dentro y no sienta nada!

Nick tuvo que tragar saliva.
Nunca la había visto desnuda.
¡Dios, era tan hermosa!


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