viernes, 10 de octubre de 2014

Dama de treboles cap 96


   —¡Mira! Por ahí vienen —exclamó Miley saludándolos con la mano.

   El carro de Matt ascendía la colina con su bulliciosa familia casi al completo, a falta de Albert, que cumpliendo con su obligación se había quedado a cargo del rancho. Los animales no entendían de días festivos y, pese a ser domingo, había tareas imposibles de eludir.

   Matt redujo la marcha a las puertas de la casa e hizo un giro para colocarlo junto al granero. Los muchachos bajaron en tropel y se acercaron corriendo hasta donde se encontraban sus tíos. Tras ellos, venía Emma con el bebé apoyado en la cadera y una cesta en la mano. Matt desenganchó los caballos y los hizo entrar en el establo. Salió y cargó un par de cubos de agua para dar de beber a las caballerías.

   —Tío Nick, ¿asistirá mucha gente a la inauguración? Seguro que habrá música —preguntó Hanna entusiasmada con el viaje.

   Sus hermanos continuaron preguntando a un tiempo, interrumpiéndose unos a otros sin dejar de discutir por ser el primero en saber qué iban a ver. Ninguno de ellos había estado antes en una celebración de ese tipo y durante un buen rato abrumaron a Nick.

   —No pensé que vendrías con nosotros —comentó Miley a Joseph.

   El chico ya era demasiado mayor para excursiones con sus hermanos, y Miley creyó que preferiría pasar el día en su rancho o en compañía de Minnie antes que ir con ellos.

   —Es preferible estar un día al cuidado de mis hermanos que recibiendo órdenes de Albert.
Cuando mi padre no está, se cree que es mi capataz y me trata como un tirano. Y Minnie está insoportable —comentó con cara de enfado—. Desde que su padre ha comprado el almacén general, no piensa en otra cosa que en jugar a las tiendas.

   Miley sonrió compadeciéndose del muchacho, que parecía muy ofendido por haber pasado a un segundo plano en el interés de la chica. En realidad, algo había de cierto. La última vez que fue a la tienda, comprendió que Minnie por fin había encontrado su vocación: tras el mostrador se la veía exultante, con una determinación y un don de gentes que sorprendía a todo el mundo. Su padre podía estar muy contento porque atendía a la clientela de una manera tan solícita y aduladora que a buen seguro el negocio sería el más próspero de todo Colorado.

   —Toma un momento. Como no eche a andar pronto, va a acabar conmigo —se quejó Emma.

   Le entregó el niño a Miley y dejó la cesta en el suelo. Hasta el pequeño Tommy estaba alegre ante la novedad de un viaje. Emma indicó a Joseph que fuera enganchando los caballos de su tío al carro nuevo e invitó a sus hermanas a ayudarle.
Nick se acercó al establo con ellos y paró a hablar con Matt, que ya salía sacudiéndose las manos en el pantalón. Desde allí, vieron a Emma y Miley cuchichear entre risas. Matt enarcó las cejas al ver que su mujer, de espaldas a ellos, se levantaba la falda y las enaguas con disimulo, gesto que las hizo reír a carcajadas.

   —No sé qué traman, pero empiezo a inquietarme —comentó Matt—. Me siento como un conejo observado por un puma.

   —¿Matthew Sutton asustado? No me lo creo. Te estás haciendo viejo —añadió Nick sonriendo con el ceño fruncido.

   No dejaban de observarlas, intrigados por saber qué se traían entre manos.

   —Si hay una persona en este mundo capaz de meterme el miedo en el cuerpo, ésa es tu hermana
—aseguró palmeando el hombro de Nick—. Bueno, te dejo que Emma me reclama. No te he dado las gracias, pero me haces un gran favor llevándotelos a todos; ya no recuerdo lo que es un día entero de tranquilidad.

   Nick restó importancia al hecho, añadiendo que los chicos se merecían salir de Indian Creek de vez en cuando y que tanto Miley como él disfrutaban de su compañía.

   Miley llegó hasta donde estaba su marido con Tommy en los brazos y le entregó al niño para tomar la cesta con las provisiones para el viaje y poder cerrar la puerta de la casa.

   Al llegar al carro, oyó discutir a sus sobrinos mientras se acomodaban en la parte de atrás. Cuando estaban juntos parecían olvidar su edad porque, con su comportamiento inquieto y sus peleas, se asemejaban a niños pequeños. Sin hacerles mucho caso, se sentó en el pescante.

   —Aún no hemos salido y ya me estoy arrepintiendo —comentó Nick entre dientes mientras le tendía al pequeño.

   Tommy se negaba a permanecer sentado y jugueteaba de pie en las rodillas de Miley

   —Vamos, cariño. Seguro que lo pasaremos muy bien. Míralo de este modo, esta excursión te servirá de experiencia para el día que tengas que viajar con tus propios hijos —añadió Miley palmeándole el dorso de la mano.

   Por toda respuesta él dio un vistazo de soslayo a la concurrida parte trasera del carro, replanteándose durante una décima de segundo la idea de la paternidad. Con un suspiro de resignación, tiró de las riendas y emprendió la marcha.

   —¿Has visto lo guapo que es? —comentó Miley contemplando embobada al pequeño.

   —Es una versión diminuta de su padre —concluyó Nick mirándolo de reojo.

   —Es que su padre es un hombre muy apuesto.

   —¿Más que yo? —preguntó sin mirarla.

   —Tú tampoco estás mal.

   —No sabes cómo me tranquilizas — replicó con sorna, estudiando su sonrisa maliciosa.

   Por fin Miley consiguió sentar al pequeño Tommy en su regazo. El niño, muy entretenido con el encaje del escote de su tía, decidió averiguar qué se escondía detrás de las puntillas. Nick observó con los ojos muy abiertos la audaz incursión del angelito en territorio prohibido.

   —No. ¡No! —le reprendió ella en tono suave pero firme a la vez que le apartaba la manita.

   —Tú eres una mezcla explosiva de Sutton y Jonas —aseguró Nick muy serio, dándole unos toquecitos con el índice en la frente—. Cuando crezcas serás un peligro.

   El niño lo escuchaba con semblante candido, sin entender ni una palabra, mientras Miley trataba de contener la risa mirando hacia otro lado.


   Al final, el carro parecía una fiesta y el trayecto se les hizo más corto que de costumbre.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó Hanna.

   Los chicos contemplaron boquiabiertos la llegada del tren, hecho que sin duda supuso el acontecimiento más extraordinario de sus cortas vidas. Engalanado con banderas y escarapelas tricolores, hizo su entrada triunfal en la nueva estación. Del primer vagón empezaron a descender autoridades y asociados dela Union Pacificque, desde Kansas, se habían desplazado para la inauguración del nuevo edificio. Pero lo que arrancó aplausos fue la irrupción de la banda de música, todos ataviados con uniformes claros rayados y canotiers de paja a la moda de París. Con pulcritud marcial, se agruparon atentos a las instrucciones del director que pronto dio la señal. Y la alegría que trajo la música hizo más llevadera una celebración con exceso de discursos.

   Transcurrida una hora, que a Nick se le hizo demasiado larga bajo el sol de agosto, decidió buscar el sitio adecuado para comer. Junto a la estación divisó un grupo de robles y apremió a Miley para agrupar a la familia. Al llegar, comprobaron con satisfacción que se trataba de un parque.

   —Allí mismo —acordó Nick señalando una zona sombreada de césped.

   Los chicos corrieron con la cesta en la mano para coger sitio, ya que bastantes familias habían tenido la misma idea.

   Miley dejó a Tommy en el suelo y extendió una manta fina a modo de mantel.

   —Por fin —suspiró sentándose con la espalda en un árbol—. ¿Tenéis hambre ya? ¡Qué pregunta!

   Sus caras hambrientas se lo dijeron todo. Con un gesto indicó a Hanna que hiciese los honores y la chica comenzó a sacar de la cesta huevos cocidos, pollo, emparedados, queso, manzanas y un plato con dulces. Amontonó las servilletas y todos esperaron a que Nick diese la señal. En cuanto su tío tomó el primer emparedado, los chicos se dedicaron a devorar con apetito voraz.

   —Dejadme alguno, que éste era para vuestra tía —protestó.

   —¡Eh! Al menos que quede uno para vuestro hermano, que con tan pocos dientes no puede comer otra cosa —advirtió Miley

   Por suerte habían previsto comida de sobra. Hanna le tendió un emparedado y Miley se dedicó a cortar pellizquitos que iba metiendo en la boca de Tommy.

   —Es como alimentar a un gorrión —comentó a Nick.

   Él la veía tan encantada con el pequeño que la rodeó por los hombros y la besó en el pelo. Pero mientras se ocupaba del niño, no comía; así que le ofreció su emparedado y ella mordió con ganas. Se miraron sin pestañear, pero ocho ojos curiosos los obligaron a desestimar los impulsos románticos.

   Cuando estuvieron satisfechos, Joseph y Patty se tumbaron en el césped.

   —Me comería otra manzana —comentó Nick—. Bien, ¿qué os ha parecido la fiesta?

   Hanna le lanzó una manzana y él la atrapó al vuelo.

   —Ha sido fantástico. Miley ¿te has fijado en los vestidos? No había visto nunca tantos sombreros juntos —comentó la chica encantada.

   —El tren es tan rápido... ¡Parece que puede volar! —comentó Patty entusiasmada.

   —Pero si iba muy lento, tonta. ¿No ves que estaba frenando para entrar en la estación? —aclaró Joseph burlón.

   —No le hagas caso —dijo Nick—. ¿Qué sabrá tu hermano? El tren viaja muy rápido, dicen que se puede ir de Nueva York hasta San Francisco en menos de siete días.

   —Tío Nick, ¿algún día viajaremos en tren? —preguntó la niña emocionada.

   —Algún día. Estoy pensando —comentó mirando a Miley — que más adelante podríamos tomar el tren aquí en Kiowa y viajar hasta Denver.

   Miley le sonrió al ver en qué fangal se acababa de meter él solo, porque los chicos comenzaron a aplaudir y a hacer planes sobre el futuro viaje, como si fuese una realidad a la vuelta de la esquina.

   —¿Con los cuatro? —le susurró al oído.

   —No era ésa la idea —reconoció por lo bajo—. Ya veremos. De momento, aún queda muy lejos.

   Tommy empezó a corretear a gatas, pero las niñas protestaron cuando vieron que tenían que salir tras él en su afán exploratorio.

   —Nick, ¿tardaremos mucho en volver a casa? —preguntó Miley

   —En cuanto descanse. El carro no es un tren —bromeó—, nos quedan un par de horas de camino.

   —Mientras tanto voy a dar una vuelta con el niño, a ver si consigo distraerlo.

   —Voy contigo —se ofreció Joseph.

   Miley entretuvo al pequeño con una galleta de soda y, con él en brazos, atravesaron el parque en dirección a la ciudad. Joseph comentaba con admiración la elegancia de las pequeñas mansiones que se alineaban en la calle más cercana. Continuaron calle arriba y Miley apreció una ciudad desconocida.
En aquel momento, fue consciente de que durante su vida en Kiowa se limitó a pisar apenas medio acre de terreno. Pronto llegaron a una zona bastante concurrida, pues los comercios permanecían abiertos a fin de aprovechar la afluencia de visitantes. Joseph curioseaba a través del escaparate de un restaurante cuando una exclamación los sorprendió a ambos.

   —¡Marion!

   Miley giró la cabeza y se quedó impresionada al ver que la desconocida que salía del restaurante se refería a ella. Hizo ademán de continuar con el paseo, pero la mujer la retuvo del brazo.

   —¡Oh, Señor! ¡No puede ser!

   —Disculpe —sonrió incómoda—, me confunde con otra persona.

   —Es usted quien debe disculparme. Por un momento he creído... Clifford...

   La mujer, de cierta edad, se dirigió con la cara demudada hacia su marido que, desde la puerta, contemplaba la escena quieto como una estatua de sal. El hombre reaccionó. La cara de Miley reflejaba que la situación le resultaba muy embarazosa.

   —Señorita, le ruego que nos disculpe.

  —Señora —aclaró.

   El hombre pensó que era una obviedad, a la vista del bebé que portaba al brazo.

   —Claro, ¡qué torpeza! Por un momento a mi esposa y a mí nos ha recordado a mi difunta cuñada. El parecido es asombroso y... permita que me presente, soy Clifford Watts y ésta es mi esposa Rachel. Hemos venido desde Denver a la inauguración, invitados por la compañía —comentó tratando de evitar que se alejase—. Precisamente, mi hermano trabajó como ingeniero antes de..., en fin, antes de morir. Y, por ese motivo, me invitaron a mí. ¿No le dice nada el apellido Watts?

   —Lo cierto es que no —se disculpó sin entender—. No he conocido a nadie con ese apellido.

   —Verá, llevamos años buscando a la hija de mi hermano, mi sobrina. Desapareció siendo una niña y... ¡se parece usted tanto a su madre! Al verla, hemos pensado que tal vez pudiera tratarse de usted.

   Joseph decidió intervenir, la mujer no quitaba ojo de la mano izquierda de Miley oculta en ese momento porque con ese brazo sostenía a Tommy. El chico advirtió que ella también había reparado en el escrutinio de la mujer, porque hacía lo posible por no mostrar la palma de la mano.

   —¿Vamos, tía Miley ? —apremió tomándola del brazo.

   —Tendrán que disculparme —balbució—, pero llevamos bastante prisa. Tenemos que regresar a casa y se nos hace tarde.

   —Le ruego...

   —Estoy segura de que se confunden de persona —concluyó nerviosa.

   Miley necesitaba alejarse de aquel matrimonio cuanto antes. Por alguna extraña razón, se le había formado un nudo en el estómago. ¿A qué venía aquel encuentro? Y el descaro con que aquella mujer le miraba la mano. No, otra vez no. Nada iba a cambiar ahora.

   Sonrió a Joseph, que caminaba a su lado sin atreverse a pronunciar palabra. Aquel incidente no había sido más que una tonta confusión.

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