El
paseo dominical por el City Park se había convertido en una costumbre sagrada.
De regreso, John acompañó a Elisabeth a casa.
—¿No quieres pasar? —preguntó abriendo la
cancela.
—No sé si debo, en ausencia de tus padres.
—Está la señora Mimm, y no creo que mis
padres tarden en regresar de Kiowa Crossing.
John aceptó de buena gana al ver cómo le
rogaba con los ojos. También él necesitaba estar junto a Elisabeth cada minuto
del día.
Al primer golpe de aldaba, los recibió la
señora Mimm.
—¿Tan pronto en casa?
—Estaba cansada de caminar y estos zapatos
me molestan —se excusó.
—Anda, sube a cambiarte mientras preparo un
poco de té para el señor Collins.
—Preferiría café, si no es molestia.
—Claro
que no es una molestia, pase al salón. No tardaré nada.
Elisabeth lo acompañó hasta la puerta del
saloncito y se excusó para cambiarse de calzado.
John
se acomodó en el sofá y, mientras esperaba, ojeó los retratos familiares.
—Tengo una familia muy pequeña —explicó
Elisabeth sentándose a su lado—. Mi madre es hija única, como yo. Y el único
hermano de mi padre murió..., ya conoces la historia.
La señora Mimm apareció con una bandeja
provista de dos servicios de café, que dejó sobre una mesilla.
—Gracias, señora Mimm.
—Elisabeth, hoy estoy muy ocupada. He
aprovechado que no está tu madre para hacer inventario de la despensa, así que
si necesitas algo, allí me encontrarás —informó con una mirada cómplice—. Pero
me temo que tendrás que entrar a avisarme, porque ya sabes que desde allí no se
oye nada.
A John le entraron ganas de estamparle un
beso en cada mejilla. Esa mujer era una joya. Y Elisabeth le agradeció con los
ojos el detalle, tenía un gran valor dada la escasez de sus momentos de
intimidad.
Cuando se encontraron a solas, John retomó
la conversación.
—Supongo que algún día te gustaría tener una
gran familia.
—Así es —sonrió mientras servía el café.
Bajó la vista porque empezó a ruborizarse,
temía que se le notase en la cara que soñaba con esa familia. Y, en ese sueño,
siempre aparecía él.
—A mí me pasa lo mismo.
John
no dejaba de mirarla, mientras ella se concentraba en no derramar ni una gota.
Le tomó la taza de las manos al ver que le temblaban y la devolvió a la
bandeja.
—¿Estás nerviosa? —preguntó acariciándole la
sien con la nariz.
Elisabeth negó y lo miró a los ojos. La
atrajo hacia él y la besó despacio. Pero cuando ella se abrazó a su cuello,
profundizó el beso con la intensidad que ambos deseaban.
La tumbó en el sofá y colocó las manos a
ambos lados de su cabeza. Elisabeth le acarició los labios. Los ojos de John
chispeaban de deseo. Cuando se inclinó de nuevo sobre ella, sintió todo su peso
y se entregó a sus besos. John la atrajo por las caderas, levantó la falda y la
acarició por encima de las medias. La mano le temblaba cuando la deslizó bajo
el calzón y por fin se apoderó de su muslo. Con la boca recorrió el cuello de
Elisabeth y se recreó en su escote. Ella le acarició la espalda por debajo de
la chaqueta y arañó su camisa cuando él le moldeó los pechos por encima del
vestido.
John creyó que estaba en el Cielo cuando
ella lo acercó de nuevo a su boca. Al incorporarse en un intento por controlar
la respiración, Elisabeth alzó el rostro buscando sus labios.
—John, no dejes de besarme —jadeó.
—Elisabeth —comentó desde el vestíbulo la
señora Mimm en voz muy alta—, parece que tus padres ya llegan. Desde la cocina
los he visto abrir la cancela. A ver qué nos cuentan sobre la inauguración.
El comentario pretendidamente desenfadado de
la señora Mimm provocó que John se levantara como un resorte. Cogió a Elisabeth
de las manos y de un tirón la puso de pie a su lado.
Ella se llevó la mano al pecho: el corazón
le latía como si acabase de correr diez millas. Miró a John, él se peinaba con
las manos y a toda velocidad se enderezaba la corbata y estiraba la chaqueta.
Ella, con cara de susto, se alisó el vuelo de la falda con cuatro manotazos y se
recolocó los bucles.
Se sentaron como dos autómatas, pero se
incorporaron de un salto al oír que se abría la puerta de la calle. Elisabeth
carraspeó y se dirigió al vestíbulo para recibir a sus padres con su mejor
sonrisa.
—¿Cómo lo habéis pasado? —preguntó besando a
uno y a otro.
—Ah, Collins, está usted aquí —lo saludó
Clifford tendiéndole la mano.
—¿Qué tal el viaje? —preguntó besando la
mano de Rachel—. Elisabeth ha tenido la amabilidad de invitarme a café.
—Me molestaban los zapatos —explicó
apresurada—. Hemos vuelto muy pronto del paseo. Y, en la fiesta, ¿había mucha
gente?
—Muchísima —comentó su padre—. Aún estamos
medio aturdidos, porque hemos visto a una mujer...
—En fin, yo ya me marchaba —interrumpió
John—. Mañana debo presentar unos presupuestos... Celebro que se hayan
divertido. Elisabeth —le besó la mano a toda prisa y salió por la puerta.
Elisabeth lo miró marchar con ojos
anhelantes, no podían despedirse sin una palabra. Cuando la puerta se cerró, su
mirada se cruzó con la de su madre y bajó la vista.
—Durante la cena tenéis que contármelo todo.
Ahora tengo que ayudar a la señora Mimm, he prometido que le echaría una mano
con el inventario.
Su padre ni reparó en su rubor ni en la
prisa que se dio en escabullirse hacia la cocina. Pero Rachel, al entrar en el
salón, sonrió al ver intactas las dos tazas de café.
En cuanto llegaron a tierras de los Jonas,
los muchachos empezaron a impacientarse, ansiosos por contar a sus padres todo
lo que habían visto. Subiendo la colina, ya vieron que Matt y Emma los
esperaban.
Una vez frenó el carro, los chicos bajaron
en tropel y Matt, antes de hacer otra cosa, se dirigió al asiento de Miley
—Buena chica —dijo en tono agradecido
pellizcándole la mejilla.
De inmediato se giró y, abriendo los brazos,
se dispuso a recibir a sus dos hijas que corrían dispuestas a colgarse de su
cuello. Emma besaba a Joseph a la vez que le revolvía el pelo y tomaba de sus
brazos al pequeñín, que se lanzó hacia ella como si no viera a su madre desde
hacía un mes.
—¿A qué ha venido eso? —preguntó Nick que
había presenciado en silencio el recibimiento de Matt.
—Les hice un regalo.
—¿Qué tipo de regalo?
—No te gustará saberlo —concluyó Miley dando por zanjado el tema.
Nick
se fijó en Matt.
Luego en Emma.
Ambos tenían el pelo húmedo.
Luego en Emma.
Ambos tenían el pelo húmedo.
Sospechó
la naturaleza lujuriosa del regalo y con un estremecimiento hizo un gesto con
ambas manos para que Miley no continuara.
—Joseph, ve a por los caballos —le indicó su
padre.
Nick dirigió el carro al establo.
Desenganchó los animales y esperó a un lado a que Joseph sacase los suyos.
Estaba apilando heno en una de las cuadras,
cuando el chico entró. Se quedó contemplándolo en silencio con un pie apoyado
en el esparcidor de estiércol.
—Tu padre debe de estar esperándote —comentó
Nick a la vez que amontonaba heno en el pesebre.
—Quería comentarte algo —se encogió de hombros—,
aunque puede que sea una tontería.
—¿Quieres que hable con tus padres de tu
interés porla Medicina?
—No se trata de eso. Es algo que ha pasado
hoy, en Kiowa.
—Suéltalo.
El chico le contó con todo detalle el
encuentro con aquel matrimonio. Nick lo escuchaba muy serio, no entendía por
qué Miley no le había mencionado nada sobre
el incidente.
—He pensado que era mi obligación decírtelo
—dijo incómodo—. No creo que tenga ninguna importancia, pero no imaginas cómo
se puso Miley .No quería ni oír hablar del
asunto, insistió mucho en que me olvidara de ello.
—No te preocupes. ¿Watts has dicho que se
llamaban?
—Sí, Clifford y Rachel Watts.
—Fuera te esperan hace rato
—concluyó revolviéndole el pelo—. Y, Joseph..., de esto, ni una palabra a
nadie.
—Descuida —aseguró el muchacho saliendo por
la puerta.
Durante el resto de la tarde, Nick estuvo
inquieto. No hacía más que pensar en las palabras de Joseph. Si el parecido era
tal que incluso pensaron que podía ser sobrina suya, puede que hubiese alguna
relación de parentesco. Podía darse esa coincidencia, ya que Miley desconocía su verdadero origen. Y
estaba el reloj; tal vez las iniciales... No, de ningún modo podía olvidar el
asunto como si nada hubiese sucedido. Miley era muy intuitiva, si el encuentro
con aquellas personas la había inquietado era por algún motivo. Tenía que hacer
algo al respecto. Una buena ocasión sería aprovechar el viaje a Kiowa para la
venta de reses.
Horas después, en la cama, continuaba
absorto ideando la manera de averiguar más cosas sobre el matrimonio Watts de
Denver.
Miley abrazada a él, guardaba silencio.
Trató de apartar de su mente el encuentro con aquella pareja. Era feliz al lado
de Nick y no iba a permitir que nada interfiriese en su vida.
—¿En qué piensas? —preguntó acariciándole
vello del pecho.
—Pensaba que la felicidad consiste en estar
tumbado boca arriba, con los brazos bajo la cabeza —aseguró en voz baja—, y
tenerte enroscada a mí como una serpiente.
Miley emitió una risa dulce y se aferró
aún más a él.
Nick la besó en la cabeza y cerró los ojos.
De todos modos, no había de qué preocuparse. Quizá no fuese más que una simple
coincidencia.
Miley se levantó a apagar el farol y
volvió a la cama. Nick la atrajo con fuerza. No había tardado ni medio minuto y
ya echaba de menos sentirla pegada a él. Por nada del mundo pensaba renunciar a
la felicidad que la vida le había regalado, porque su felicidad era Miley
Esa noche, a los dos les costó conciliar el
sueño.
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besitos vuelve pronto y mil gracias por visitarme ♥