viernes, 10 de octubre de 2014

Dama de treboles cap 102

   En cuanto Nick regresó, decidieron tomar un bocado rápido e irse a la cama cuanto antes. Para empezar se entretuvieron en travesuras lujuriosas que encantaban a Nick y que Miley calificaba como propias de burdel, aunque siempre acababa confesando que no conocía pasatiempo más delicioso para avivar la pasión.

   Después de hacer el amor, Nick giró de costado con ella en los brazos y permanecieron entrelazados.

   —¿No estás cansado? Ha sido un viaje muy duro.

   —Me hacías mucha falta —confesó jugando con su pelo.

   —Y tú a mí. —Sonrió besándolo en la mejilla—. Te he echado mucho de menos.

   Nick respiró hondo, giró para quedar boca arriba y la colocó sobre él.

   —¿Ves esta cama? Es nuestro paraíso, Miley .Tú y yo solos.

   —Solo nosotros dos —reafirmó.

   A Nick le hizo gracia su tono solemne.

   —¿Y a los niños? ¿Los dejarás venir a esta cama? —preguntó Miley .

   —Bueno, a ellos sí —aceptó con media sonrisa—. Pero que no vengan mucho. Esta cama es solo
para ti y para mí.

   —Quiero llenar esta casa de amor y de niños —afirmó imaginando el futuro.

   —Lo primero ya lo has conseguido tú, de llenarlo de niños me encargaré yo —susurró besándola en el cuello con deseo.

   Rodaron entre risas sin dejar de besarse, para quedar de nuevo frente a frente.

   —Soy muy feliz contigo —murmuró Miley acariciándole los labios con un dedo.

   —Tus ojos me inspiran paz. —Ella sonrió encantada, pero Nick recordó lo sucedido en Denver—. Y a veces, inquietud.

   —¿Por qué? —preguntó sorprendida.

   —Me inquieta pensar que puedo perderte, que llegue a casa un día y tú no estés. Es como un tormento.

   Miley le acarició el cabello con una sonrisa irónica. Él la interrogó con la mirada y ella negó con la cabeza. No pensaba hablar de ello, carecía de importancia. Miley se había acostumbrado a los rodeos retóricos de que era capaz con tal de evitar llamar al miedo por su nombre. Sólo habla dos palabras con las que utilizaba ese tipo de atajos dialécticos, la palabra «miedo» y el verbo «amar».

   —No vas a perderme —aseguró Miley —. No pensaba decirte esto, pero si yo hubiese sabido que tu felicidad estaba al lado de esa mujer —Nick intentó protestar y ella se lo impidió—, me habría apartado de tu camino.

   —¿Habrías antepuesto mi felicidad a la tuya? —Ella asintió—. Yo no sería capaz.

   —Ya lo hiciste. —Él la miró extrañado—. El día que me facilitaste el dinero para que me marchara. Tú no querías que me fuera. —Nick sonrió para sus adentros al comprobar hasta qué punto sabía Miley leer en su interior—. Y, aun así, me diste libertad para hacerlo. Pero yo ya había decidido que no me iba a mover nadie de tu lado.
—Sí, eres testaruda.

   —Tú también.

   Los dos rieron. Mientras le acariciaba el rostro, Miley recordó algunas de las rarezas de su carácter obstinado.

   —¿En qué piensas? —preguntó al verla sonreír.

   —En que me gustas mucho con lentes.

   —No sigas —gruñó girando la cabeza.

   —¿Qué pasa? No entiendo por qué te molesta que te vea con ellos.

   Lo asió de la barbilla intentando contener la risa.

   —Con lentes no parezco yo, me miro en el espejo y veo a otra persona, eso es todo. Y no te atrevas a reírte —advirtió.

   —¿Los necesitas desde hace muchos años?

   Ejerció toda su voluntad por ponerse seria.

   —Desde la escuela, pero solo para leer, ya lo sabes. Y, antes de que lo preguntes, allí no me causaron ningún problema. Nada que no pudiera solucionar con cuatro puñetazos.

   —Tú no sabes lo atractivo que estás…

   —Basta.

   —Pareces un profesor. Cuando te vi con ellos me entraron ganas de comerte —susurró en su mejilla.

   —Pues no soy un profesor solo entiendo de ganado. Y vamos a dejar el tema —masculló.

   —Sí lo eres, y muy bueno —aseguró abrazándose a su cuello—. ¡Me has enseñado tantas cosas! A no mirar tanto hacia el pasado, a comportarme con naturalidad, me has enseñado a amarte sin miedo. ¿Te parece poco? —Él le regaló una mirada profunda—. Y además estás adorable con lentes.

   —¿Seguro que el brujo de tu poblado…?

   —Shaman.

   —¿… que el chamán de tu poblado no te enseñó algún sortilegio? —inquirió incómodo—. Porque tienes una habilidad especial para sacarme de quicio.

   Ella se lanzó sobre su boca y lo besó con una pasión tan intensa que Nick se rindió al instante. Con la mano recorrió su espalda, sus pechos, su cintura y la detuvo en su vientre.

   —Quiero ver crecer a un hijo mío aquí dentro cuanto antes —susurró.

   Miley le retuvo la mano. No podía decírselo todavía, no hasta estar bien segura. En Kiowa había visto con sus propios ojos con qué facilidad podía malograrse un embarazo en los primeros meses. Solo estaba de una falta, tal vez fuese una falsa alarma. Tendría que guardarlo para sí hasta que pasaran un par de semanas más y que la reconociera el doctor Holbein. De pronto, la asaltaron todas las dudas.

   —¿Y qué pasará si no vienen? —preguntó preocupada—. Mis padres nunca pudieron, y Grace y Aaron tampoco han tenido hijos.

   —Entonces no tendré que compartirte con nadie —aseguró con una caricia—. Te dedicarás a cuidar de mí.

  —¿De verdad no te importaría? —Sus ojos reflejaban una angustia profunda.
   —No. —Su sinceridad la tranquilizó—. Pero sí vendrán. La primera vez que te vi desnuda supe sin dudarlo que tu cuerpo está hecho para la maternidad, y yo pondré todo lo que esté de mi parte —dijo rozando su pecho con los labios.

   —Cuando crezca mi barriga, ¿aguantarás tantos meses sin acercarte a mí? —preguntó seductora.

   —Disfrutaremos igual, pienso seguir haciéndote el amor tanto como ahora.

   —Pero no creo que se pueda. —Lo miró dudosa.

   —Sí se puede, hablé con el doctor…

   —¡Por Dios! —Lo fulminó con la mirada—. ¿Con el doctor Holbein? ¿Esa es tu idea de la discreción?

   —Yo no sé nada de embarazos femeninos y quién mejor que él para informarme —se excusó divertido al verla ruborizada—. Me dijo que lo hagamos con cuidado y no habrá problemas.

   Miley le dio la espalda de brazos cruzados, rezongando sobre la vergüenza que le iba a dar cruzarse con el doctor a partir de entonces. Nick consiguió enfurecerla con un inoportuno ataque de risa. A él no le importaba lo más mínimo lo que pensaran los demás sobre sus actividades amatorias.

   —¿Qué hubieses preferido, que preguntara por ahí a ver qué opina el resto de Indian Creek sobre el asunto? —Ella le lanzó una mirada venenosa por encima del hombro—. O quizá debí consultar al predicador.

   Se tumbó boca arriba y prorrumpió en carcajadas tan potentes que debieron de oírse hasta en el pueblo. Aquello acabó con la paciencia de Miley que hizo un amago de abandonar la cama. Pero él la rodeó con un brazo y se lo impidió.

   —Mmm… Parece que yo también poseo cierta habilidad para sacarte de quicio —murmuró con malicia mordisqueándole un hombro.

   Forcejeó para escapar de sus brazos de hierro, pero Nick escogió la mejor manera de aplacar su ira.

   —Eres un demonio —musitó agarrando su cabeza mientras él le devoraba un pecho.

   —Sí, iré al infierno —corroboró acometiendo el otro pezón.

   —Seguro.

   —Pero, en el último momento, te agarraré de un brazo y te vendrás conmigo. Ya verás qué bien lo vamos a pasar allí —aseguró con un tono cargado de lujuria.

   Rio con picardía disfrutando de sus caricias. Nick sabía cómo incitarla.
Miley deslizó la mano entre los dos y atrapó su miembro acariciándolo con delicadeza.

   —Duro y caliente —susurró en su oído—. Como el cañón de un Winchester recién disparado.

   —Yo no diría tanto —confesó riendo entre dientes.

   Mientras lo ceñía se humedeció los labios sin dejar de mirarlo y él sintió escalofríos al ver su incitante boca entreabierta.

   —Vas a conseguir que se dispare antes de tiempo —gimió con los ojos cerrados.

   Miley se arqueó contra él y le lamió el cuello. La excitaba recordar los sutiles placeres que él le había enseñado a dar y obtener.

   Nick la recorrió con la boca hasta el borde del delirio. Se recostó sobre su espalda y tomándola por la cintura la colocó a horcajadas sobre su cuerpo.

   Erguida sobre las rodillas, se alzó el cabello para dejarlo caer a su espalda y con un brioso movimiento de cabeza sacudió la melena a un lado y a otro. Él le acarició los pechos y ella se acercó a su boca con una mirada salvaje. Cuando Nick oyó de sus labios aquellos cálidos susurros en lengua lakota, la asió por las caderas para gozar de una lenta penetración. Miley tembló de placer.

   —Dicen por ahí que cabalgas muy bien —dijo entre jadeos.

   —Y es verdad —gimió.


   —Demuéstramelo.

*****

Miley no podía creerlo. Nick y ella solos en Denver. Se apretó a su brazo mientras recorrían las calles envueltos en una algarabía abrumadora.

   —Me encanta, Nick —comentó sonriente—. Nunca había visto tanta gente.

   —No siempre es así —le explicó acariciándole la mano—. Esta multitud ha venido con motivo del festival.

   Nick le explicó que, en menos de veinte años, Denver se había convertido en la tercera ciudad más grande del Oeste, por detrás de San Francisco y Omaha. Por ello, sus autoridades idearon una celebración acorde con su importancia, capaz de competir con el Carnaval de Nueva Orleans. Así surgió el Festival dela Montanay la llanura, que cada septiembre se convocaba en honor de todos los habitantes de Colorado, los de las Montañas Rocosas y los de los llanos.

   Durante cuatro días sus calles se llenaban de desfiles con bandas de música, espectáculos y las más diversas atracciones.

   Cuando se vieron rodeados por la muchedumbre, Nick decidió sacar a ______ de allí, harto de empujones.

   —Estas fiestas están bien para un rato, prefiero la tranquilidad del rancho.

   —Yo también —aseguró Miley —, me ahogaría entre tanto edificio.

   —Entremos aquí —decidió.

   —Nick —lo detuvo al ver la fachada—, es demasiado elegante.

   —Como nosotros —aseguró besándola en la mejilla.

   Nick empujó la puerta del Five Points Cafe y ella lo siguió de la mano. Cuando se sentaron junto a las vidrieras, Miley le dio un golpecito en el brazo para que dejase de reír por lo bajo.

   —¿De qué tienes miedo? Parece que te vayan a comer los camareros.

   —Sabes muy bien que no he estado nunca en un sitio así, ni si quiera en el hotel del pueblo.

   —Para todo hay una primera vez —sugirió con una mirada seductora—, y una segunda, y una tercera…

   —Para —rogó en voz baja al ver que se aproximaba un camarero.

   —Una Coor’s, ¿y tú?

   —No lo sé —susurró—, ¿otra Coor’s?

   —Ni pensarlo —convino—. Una limonada helada para la señora.

   Cuando el camarero se alejó, era ella la que tenía que disimular la risa. Nick le alzó la barbilla encantado de verla tan contenta.

   Al momento les sirvieron las bebidas y Miley entendió su negativa.

   —Si tú no bebes alcohol.

   —Esto es solo cerveza, no se puede considerar alcohol y hoy es una ocasión especial. Pero es muy fuerte para ti. Si dejo que te bebas una botella como ésta empezarás a decir tonterías, como la señora Barttlet.

   Los dos hicieron un esfuerzo por contener la risa.

   —Mejor la limonada está riquísima —comentó con un suspiro de satisfacción—. ¿Es cierto que bajan la nieve desde las montañas?

   —Sí —dijo apurando un trago.

   Nick no encontraba el modo de decírselo, además temía su reacción.

   —No pensaba que vendríamos a Denver tan pronto —comentó agradecida.

   —Miley tenemos que hablar. El Festival no es el único motivo de este viaje. —Le tomó la mano—. He conocido a tu familia.

  Ella soltó la cuchara muy pálida y recordó el encuentro en Kiowa.

   —No culpes al chico, lo hizo por tu bien —atajó adivinándole el pensamiento.

  —¿Qué te hace suponer que quiero conocerles?

   No supo qué responder.

  Miley tragó saliva e hizo un esfuerzo por no levantarse y largarse de allí. Una vez más, alguien se erigía en árbitro de su vida sin tomarse la molestia de recabar su opinión.

  —Por favor —rogó Nick.

  Sin dejar que lo interrumpiera, le contó cuanto sabía. Según el relato del señor Watts, su padre era ingeniero dela Union Pacificy se trasladaba con su familia para hacerse cargo de la supervisión del tramo de Cheyenne a Rawlins cuando tuvo lugar la masacre.

   —Cariño, llevan años buscándote. Para mí ha sido una decisión muy difícil. Cuando tu tío sugirió que solo buscaba tu dinero, juré no volver. Pero no podía ocultarte algo así.

  —No me interesa ningún dinero —dijo nerviosa—. ¿Y cómo voy a reaccionar? No los conozco, no puedo sentir afecto por esa familia que acaba de aparecer de la nada.

  —Creo que al menos debes dejar que te conozcan. Tu tío por fin respirará tranquilo. Debe de haber supuesto un golpe muy duro para él verse víctima de un engaño.

   Cuando Nick le explicó la comedia urdida entre Harriet y Smith, Miley se apiadó de aquella familia desconocida.

   Nick pagó la cuenta un poco más tranquilo, por fin la había convencido.

   De camino a casa de los Watts, casi ni hablaron. El temor a perderla empezaba de nuevo a devorar por dentro a Nick.

  —Aquí es —dijo empujando la cancela.

  Miley contempló la elegante mansión y cerró los ojos recordando las diferentes etapas de su
vida.
  —Nick —paró antes de entrar—, a pesar de todo nunca dejaré de querer a mis padres. El amor que me dieron fue tan inmenso que lo sentiré todos los días de mi vida, aunque ellos no estén.

   —Tus padres fueron un personas formidables —dijo tomándole la cara con las manos—. Tienes que sentirte orgullosa y para honrarlos no olvides lo que te enseñaron. ¿Preparada?

   Miley asintió y le apretó la mano con todo su corazón. Salvo a Will Iktomi, Nick era el único hombre blanco al que habla oído elogiar a sus padres.

   Cuando la puerta de los Watts se abrió, Miley temblaba como una espiga al viento. Pero el recibimiento fue tan cálido y emotivo que hasta Nick se sintió cómodo entre ellos. El señor Watts, con los ojos llenos de lágrimas, se deshacía en disculpas y agradecimientos hacia él.

   —Sepa que lo considero mi sobrino, tanto como a Arabella.

   —En ese caso, tendremos que tutearnos, ¿no crees?

   Clifford le dio un abrazo agradecido por que no le guardase rencor. Nick, poco dado a efusiones, recibió tal muestra de afecto con visible incomodidad. Y se sintió rescatado con la llegada de John Collins, que no salía de su asombro al comprobar el parecido de Miley con la difunta tía Marion.

   —Tío Clifford, no creo que pueda acostumbrarme a un nuevo nombre a mi edad. Prefiero que me llames Miley .

  —Por supuesto, tesoro. Lo importante es que estás aquí, el nombre es lo de menos.

  Miley escuchó la historia de sus padres envuelta en un torrente de emociones. Se sintió dichosa al saber que la quisieron tanto. Rachel y Elisabeth no dejaban de preguntarle; ella se sintió conmovida y feliz al comprobar que no hubo ni una pizca de censura o desprecio cuando les relató su vida en las praderas. Aquellas personas encantadoras se esforzaban por hacerla sentir a gusto entre ellos. Hasta la señora Mimm se unió a la familia sin poder contener las lágrimas.

   Esa tarde, por respeto al señor Watts y para no empañar la dicha del encuentro, se evitó nombrar a Harriet.

   —Cuando empezabas a andar —le explicó su tío tomándole la mano—, te caíste con la mala fortuna de apoyar la mano en las brasas de la chimenea. Tardó meses en curar. En el Hospital de Niños de Boston tuvieron que entablillarte la mano para que no se retrajera al cicatrizar.

   —Al final ha sido una suerte —aseguró tomando las manos de su tío entre las suyas.

   La corriente de simpatía que había nacido entre Nick y John se convirtió esa tarde en auténtica amistad. Ambos se interesaron por los negocios del otro, incluso John insistió en enseñarle algunas de sus obras en la ciudad.

   —Me temo que hoy no podrá ser, John. Se nos hace tarde. Cariño, el tren sale en media hora —confirmó mirando el reloj de pared—.

   —Olvidé el reloj, me habría gustado enseñártelo —dijo al señor Watts.

   —Pero no podéis marcharos ahora —adujo Rachel sin soltar la mano de Miley —. Nick, estaremos encantados de que os quedéis con nosotros unos días.

   —Eso es del todo imposible, no puedo ausentarme del rancho en tiempo de cosecha.

   —Permite al menos que se quede Miley unos días. Nosotros podemos llevarla de vuelta a
Kiowa en el tren —rogó Elisabeth.

   —Nick tiene razón, tenemos mucho trabajo. Además, no he traído ropa.

   —No te preocupes, tengo vestidos de sobra y te quedarán perfectos —resolvió Elisabeth.

   —Deja que disfrutemos de su compañía unos días más —casi suplicó Clifford—. Después de tantos años, me resisto a perderla de nuevo.

   Su cariño era tan sincero que Nick no fue capaz de negarse. Miró a Miley y adivinó su deseo.

   —¿Tres días?

   Miley asintió con lágrimas en los ojos. Le dolía separarse de Nick, pero necesitaba tiempo para conocerles.

   —Pero quiero que vengas mí a buscarme.

   Nick sonrió y se despidió de todos. Miley lo acompañó hasta la cancela.

   —Por fin sabes quién eres —murmuró acariciándole la mejilla.

   —Miley  Jonas, hace tiempo que lo se.

   Nick la besó en la frente. Si, ésa era ella, su mujer. Ojalá nada cambiara, aunque un tormento interior no lo dejaba vivir desde que la vio tan feliz con su nueva familia.

   —Cuando vengas a buscarme, trae el carro.

   —Si traigo un par de caballos nos costará la mitad de tiempo. ¿Y por qué no en tren?

   —Aún no hemos dormido juntos bajo las estrellas.

   Nick esbozó una sonrisa. Miley le puso las manos en los hombros y, sin importarle si los veían a no, le dio un beso en la mejilla.

   —Este por traerme a Denver.

   Lo miró a los ojos y lo besó en la otra mejilla.

   —Este por encontrar a mi familia.

   Lo miró de nuevo y con ternura lo besó en los labios.

   —¿Y éste? —preguntó Nick rodeando su cintura.

   —Porque te quiero —sonrió.

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