jueves, 6 de septiembre de 2012

Dama de treboles cap 28



Rice McNabb todavía no podía creer la manera tan oportuna en que la suerte se había decidido a acompañarlo en las últimas semanas.
Su paso por Castle Rock había sido todo un éxito.

Con el descubrimiento de los filones de riolita, aquel pueblo se había convertido en un hormiguero, y los mineros eran hombres solitarios con mucho alcohol en el cuerpo y demasiado dinero en los bolsillos.

El aburrimiento les llevaba a entretenerse malgastando sus ganancias en interminables partidas de poker a las que se entregaban con una insensatez que jamás mostrarían los jugadores de oficio.

Gracias a ellos había salido de allí con los bolsillos bien llenos.
Y, además, con la esperanza de un negocio mucho más apetecible.

Ese era el único motivo que le había llevado hasta Indian Creek.
De no haber sido por la información conseguida en Denver, jamás hubiese puesto los pies en aquel lugar.
Por nada del mundo hubiese asumido el riesgo de un encuentro fortuito con Jonas.
Solo de pensarlo le entraban sudores.

Empujó las puertas batientes del saloon y se estiró el chaleco entrecerrando los ojos para adaptarse a la claridad del día.

Recorrió la calle principal mirando a ambos lados.
Diversos edificios dedicados a actividades comerciales y artesanales flanqueaban la ancha calzada de tierra rojiza.

Casi todos ellos contaban con la habitual fachada falsa y, entre unos y otros, se intercalaban las viviendas. Un bonito lugar. Pequeño, y como había supuesto, dado a rumores y chismes.

¡Qué mejor sitio que el saloon para conocer los entresijos de la vida del tal Jonas! 

Por fortuna, éste no frecuentaba el establecimiento; un detalle más de que la suerte estaba a su favor.

Y no le costó nada averiguar quién sería la persona idónea para ayudarle en sus propósitos.
A esas horas, el almacén general rebosaba de clientela femenina.

En época de celebraciones, todas las mujeres del pueblo se esmeraban para estrenar vestido.
Y el verano resultaba especialmente festivo.

Primero venía el día dela Independencia y, más tarde, en agosto, la celebración que todos consideraban más suya: la que conmemoraba la fundación de Indian Creek.

Nada más entrar en la tienda, McNabb supuso que la rubia que se afanaba en contentar a la nutrida corte de mujeres era la persona que buscaba.
Esperó a que se vaciara la tienda curioseando entre las mercancías.

Se hizo a un lado cuando la joven se acercó junto a una clienta y las saludó tocándose el sombrero hongo con un ademán elegante.

Harriet lo estudió de arriba abajo, al tiempo que mostraba a la señora unos novedosos pantalones de minero recién llegados desde San Francisco.


La clienta tomó en el aire un par de ellos para calcular el tamaño adecuado.

   —Son invención de un alemán — significo Harriet.

 Sonó tan reverente como si todos los descendientes de alemanes desperdigados por el mundo, incluidos ella misma y el señor Levi Strauss, fuesen primos carnales del káiser Guillermo.

   —Observe que llevan unos remaches en los bolsillos para impedir que se desgarren — continuó con las alabanzas.

   —Me quedo con éstos —decidió la mujer calculando los remiendos que le evitarían aquellos remaches.

   Una vez atendidas, las mujeres abandonaron la tienda dejando tras ellas un plácido silencio.





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