Nick
oyó galopar a su espalda y arrimó el carro a un lado. Pero cuando el impetuoso
jinete llegó a su altura, se cruzó en su camino con un quiebro imprudente que
obligó al caballo a alzar las patas. Nick tiró con fuerza de las riendas y sus
animales pifiaron entre relinchos.
Se quedó pálido, porque desde lo alto del
imponente semental negro, Miley le dirigió una mirada capaz de hacer temblar al más
valiente de los hombres.
Imaginó
lo que se le venía encima cuando descabalgó ante él en un revuelo de enaguas.
Nick enderezó la espalda y le sostuvo la mirada.
—¿Dónde crees que vas, Jonas?
¿«Jonas»? Iba a ser duro lidiar con ella,
muy duro.
—Miley —dijo con calma—, éste es tu lugar y yo no
pertenezco a él.
—Baja de ese carro y di todo lo que tengas
que decir.
Nick sintió que una mano se apoderaba de su
corazón y empezaba a estrujarlo muy despacio. Descendió del carro y le acarició
la mejilla con suavidad.
Ella le apartó la mano de un manotazo.
—El patrón acaba de decidir que se marcha
sin una de sus reses. Porque es eso lo que soy para ti, ¿verdad? Un animal que
no piensa.
La tomó de los hombros con suavidad y notó
que ella se estremecía. Si no acababa pronto, uno de los dos iba a acabar
derrumbándose.
—Miley no… —le puso un dedo sobre los labios—, por
favor, no me interrumpas. Has encontrado tu lugar. Pertenecemos a mundos
distintos y no puedo permitir que renuncies a la vida que te mereces. Además,
está el dinero. Sabes que no puedo aceptarlo. Todo lo que tengo es gracias a mi
esfuerzo, y así va a seguir siendo.
—Y ahora se supone que yo debo decir que
renuncio a ese dinero para no herir tu orgullo —masculló mirándolo de frente.
Sus ojos eran dos cuchillos—. ¡Pues no! No renuncio a nada.
—Tu padre dedicó su vida a buscarte, la idea
de que seguías con vida le ayudó a vivir y, con esa ilusión, lo guardó para ti.
Debes aceptarlo en su memoria.
—Por supuesto. Pero no es ésa la razón
—anunció con vehemencia—. Soy la misma mujer ahora que cuando no tenía ni un
mísero centavo. ¡Soy la misma! Dentro de este vestido elegante está la chica
del vestido gris. Tendrás que aceptarme sin condiciones, con dinero o sin
dinero, con ropas elegantes o sin ellas, con lo que tenga o con lo que deje de
tener. Del mismo modo que yo te acepto a ti.
—Anularemos el matrimonio y empezarás una
nueva vida.
La miró por última vez muriendo por dentro
de tanto como le dolía dejarla y le dio la espalda.
Miley supo que si lo dejaba subir al
carro no volvería a bajar.
-¡Me Lied! -gritó-. Dijiste que eras mío.
Nick cerró los ojos.
—Y lo soy Miley eso no va a cambiar. Te dejo libre porque te
quiero.
—¡Demuéstralo! —gritó temblando de rabia—.
Que no sean solo palabras. ¿No entiendes que no puedes decidir por mí?
—Tú me has hecho el mejor regalo, me has
enseñado a quererme a mí mismo. Por favor, deja que yo te haga el único regalo
que puedo ofrecerte.
—Es mi vida, Nick, ¡soy yo quien decide! Si
de verdad me quieres, regálame la libertad de elegir.
—Solo quiero tu felicidad —murmuró.
—Yo solo puedo ser feliz si estoy contigo.
:
FINAL
En ese momento, Nick supo que acababa de
perder la batalla. Nada. Nada destruiría esa unión que no se fraguó el día de
la boda, tampoco aquella noche de agosto en la que fue suyo y ella de él. Ni él
mismo iba a ser capaz de deshacer el nudo invisible que los enlazó para siempre
mediante un baile silencioso en la soledad del desván.
Giró en redondo y la miró de frente.
—¡Al infierno con todo! —gritó para si
mismo—. ¡Al infierno el orgullo, el dinero, la nueva vida y todos los parientes
muertos!
Nick hizo una pausa y respiró hondo antes de
continuar.
—¡Y al infierno los sacrificios por amor! Te
quiero y eso es lo único que me importa. Miley tú eres todo mi mundo.
Abrió los brazos y Miley ya no pudo contener el llanto. Se
lanzó a refugiarse en su abrazo y sus bocas se unieron en un beso largo lleno
de posesión, deseo y amor.
—No dejes de quererme, Miley nunca —murmuraba besándola una y
otra vez.
Miley le tomó la cara entre las manos y
él se miró en esos ojos azules llenos de lágrimas que le daban la vida.
—No pienso permitir que el dinero nos separe
—aseguró devolviendo el reloj al bolsillo de su chaleco—. Te querría igual
aunque no tuvieras más fortuna que esta camisa. Entiende eso, Nick, solo te
necesito a ti.
—Olvídate del dinero. No voy a dejar que te
alejes de mí ni media yarda.
Fue Miley esta vez la que le dijo con un
beso íntimo y posesivo que nada los iba a separar.
—No es tanto como crees —insistió separando
la cabeza para ver sus ojos.
—Deja de pensar en ello.
—Harriet consiguió que mis tíos le dieran
una buena parte.
Nick tensó la mandíbula. A Miley tan desinteresada, no le
preocupaba en absoluto. Y aunque para él ese dinero no significaba nada, no
pensaba permitir que ese par de serpientes se saliesen con la suya. Era cuestión
de justicia y haría lo necesario para meterlos entre rejas.
—Esa mujer apenas dejó fondos en el banco.
Pero contamos con algunas propiedades y terrenos en Boston que se pueden
vender. Aunque si tú no los quieres, yo tampoco los quiero.
—Tú decides —sonrió, Miley podía ser muy persistente.
—Con el dinero que obtengamos con la venta,
podríamos darle un impulso al rancho y contratar más peones. De este modo, no
tendríamos que matarnos a trabajar como hasta ahora.
Lo primero que pensaba hacer es contratar a
alguien que ayudara a Miley
—Además…
—¿Todavía hay más? —Su voz sonaba burlona.
Algo le dijo que durante el resto de su vida
iba a tener que oír más de un discurso de la señora Jonas.
—Podremos hacer feliz a mucha gente.
—Es tuyo, puedes hacer lo que quieras.
Miley fingió no escucharlo. Tarde o
temprano conseguiría vencer su testarudez.
—¿No te sentirías orgulloso de poder pagar
los estudios de Medicina de Joseph? ¡Es su sueño! —Nick sonrió, su generosidad
no había mermado ni un ápice—. Y en marzo volveremos a celebrar San Patricio
con una gran fiesta.
—No la pagarás con tu dinero —advirtió.
—Claro que no —le reprochó con los brazos en
jarras—. Pienso asar una de tus terneras.
—Nuestras terneras —corrigió.
—Nuestro dinero —lo desafió alzando la
barbilla.
—Me rindo. —Nick suspiró alzando la vista al
cielo—. No puedo contigo, cuando te propones algo…
—Conozco a alguien aún peor —dijo mirándolo
con ternura—. ¡Dios mío! Casi se me olvida. Nick, soy medio irlandesa.
—Créeme, no me sorprende nada —añadió con
una sonrisa malévola mientras acariciaba con el índice el shamrock de oro que
pendía de su cuello—. ¿Y la otra mitad?
—Mis abuelos paternos nacieron en Gales.
—Mitad irlandesa, mitad galesa y con alma de
lakota —rio sin dejar de mirarla—. Tuve que ir a elegir a la mujer más
peligrosa y obstinada de este lado del océano.
Miley no pudo esperar a que la viera el
doctor Holbein, ya lo había dicho él: ¡al diablo con todo! Se moría por ver su
cara de felicidad.
—Llevo dentro más sangre irlandesa de la que
imaginas —susurró mirándolo con ternura—. Nick, hay un pequeño irlandés
naciendo dentro de mí.
El color abandonó de golpe el rostro de
Nick. Aturdido, le acarició el vientre con suavidad y la miró a los ojos. Ella
asintió con la cabeza y sonrió. Por fin volvía a ver los deliciosos hoyuelos de
sus mejillas.
—Un hijo. ¿Cómo? —fue lo único que acertó a
decir.
—Nick
Jonas, sabes muy bien cómo ha llegado este bebé hasta aquí —respondió pegándose
a él.
Él soltó una carcajada de felicidad. Esa era
su mujer, no había duda. La tomó en brazos mirándola encantado.
—¡Bruja lasciva! ¿Es ese comportamiento apropiado
para una dama?
—No soy una dama.
—Sí lo eres, un poker de damas —dijo
mientras se la comía a besos—. Eres una dama lanzando el cuchillo…, una dama
arreando el ganado…, una dama cuando me vuelves loco en la cama…, cuando te
enfadas… Una auténtica dama, y eres mía —la apretó con fuerza contra él—. No
sabes como te quiero Miley hasta me da miedo.
Ella sollozó emocionada. Por primera vez
vibraban el miedo y el amor en boca de Nick.
—Espero que estas lágrimas sean de felicidad
—dijo junto a sus labios.
—Nunca me han hecho falta palabras, ¡pero
suena tan bien!
—Lo oirás todos los días de tu vida, todos.
—No sé qué me pasa —dijo enjugándose las
mejillas y riendo a la vez—. Creo que es por el embarazo, últimamente estoy muy
sensible.
—Ya me explicarás esta noche cómo estás de
sensible.
Nick le mordió el cuello a la vez que la
agarraba por el trasero con las dos manos.
—¡Para! ¿Quieres arruinar mi reputación?
—Tu reputación está a salvo conmigo, eres mi
mujer.
La estrechó con orgullo, era suya y la
quería pegada a él.
—Te quiero, irlandés cabezota. —Lo besó con
ternura.
—Y ahora dime cómo te has atrevido a
cabalgar de ese modo estando embarazada —le reprochó preocupado—. No quiero que
te arriesgues, ¿de acuerdo? Ya me encargaré yo de cuidarte.
—¡Oh, Robert está perfectamente! —dijo
palmeándose el ombligo.
-¿Robert?
A Nick empezaron a flaquearle las piernas al
concebir a su hijo como una persona real.
—Si prefieres otro nombre…, pero así se
llamaba tu padre, ¿no? Robert Jonas yo creo que es perfecto. Algo me dice que
esta vez es un hombrecito.
—Sí, Robert es perfecto.
La miró con tanto amor que ella no pudo
evitar ponerse a llorar de nuevo. Él se apresuró a secarle las mejillas,
sorprendido ante el remolino de sensaciones que llegaba a producir un embarazo.
—Si es niña…
—Arabella —afirmó Nick con decisión—.
Llamaremos Arabella a la primera. A las demás, ya veremos —añadió él sin dejar
de sonreír.
Miley no cabía en sí de felicidad. La
idea le encantaba.
—Tal vez el Cielo nos bendiga con un montón
de niñas que sean tu tormento y llenen el rancho de pretendientes —sugirió con
malicia.
—Los estaré esperando sentado en el porche,
con el rifle cargado —aseguró con peligrosa tranquilidad.
Miley empezó a reír al imaginarlo
rodeado de jovencitas furiosas, sentado a la puerta de casa con actitud
impasible y el rifle en el regazo.
—No te ocultes —le apartó la mano con
delicadeza—, no hay nada más bonito que verte reír.
—¿Qué significa eso del poker de damas?
—recordó.
—Algún día te lo contaré. ¿Nos vamos a casa,
señora Jonas?
—Antes tengo que devolver el caballo a John
y no podemos marcharnos de Denver sin despedirnos.
—Bien, pero luego, al rancho.
—¡Ah, no! Tienes que acompañarme al banco.
Necesito dinero para hacer algo muy importante antes de volver a casa —dijo
tirando de él con determinación.
—Dime primero dónde vamos.
La perspectiva de ir de compras por la
ciudad con su mujer lo aterrorizó. Miley se colgó de su cuello con una
sonrisa juguetona y le susurró la respuesta.
—A comprar un espejo.
El Fin ~
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besitos vuelve pronto y mil gracias por visitarme ♥