jueves, 13 de septiembre de 2012

Dama de treboles cap 32




Miley  aún reía cuando rodeó el edificio.
Los continuos malentendidos entre Alice y los empleados chinos de la lavandería daban lugar a situaciones tan cómicas que convertían la cocina del hotel en el lugar más divertido del pueblo.

Frente a la tienda, se quedo contemplando el cartel que rotulaba el negocio.
El edificio estaba construido a la manera clásica del Oeste, con la enorme falsa fachada cuadrada que enmascaraba el modesto tamaño del edificio.
Con grandes letras en elegante cursiva, el rótulo de «almacén general» no hacía sino remarcar la falsedad imperante en aquellas tierras.

Miley  pensó en lo grande que le quedaba aquel nombre tan rimbombante a una sencilla tienda de pueblo.
Pese a los ocho años que llevaba inmersa en aquella sociedad, nunca acabaría de entender tanto afán por aparentar.
 
Reconoció a Doreen McRae, que salía en ese momento de la tienda.

   —¡Doreen! —exclamó—. ¿Cómo has venido?

   —En el carro de Emma. Anda, deja que me coja de tu brazo.

Cada día que pasaba, Doreen se movía con más dificultad.
Miley la acompañó hasta la casa del doctor.

   —Podrías regresar con nosotros. El doctor Holbein se ha ofrecido a llevarme de vuelta —comentó Doreen.

   —He venido a caballo, no te preocupes por mí.

   —Miley , no sabes cuanto me alegro de tenerte cerca —comentó apretándole el brazo—. En casa estoy muy sola. Ya sabes, durante el día Gideon está en vuestras tierras y yo casi no puedo moverme. ¡Si al menos pudiese montar!

   —Yo también me alegro —aseguró Miley con una sonrisa—. Trataré de encontrar tiempo para pasar a verte más a menudo.

Doreen miró hacia su izquierda y frunció los labios con fastidio al ver que se aproximaban el reverendo Barttlet y su esposa.
Eran buenas personas, pero resultaba insufrible su empeño en mostrarse ante los demás como ejemplo de virtud.

El reverendo llevaba además las cuentas del aserradero, ya que la generosidad de sus feligreses no era suficiente para mantener a una familia.
La madre y la hija trataban de aparentar una vida ociosa como correspondía a su condición, pero era un secreto a voces que se dejaban la vista ala luz del candil confeccionando sombreros para un establecimiento de Denver.

El reverendo Barttlet era muy alto y flaco.
No resultaba extraño que más de un forastero lo confundiera con el enterrador, equívoco que a él le causaba gran enojo.
Le faltaban la mitad de los dientes; a su esposa, en cambio, parecían sobrarle de tan apiñados y dispares como los tenía.


Al llegar a su altura, se detuvieron a saludarlas.

—Señora Jonas —dijo la mujer—, qué alegría verla por aquí. Debe saber que la hemos echado de menos en nuestra congregación muchos domingos. Suponíamos que, una vez casado, veríamos más a Nick por la iglesia. Lo que nunca imaginé es que asistiría sin usted.

   —He estado muy ocupada —aclaró muy serena—. Pero descuide, a partir de ahora, mi esposo y yo haremos lo posible por asistir juntos al sermón.

   —Dios sabe que con oraciones no se saca un rancho adelante. Seguro que sabrá disculparla —intervino Doreen con una sonrisa desafiante—. ¿No cree, reverendo?

   El hombre asintió incómodo. Tras una breve despedida, se alejaron calle adelante cogidos del brazo.

   —No has debido decir eso —le reprochó Miley .

   —¿Quién se cree que es para hablarte así? Me tienen harta con ese aire de superioridad. Trabajar con las manos no es ninguna vergüenza. Aquí la mayoría lo hacemos.


Miley la tomó del brazo de nuevo, admirada por su valentía.
Encontraron al doctor Holbein cerrando con llave la puerta de su consulta.

   —Doreen, cuando quieras nos vamos.

   —Es usted tan amable, doctor.

   —De momento no tengo nada que hacer, así que déjate de agradecimientos —la acalló—. Parece que nadie se pone enfermo últimamente en este pueblo.

   —Eso está bien —dijo Miley .

   —Si sigue la cosa así, me moriré de hambre.

   —No, si yo puedo evitarlo.

Levantó un poco la tapa de la cesta y tanto el doctor como Doreen curiosearon en su interior.
Él cerró los ojos para disfrutar del delicioso aroma a tarta de manzana.

   —Miley , tú serás mi perdición —aseguró con un gesto solemne.

   Y los tres se echaron a reír.




1 comentario:

si te gusto el capitulo o tienes alguna sugerencia no dudes en decirmela seran todas bienvenidas gracias C:
besitos vuelve pronto y mil gracias por visitarme ♥