—¡Mira! Por ahí vienen —exclamó
Miley
saludándolos con la mano.
El carro de Matt ascendía la
colina con su bulliciosa familia casi al completo, a falta de Albert, que
cumpliendo con su obligación se había quedado a cargo del rancho. Los animales
no entendían de días festivos y, pese a ser domingo, había tareas imposibles de
eludir.
Matt redujo la marcha a las
puertas de la casa e hizo un giro para colocarlo junto al granero. Los
muchachos bajaron en tropel y se acercaron corriendo hasta donde se encontraban
sus tíos. Tras ellos, venía Emma con el bebé apoyado en la cadera y una cesta
en la mano. Matt desenganchó los caballos y los hizo entrar en el establo.
Salió y cargó un par de cubos de agua para dar de beber a las caballerías.
—Tío Nick, ¿asistirá mucha
gente a la inauguración? Seguro que habrá música —preguntó Hanna entusiasmada
con el viaje.
Sus hermanos continuaron
preguntando a un tiempo, interrumpiéndose unos a otros sin dejar de discutir
por ser el primero en saber qué iban a ver. Ninguno de ellos había estado antes
en una celebración de ese tipo y durante un buen rato abrumaron a Nick.
—No pensé que vendrías con
nosotros —comentó Miley a Joseph.
El chico ya era demasiado mayor
para excursiones con sus hermanos, y Miley creyó que preferiría
pasar el día en su rancho o en compañía de Minnie antes que ir con ellos.
—Es preferible estar un día al
cuidado de mis hermanos que recibiendo órdenes de Albert.
Cuando mi padre no está, se cree que es mi capataz y me trata como un
tirano. Y Minnie está insoportable —comentó con cara de enfado—. Desde que su
padre ha comprado el almacén general, no piensa en otra cosa que en jugar a las
tiendas.
Miley sonrió
compadeciéndose del muchacho, que parecía muy ofendido por haber pasado a un
segundo plano en el interés de la chica. En realidad, algo había de cierto. La
última vez que fue a la tienda, comprendió que Minnie por fin había encontrado
su vocación: tras el mostrador se la veía exultante, con una determinación y un
don de gentes que sorprendía a todo el mundo. Su padre podía estar muy contento
porque atendía a la clientela de una manera tan solícita y aduladora que a buen
seguro el negocio sería el más próspero de todo Colorado.
—Toma un momento. Como no eche
a andar pronto, va a acabar conmigo —se quejó Emma.
Le entregó el niño a Miley y dejó la cesta en
el suelo. Hasta el pequeño Tommy estaba alegre ante la novedad de un viaje.
Emma indicó a Joseph que fuera enganchando los caballos de su tío al carro
nuevo e invitó a sus hermanas a ayudarle.
Nick se acercó al establo con ellos y paró a hablar con Matt, que ya
salía sacudiéndose las manos en el pantalón. Desde allí, vieron a Emma y Miley cuchichear entre
risas. Matt enarcó las cejas al ver que su mujer, de espaldas a ellos, se
levantaba la falda y las enaguas con disimulo, gesto que las hizo reír a
carcajadas.
—No sé qué traman, pero empiezo
a inquietarme —comentó Matt—. Me siento como un conejo observado por un puma.
—¿Matthew Sutton asustado? No
me lo creo. Te estás haciendo viejo —añadió Nick sonriendo con el ceño
fruncido.
No dejaban de observarlas,
intrigados por saber qué se traían entre manos.
—Si hay una persona en este
mundo capaz de meterme el miedo en el cuerpo, ésa es tu hermana
—aseguró palmeando el hombro de Nick—. Bueno, te dejo que Emma me
reclama. No te he dado las gracias, pero me haces un gran favor llevándotelos a
todos; ya no recuerdo lo que es un día entero de tranquilidad.
Nick restó importancia al
hecho, añadiendo que los chicos se merecían salir de Indian Creek de vez en
cuando y que tanto Miley como él disfrutaban
de su compañía.
Miley llegó hasta donde
estaba su marido con Tommy en los brazos y le entregó al niño para tomar la
cesta con las provisiones para el viaje y poder cerrar la puerta de la casa.
Al llegar al carro, oyó
discutir a sus sobrinos mientras se acomodaban en la parte de atrás. Cuando
estaban juntos parecían olvidar su edad porque, con su comportamiento inquieto
y sus peleas, se asemejaban a niños pequeños. Sin hacerles mucho caso, se sentó
en el pescante.
—Aún no hemos salido y ya me
estoy arrepintiendo —comentó Nick entre dientes mientras le tendía al pequeño.
Tommy se negaba a permanecer
sentado y jugueteaba de pie en las rodillas de Miley
—Vamos, cariño. Seguro que lo
pasaremos muy bien. Míralo de este modo, esta excursión te servirá de
experiencia para el día que tengas que viajar con tus propios hijos —añadió Miley palmeándole el dorso
de la mano.
Por toda respuesta él dio un
vistazo de soslayo a la concurrida parte trasera del carro, replanteándose
durante una décima de segundo la idea de la paternidad. Con un suspiro de resignación,
tiró de las riendas y emprendió la marcha.
—¿Has visto lo guapo que es?
—comentó Miley
contemplando embobada al pequeño.
—Es una versión diminuta de su
padre —concluyó Nick mirándolo de reojo.
—Es que su padre es un hombre
muy apuesto.
—¿Más que yo? —preguntó sin
mirarla.
—Tú tampoco estás mal.
—No sabes cómo me tranquilizas
— replicó con sorna, estudiando su sonrisa maliciosa.
Por fin Miley consiguió sentar al
pequeño Tommy en su regazo. El niño, muy entretenido con el encaje del escote
de su tía, decidió averiguar qué se escondía detrás de las puntillas. Nick
observó con los ojos muy abiertos la audaz incursión del angelito en territorio
prohibido.
—No. ¡No! —le reprendió ella en
tono suave pero firme a la vez que le apartaba la manita.
—Tú eres una mezcla explosiva
de Sutton y Jonas —aseguró Nick muy serio, dándole unos toquecitos con el
índice en la frente—. Cuando crezcas serás un peligro.
El niño lo escuchaba con
semblante candido, sin entender ni una palabra, mientras Miley trataba de contener
la risa mirando hacia otro lado.
Al final, el carro parecía una
fiesta y el trayecto se les hizo más corto que de costumbre.
—¡Oh,
Dios mío! —exclamó Hanna.
Los chicos contemplaron boquiabiertos la
llegada del tren, hecho que sin duda supuso el acontecimiento más
extraordinario de sus cortas vidas. Engalanado con banderas y escarapelas
tricolores, hizo su entrada triunfal en la nueva estación. Del primer vagón
empezaron a descender autoridades y asociados dela Union Pacificque, desde
Kansas, se habían desplazado para la inauguración del nuevo edificio. Pero lo
que arrancó aplausos fue la irrupción de la banda de música, todos ataviados
con uniformes claros rayados y canotiers de paja a la moda de París. Con
pulcritud marcial, se agruparon atentos a las instrucciones del director que
pronto dio la señal. Y la alegría que trajo la música hizo más llevadera una
celebración con exceso de discursos.
Transcurrida una hora, que a Nick se le hizo
demasiado larga bajo el sol de agosto, decidió buscar el sitio adecuado para
comer. Junto a la estación divisó un grupo de robles y apremió a Miley para agrupar a la familia. Al
llegar, comprobaron con satisfacción que se trataba de un parque.
—Allí mismo —acordó Nick señalando una zona
sombreada de césped.
Los chicos corrieron con la cesta en la mano
para coger sitio, ya que bastantes familias habían tenido la misma idea.
Miley dejó a Tommy en el suelo y
extendió una manta fina a modo de mantel.
—Por fin —suspiró sentándose con la espalda
en un árbol—. ¿Tenéis hambre ya? ¡Qué pregunta!
Sus caras hambrientas se lo dijeron todo.
Con un gesto indicó a Hanna que hiciese los honores y la chica comenzó a sacar
de la cesta huevos cocidos, pollo, emparedados, queso, manzanas y un plato con
dulces. Amontonó las servilletas y todos esperaron a que Nick diese la señal.
En cuanto su tío tomó el primer emparedado, los chicos se dedicaron a devorar
con apetito voraz.
—Dejadme alguno, que éste era para vuestra
tía —protestó.
—¡Eh! Al menos que quede uno para vuestro
hermano, que con tan pocos dientes no puede comer otra cosa —advirtió Miley
Por suerte habían previsto comida de sobra.
Hanna le tendió un emparedado y Miley se dedicó a cortar pellizquitos
que iba metiendo en la boca de Tommy.
—Es como alimentar a un gorrión —comentó a
Nick.
Él la veía tan encantada con el pequeño que
la rodeó por los hombros y la besó en el pelo. Pero mientras se ocupaba del
niño, no comía; así que le ofreció su emparedado y ella mordió con ganas. Se
miraron sin pestañear, pero ocho ojos curiosos los obligaron a desestimar los
impulsos románticos.
Cuando estuvieron satisfechos, Joseph y
Patty se tumbaron en el césped.
—Me comería otra manzana —comentó Nick—.
Bien, ¿qué os ha parecido la fiesta?
Hanna le lanzó una manzana y él la atrapó al
vuelo.
—Ha sido fantástico. Miley ¿te has fijado en los vestidos? No
había visto nunca tantos sombreros juntos —comentó la chica encantada.
—El tren es tan rápido... ¡Parece que puede
volar! —comentó Patty entusiasmada.
—Pero si iba muy lento, tonta. ¿No ves que
estaba frenando para entrar en la estación? —aclaró Joseph burlón.
—No le hagas caso —dijo Nick—. ¿Qué sabrá tu
hermano? El tren viaja muy rápido, dicen que se puede ir de Nueva York hasta
San Francisco en menos de siete días.
—Tío Nick, ¿algún día viajaremos en tren?
—preguntó la niña emocionada.
—Algún día. Estoy pensando —comentó mirando
a Miley — que más adelante podríamos tomar
el tren aquí en Kiowa y viajar hasta Denver.
Miley le sonrió al ver en qué fangal se
acababa de meter él solo, porque los chicos comenzaron a aplaudir y a hacer
planes sobre el futuro viaje, como si fuese una realidad a la vuelta de la
esquina.
—¿Con los cuatro? —le susurró al oído.
—No era ésa la idea —reconoció por lo bajo—.
Ya veremos. De momento, aún queda muy lejos.
Tommy empezó a corretear a gatas, pero las
niñas protestaron cuando vieron que tenían que salir tras él en su afán
exploratorio.
—Nick, ¿tardaremos mucho en volver a casa?
—preguntó Miley
—En cuanto descanse. El carro no es un tren
—bromeó—, nos quedan un par de horas de camino.
—Mientras tanto voy a dar una vuelta con el
niño, a ver si consigo distraerlo.
—Voy contigo —se ofreció Joseph.
Miley entretuvo al pequeño con una
galleta de soda y, con él en brazos, atravesaron el parque en dirección a la
ciudad. Joseph comentaba con admiración la elegancia de las pequeñas mansiones
que se alineaban en la calle más cercana. Continuaron calle arriba y Miley apreció una ciudad desconocida.
En
aquel momento, fue consciente de que durante su vida en Kiowa se limitó a pisar
apenas medio acre de terreno. Pronto llegaron a una zona bastante concurrida,
pues los comercios permanecían abiertos a fin de aprovechar la afluencia de
visitantes. Joseph curioseaba a través del escaparate de un restaurante cuando
una exclamación los sorprendió a ambos.
—¡Marion!
Miley giró la cabeza y se quedó
impresionada al ver que la desconocida que salía del restaurante se refería a
ella. Hizo ademán de continuar con el paseo, pero la mujer la retuvo del brazo.
—¡Oh, Señor! ¡No puede ser!
—Disculpe —sonrió incómoda—, me confunde con
otra persona.
—Es usted quien debe disculparme. Por un
momento he creído... Clifford...
La mujer, de cierta edad, se dirigió con la
cara demudada hacia su marido que, desde la puerta, contemplaba la escena
quieto como una estatua de sal. El hombre reaccionó. La cara de Miley reflejaba que la situación le
resultaba muy embarazosa.
—Señorita, le ruego que nos disculpe.
—Señora —aclaró.
El hombre pensó que era una obviedad, a la
vista del bebé que portaba al brazo.
—Claro, ¡qué torpeza! Por un momento a mi
esposa y a mí nos ha recordado a mi difunta cuñada. El parecido es asombroso
y... permita que me presente, soy Clifford Watts y ésta es mi esposa Rachel.
Hemos venido desde Denver a la inauguración, invitados por la compañía —comentó
tratando de evitar que se alejase—. Precisamente, mi hermano trabajó como
ingeniero antes de..., en fin, antes de morir. Y, por ese motivo, me invitaron
a mí. ¿No le dice nada el apellido Watts?
—Lo cierto es que no —se disculpó sin
entender—. No he conocido a nadie con ese apellido.
—Verá, llevamos años buscando a la hija de
mi hermano, mi sobrina. Desapareció siendo una niña y... ¡se parece usted tanto
a su madre! Al verla, hemos pensado que tal vez pudiera tratarse de usted.
Joseph decidió intervenir, la mujer no
quitaba ojo de la mano izquierda de Miley oculta en ese momento porque con
ese brazo sostenía a Tommy. El chico advirtió que ella también había reparado
en el escrutinio de la mujer, porque hacía lo posible por no mostrar la palma
de la mano.
—¿Vamos, tía Miley ? —apremió tomándola del brazo.
—Tendrán que disculparme —balbució—, pero
llevamos bastante prisa. Tenemos que regresar a casa y se nos hace tarde.
—Le ruego...
—Estoy segura de que se confunden de persona
—concluyó nerviosa.
Miley necesitaba alejarse de aquel
matrimonio cuanto antes. Por alguna extraña razón, se le había formado un nudo
en el estómago. ¿A qué venía aquel encuentro? Y el descaro con que aquella
mujer le miraba la mano. No, otra vez no. Nada iba a cambiar ahora.
Sonrió a Joseph, que caminaba a su lado sin
atreverse a pronunciar palabra. Aquel incidente no había sido más que una tonta
confusión.
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besitos vuelve pronto y mil gracias por visitarme ♥