lunes, 20 de octubre de 2014

Celos que Matan cap 20

MAGGIE insistió en que debía comprar un vestido nuevo. Demi tenía una cuenta bancaria suya... Joseph se preo­cupó de ello... pero ella no quería usarla dadas las circuns­tancias.
Maggie no opinó lo mismo
—¿Y por qué no? En mi opinión, te lo has ganado, además ese dinero es tuyo, él te lo regaló.
Demi se estremeció.
—Yo no lo veo así.
—Comienza ahora aconsejó Maggie—. Te convirtió en una esclava obediente. Administraste su casa. Merecías cada centavo que te daba. Además es rico, ¿no es verdad? -Sí, Joseph, era rico. Su padre fue juez y cuando murió le dejó una renta considerable. Joseph también tenía buenos ingresos de su trabajo. Tenía una posición económica elevada.
Al final, Maggie la convenció y salieron de compras. Era la ocupación favorita de Maggie. Adoraba la ropa. Pasaron dos horas antes de que estuviera satisfecha con el vestido que por fin escogieron.
Cuando Demi estuvo lista, Maggie entró a la alcoba y se la quedó mirando fijamente.
—¿Y bien? ¿Cómo estoy?
—¿Necesito decírtelo yo? Sospecho que eso lo hará Jake.
Demi la miró ansiosa y no dijo nada. Nunca había tenido un vestido así, ultra sofisticado, de seda negra, se ajustaba al cuerpo y dejaba desnudos los blancos hombros. Las magulladuras casi habían desaparecido. Maggie le miró los brazos y se extrañó al ver una mancha amoratada.
¿Cómo te hiciste eso?
Demi se sintió enrojecer.
—No me digas, puedo adivinar, —añadió Maggie.
Demi pensó estremeciéndose, que ni siquiera podía sospechar. Sin duda Maggie imaginaba alguna lucha, una discusión que terminó en golpes, pero no podía concebir lo que Joseph le hizo. Eso fue una brutalidad.
Necesitas ponerte algo de joyería —le dijo Maggie.
Demi había dejado el joyero que Joseph le dio en el tocador de su elegante y vacío hogar.
—No tengo -dijo sin pizca de arrepentimiento al recordar el collar de perlas que heredó de la madre de Joseph, que había muerto ya antes de la boda, o alguno de los otros objetos hermosos que Joseph le regaló después. Pensó que habían sido juguetes para una prisionera y para ella no tenían valor.
—Puedo prestarte algo de bisutería —le dijo Maggie yéndose a su habitación. Regresó con una caja de marfil, exquisitamente tallada—. Rob me la dio — le dijo mostrándola con placer en el rostro.
 La abrió y buscó entre los enredados adornos, cosa que hizo reír a Demi .
—Déjame a mí — desenredó los collares con paciencia y habilidad.
Ya sé que soy una desordenada.
— Siempre lo fuiste —dijo Demi con afecto.
Discutieron qué joya debía usar Demi y decidieron que un pesado collar de plata que Rob le trajo a Maggie de Egipto. Las hileras de anillos de plata están llenas de medallones cubiertos con signos arábicos. Lo sintió frío y pesado en el cuello desnudo pero reconoció que era el complemento ideal para el elegante vestido.
Demi se miró con frialdad. Su imagen la sorprendió. Alta, delgada, el cuello brillando como fuego alrededor del rostro y el collar de plata que daba a sus facciones un aspecto que jamás había visto antes. Los ojos almendrados de precioso color verde resaltaban más al estar ligeramente maquillados.
Maggie dejó escapar un silbido.
— ¡Ya quisiera ver la cara de Jake!
Demi volvió a sentir de nuevo esa señal de advertencia. Miró tensa a Maggie.
—Maggie... -empezó.
Cualquier cosa que hubiera querido preguntar fue interrumpida por el ruido del timbre de la puerta.
— Ya llegó —dijo Maggie y Demi se preguntó si había imagi­nado el ligero alivio en el tono.
Maggie fue a abrir la puerta y Demi la siguió, mientras recogía su pequeño bolso negro y un chai blanco con hilos plateados.
Cuando entró a la habitación, Jake se reía. Volvió la cabeza y se quedó serio, con los ojos desorbitados.
— ¡Fantástica! —murmuró con voz profunda. Maggie sonrió complacida.
—Creí que te impresionarías —dijo y miró a los dos—. ¡Que os di­virtáis!
Cuando Jake y ella salieron, pensó que Maggie tramaba algo. ¿Qué era lo que tenía en mente al empujarlos tan descaradamente a uno en brazos del otro?
Mientras cenaban en un encantador restaurante, Jake dijo:
—¿Se te olvidó que dijimos que iríamos a la fiesta de Simone? Por eso quería yo que estuvieras elegante. Quiero que los impresiones. Simone puede serte muy útil.
Ella frunció el ceño con disgusto.
—¿Es ésa la única razón por la que hay que ser amable con ella, Jake?
Tú sabes que no. La admiro y sé que tú también, pero debes recordar que conocer gente ayuda. Sin talento no llegarías a ninguna parte, pero aún con él. Puedes pasar inadvertida por el mundo a menos que haya personas que te ayuden. Mucho del éxito depende de estaren el lugar adecuado en el momento adecuado... Si pierdes la oportuni­dad tai vez pierdas todo, por mucho talento que poseas.
—Has cambiado —le dijo francamente.
En la superficie parecía ser el mismo, pero en su interior había cambiado mucho, se había endurecido, era cínico.
—Tú también -le dijo recorriéndole con la mirada-. Estás arre­batadora. Atractiva y hermosa. Vas a causar sensación. Ya vi los diseños preliminares para el vestuario de Josefina y algunos están maravillosamente.
Comenzó a hablar de la serie de televisión y los sentimientos de alarma y ansiedad se desvanecieron. El viejo Jake volvió a salir a la superficie y el placer de las cosas de su trabajo se sobrepusieron a lo demás. Cenaron sin prisa, pero a las diez menos cuarto, Jake miró el reloj y dijo con un suspiro de pesar.

—Es hora de irnos a la tiesta de Simone. Es una lástima, porque disfrutaba con nuestra pequeña conversación privada.

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