En cuanto Nick regresó, decidieron tomar un
bocado rápido e irse a la cama cuanto antes. Para empezar se entretuvieron en
travesuras lujuriosas que encantaban a Nick y que Miley calificaba como propias de burdel,
aunque siempre acababa confesando que no conocía pasatiempo más delicioso para
avivar la pasión.
Después de hacer el amor, Nick giró de
costado con ella en los brazos y permanecieron entrelazados.
—¿No estás cansado? Ha sido un viaje muy
duro.
—Me hacías mucha falta —confesó jugando con
su pelo.
—Y tú a mí. —Sonrió besándolo en la
mejilla—. Te he echado mucho de menos.
Nick respiró hondo, giró para quedar boca
arriba y la colocó sobre él.
—¿Ves esta cama? Es nuestro paraíso, Miley .Tú y yo solos.
—Solo nosotros dos —reafirmó.
A Nick le hizo gracia su tono solemne.
—¿Y a los niños? ¿Los dejarás venir a esta
cama? —preguntó Miley .
—Bueno, a ellos sí —aceptó con media
sonrisa—. Pero que no vengan mucho. Esta cama es solo
para
ti y para mí.
—Quiero llenar esta casa de amor y de niños
—afirmó imaginando el futuro.
—Lo primero ya lo has conseguido tú, de
llenarlo de niños me encargaré yo —susurró besándola en el cuello con deseo.
Rodaron entre risas sin dejar de besarse,
para quedar de nuevo frente a frente.
—Soy muy feliz contigo —murmuró Miley acariciándole los labios con un
dedo.
—Tus ojos me inspiran paz. —Ella sonrió
encantada, pero Nick recordó lo sucedido en Denver—. Y a veces, inquietud.
—¿Por qué? —preguntó sorprendida.
—Me inquieta pensar que puedo perderte, que
llegue a casa un día y tú no estés. Es como un tormento.
Miley le acarició el cabello con una
sonrisa irónica. Él la interrogó con la mirada y ella negó con la cabeza. No
pensaba hablar de ello, carecía de importancia. Miley se había acostumbrado a los rodeos
retóricos de que era capaz con tal de evitar llamar al miedo por su nombre.
Sólo habla dos palabras con las que utilizaba ese tipo de atajos dialécticos,
la palabra «miedo» y el verbo «amar».
—No vas a perderme —aseguró Miley —. No pensaba decirte esto, pero
si yo hubiese sabido que tu felicidad estaba al lado de esa mujer —Nick intentó
protestar y ella se lo impidió—, me habría apartado de tu camino.
—¿Habrías antepuesto mi felicidad a la tuya?
—Ella asintió—. Yo no sería capaz.
—Ya lo hiciste. —Él la miró extrañado—. El
día que me facilitaste el dinero para que me marchara. Tú no querías que me
fuera. —Nick sonrió para sus adentros al comprobar hasta qué punto sabía Miley leer en su interior—. Y, aun así,
me diste libertad para hacerlo. Pero yo ya había decidido que no me iba a mover
nadie de tu lado.
—Sí,
eres testaruda.
—Tú también.
Los dos rieron. Mientras le acariciaba el
rostro, Miley recordó algunas de las rarezas de
su carácter obstinado.
—¿En qué piensas? —preguntó al verla
sonreír.
—En que me gustas mucho con lentes.
—No sigas —gruñó girando la cabeza.
—¿Qué pasa? No entiendo por qué te molesta
que te vea con ellos.
Lo asió de la barbilla intentando contener
la risa.
—Con lentes no parezco yo, me miro en el
espejo y veo a otra persona, eso es todo. Y no te atrevas a reírte —advirtió.
—¿Los necesitas desde hace muchos años?
Ejerció toda su voluntad por ponerse seria.
—Desde la escuela, pero solo para leer, ya
lo sabes. Y, antes de que lo preguntes, allí no me causaron ningún problema.
Nada que no pudiera solucionar con cuatro puñetazos.
—Tú no sabes lo atractivo que estás…
—Basta.
—Pareces un profesor. Cuando te vi con ellos
me entraron ganas de comerte —susurró en su mejilla.
—Pues no soy un profesor solo entiendo de
ganado. Y vamos a dejar el tema —masculló.
—Sí lo eres, y muy bueno —aseguró
abrazándose a su cuello—. ¡Me has enseñado tantas cosas! A no mirar tanto hacia
el pasado, a comportarme con naturalidad, me has enseñado a amarte sin miedo.
¿Te parece poco? —Él le regaló una mirada profunda—. Y además estás adorable
con lentes.
—¿Seguro que el brujo de tu poblado…?
—Shaman.
—¿… que el chamán de tu poblado no te enseñó
algún sortilegio? —inquirió incómodo—. Porque tienes una habilidad especial
para sacarme de quicio.
Ella se lanzó sobre su boca y lo besó con
una pasión tan intensa que Nick se rindió al instante. Con la mano recorrió su
espalda, sus pechos, su cintura y la detuvo en su vientre.
—Quiero ver crecer a un hijo mío aquí dentro
cuanto antes —susurró.
Miley le retuvo la mano. No podía
decírselo todavía, no hasta estar bien segura. En Kiowa había visto con sus
propios ojos con qué facilidad podía malograrse un embarazo en los primeros
meses. Solo estaba de una falta, tal vez fuese una falsa alarma. Tendría que
guardarlo para sí hasta que pasaran un par de semanas más y que la reconociera
el doctor Holbein. De pronto, la asaltaron todas las dudas.
—¿Y qué pasará si no vienen? —preguntó
preocupada—. Mis padres nunca pudieron, y Grace y Aaron tampoco han tenido
hijos.
—Entonces no tendré que compartirte con
nadie —aseguró con una caricia—. Te dedicarás a cuidar de mí.
—¿De verdad no te importaría? —Sus ojos
reflejaban una angustia profunda.
—No. —Su sinceridad la tranquilizó—. Pero sí
vendrán. La primera vez que te vi desnuda supe sin dudarlo que tu cuerpo está
hecho para la maternidad, y yo pondré todo lo que esté de mi parte —dijo
rozando su pecho con los labios.
—Cuando crezca mi barriga, ¿aguantarás
tantos meses sin acercarte a mí? —preguntó seductora.
—Disfrutaremos igual, pienso seguir
haciéndote el amor tanto como ahora.
—Pero no creo que se pueda. —Lo miró dudosa.
—Sí se puede, hablé con el doctor…
—¡Por Dios! —Lo fulminó con la mirada—. ¿Con
el doctor Holbein? ¿Esa es tu idea de la discreción?
—Yo no sé nada de embarazos femeninos y
quién mejor que él para informarme —se excusó divertido al verla ruborizada—.
Me dijo que lo hagamos con cuidado y no habrá problemas.
Miley le dio la espalda de brazos
cruzados, rezongando sobre la vergüenza que le iba a dar cruzarse con el doctor
a partir de entonces. Nick consiguió enfurecerla con un inoportuno ataque de
risa. A él no le importaba lo más mínimo lo que pensaran los demás sobre sus
actividades amatorias.
—¿Qué hubieses preferido, que preguntara por
ahí a ver qué opina el resto de Indian Creek sobre el asunto? —Ella le lanzó
una mirada venenosa por encima del hombro—. O quizá debí consultar al
predicador.
Se tumbó boca arriba y prorrumpió en
carcajadas tan potentes que debieron de oírse hasta en el pueblo. Aquello acabó
con la paciencia de Miley que hizo un amago de abandonar la cama. Pero él la
rodeó con un brazo y se lo impidió.
—Mmm… Parece que yo también poseo cierta
habilidad para sacarte de quicio —murmuró con malicia mordisqueándole un
hombro.
Forcejeó para escapar de sus brazos de
hierro, pero Nick escogió la mejor manera de aplacar su ira.
—Eres un demonio —musitó agarrando su cabeza
mientras él le devoraba un pecho.
—Sí, iré al infierno —corroboró acometiendo
el otro pezón.
—Seguro.
—Pero, en el último momento, te agarraré de
un brazo y te vendrás conmigo. Ya verás qué bien lo vamos a pasar allí —aseguró
con un tono cargado de lujuria.
Rio con picardía disfrutando de sus
caricias. Nick sabía cómo incitarla.
Miley deslizó la mano entre los dos y atrapó su miembro acariciándolo con delicadeza.
Miley deslizó la mano entre los dos y atrapó su miembro acariciándolo con delicadeza.
—Duro y caliente —susurró en su oído—. Como
el cañón de un Winchester recién disparado.
—Yo no diría tanto —confesó riendo entre
dientes.
Mientras lo ceñía se humedeció los labios
sin dejar de mirarlo y él sintió escalofríos al ver su incitante boca
entreabierta.
—Vas a conseguir que se dispare antes de
tiempo —gimió con los ojos cerrados.
Miley se arqueó contra él y le lamió el
cuello. La excitaba recordar los sutiles placeres que él le había enseñado a
dar y obtener.
Nick la recorrió con la boca hasta el borde
del delirio. Se recostó sobre su espalda y tomándola por la cintura la colocó a
horcajadas sobre su cuerpo.
Erguida sobre las rodillas, se alzó el cabello
para dejarlo caer a su espalda y con un brioso movimiento de cabeza sacudió la
melena a un lado y a otro. Él le acarició los pechos y ella se acercó a su boca
con una mirada salvaje. Cuando Nick oyó de sus labios aquellos cálidos susurros
en lengua lakota, la asió por las caderas para gozar de una lenta penetración. Miley tembló de placer.
—Dicen por ahí que cabalgas muy bien —dijo
entre jadeos.
—Y es verdad —gimió.
—Demuéstramelo.
*****
Miley no podía creerlo. Nick y ella
solos en Denver. Se apretó a su brazo mientras recorrían las calles envueltos
en una algarabía abrumadora.
—Me encanta, Nick —comentó sonriente—. Nunca
había visto tanta gente.
—No siempre es así —le explicó acariciándole
la mano—. Esta multitud ha venido con motivo del festival.
Nick le explicó que, en menos de veinte
años, Denver se había convertido en la tercera ciudad más grande del Oeste, por
detrás de San Francisco y Omaha. Por ello, sus autoridades idearon una celebración
acorde con su importancia, capaz de competir con el Carnaval de Nueva Orleans.
Así surgió el Festival dela Montanay la llanura, que cada septiembre se
convocaba en honor de todos los habitantes de Colorado, los de las Montañas
Rocosas y los de los llanos.
Durante cuatro días sus calles se llenaban
de desfiles con bandas de música, espectáculos y las más diversas atracciones.
Cuando se vieron rodeados por la
muchedumbre, Nick decidió sacar a ______ de allí, harto de empujones.
—Estas fiestas están bien para un rato,
prefiero la tranquilidad del rancho.
—Yo también —aseguró Miley —, me ahogaría entre tanto
edificio.
—Entremos aquí —decidió.
—Nick —lo detuvo al ver la fachada—, es
demasiado elegante.
—Como nosotros —aseguró besándola en la
mejilla.
Nick empujó la puerta del Five Points Cafe y
ella lo siguió de la mano. Cuando se sentaron junto a las vidrieras, Miley le dio un golpecito en el brazo
para que dejase de reír por lo bajo.
—¿De qué tienes miedo? Parece que te vayan a
comer los camareros.
—Sabes muy bien que no he estado nunca en un
sitio así, ni si quiera en el hotel del pueblo.
—Para todo hay una primera vez —sugirió con
una mirada seductora—, y una segunda, y una tercera…
—Para —rogó en voz baja al ver que se
aproximaba un camarero.
—Una Coor’s, ¿y tú?
—No lo sé —susurró—, ¿otra Coor’s?
—Ni pensarlo —convino—. Una limonada helada
para la señora.
Cuando el camarero se alejó, era ella la que
tenía que disimular la risa. Nick le alzó la barbilla encantado de verla tan
contenta.
Al momento les sirvieron las bebidas y Miley entendió su negativa.
—Si tú no bebes alcohol.
—Esto es solo cerveza, no se puede
considerar alcohol y hoy es una ocasión especial. Pero es muy fuerte para ti.
Si dejo que te bebas una botella como ésta empezarás a decir tonterías, como la
señora Barttlet.
Los dos hicieron un esfuerzo por contener la
risa.
—Mejor la limonada está riquísima —comentó
con un suspiro de satisfacción—. ¿Es cierto que bajan la nieve desde las
montañas?
—Sí —dijo apurando un trago.
Nick no encontraba el modo de decírselo,
además temía su reacción.
—No pensaba que vendríamos a Denver tan
pronto —comentó agradecida.
—Miley tenemos que hablar. El Festival no
es el único motivo de este viaje. —Le tomó la mano—. He conocido a tu familia.
Ella soltó la cuchara muy pálida y recordó el
encuentro en Kiowa.
—No culpes al chico, lo hizo por tu bien
—atajó adivinándole el pensamiento.
—¿Qué te hace suponer que quiero conocerles?
No supo qué responder.
Miley tragó saliva e hizo un esfuerzo
por no levantarse y largarse de allí. Una vez más, alguien se erigía en árbitro
de su vida sin tomarse la molestia de recabar su opinión.
—Por favor —rogó Nick.
Sin dejar que lo interrumpiera, le contó
cuanto sabía. Según el relato del señor Watts, su padre era ingeniero dela
Union Pacificy se trasladaba con su familia para hacerse cargo de la
supervisión del tramo de Cheyenne a Rawlins cuando tuvo lugar la masacre.
—Cariño, llevan años buscándote. Para mí ha
sido una decisión muy difícil. Cuando tu tío sugirió que solo buscaba tu
dinero, juré no volver. Pero no podía ocultarte algo así.
—No me interesa ningún dinero —dijo
nerviosa—. ¿Y cómo voy a reaccionar? No los conozco, no puedo sentir afecto por
esa familia que acaba de aparecer de la nada.
—Creo que al menos debes dejar que te
conozcan. Tu tío por fin respirará tranquilo. Debe de haber supuesto un golpe muy
duro para él verse víctima de un engaño.
Cuando Nick le explicó la comedia urdida
entre Harriet y Smith, Miley se apiadó de aquella familia desconocida.
Nick pagó la cuenta un poco más tranquilo,
por fin la había convencido.
De camino a casa de los Watts, casi ni
hablaron. El temor a perderla empezaba de nuevo a devorar por dentro a Nick.
—Aquí es —dijo empujando la cancela.
Miley contempló la elegante mansión y
cerró los ojos recordando las diferentes etapas de su
vida.
—Nick —paró antes de entrar—, a pesar de todo
nunca dejaré de querer a mis padres. El amor que me dieron fue tan inmenso que
lo sentiré todos los días de mi vida, aunque ellos no estén.
—Tus padres fueron un personas formidables
—dijo tomándole la cara con las manos—. Tienes que sentirte orgullosa y para
honrarlos no olvides lo que te enseñaron. ¿Preparada?
Miley asintió y le apretó la mano con
todo su corazón. Salvo a Will Iktomi, Nick era el único hombre blanco al que
habla oído elogiar a sus padres.
Cuando la puerta de los Watts se abrió, Miley temblaba como una espiga al
viento. Pero el recibimiento fue tan cálido y emotivo que hasta Nick se sintió
cómodo entre ellos. El señor Watts, con los ojos llenos de lágrimas, se
deshacía en disculpas y agradecimientos hacia él.
—Sepa que lo considero mi sobrino, tanto
como a Arabella.
—En ese caso, tendremos que tutearnos, ¿no
crees?
Clifford le dio un abrazo agradecido por que
no le guardase rencor. Nick, poco dado a efusiones, recibió tal muestra de
afecto con visible incomodidad. Y se sintió rescatado con la llegada de John
Collins, que no salía de su asombro al comprobar el parecido de Miley con la difunta tía Marion.
—Tío Clifford, no creo que pueda
acostumbrarme a un nuevo nombre a mi edad. Prefiero que me llames Miley .
—Por supuesto, tesoro. Lo importante es que
estás aquí, el nombre es lo de menos.
Miley escuchó la historia de sus padres
envuelta en un torrente de emociones. Se sintió dichosa al saber que la
quisieron tanto. Rachel y Elisabeth no dejaban de preguntarle; ella se sintió
conmovida y feliz al comprobar que no hubo ni una pizca de censura o desprecio
cuando les relató su vida en las praderas. Aquellas personas encantadoras se
esforzaban por hacerla sentir a gusto entre ellos. Hasta la señora Mimm se unió
a la familia sin poder contener las lágrimas.
Esa tarde, por respeto al señor Watts y para
no empañar la dicha del encuentro, se evitó nombrar a Harriet.
—Cuando empezabas a andar —le explicó su tío
tomándole la mano—, te caíste con la mala fortuna de apoyar la mano en las
brasas de la chimenea. Tardó meses en curar. En el Hospital de Niños de Boston
tuvieron que entablillarte la mano para que no se retrajera al cicatrizar.
—Al final ha sido una suerte —aseguró
tomando las manos de su tío entre las suyas.
La corriente de simpatía que había nacido
entre Nick y John se convirtió esa tarde en auténtica amistad. Ambos se
interesaron por los negocios del otro, incluso John insistió en enseñarle
algunas de sus obras en la ciudad.
—Me temo que hoy no podrá ser, John. Se nos
hace tarde. Cariño, el tren sale en media hora —confirmó mirando el reloj de
pared—.
—Olvidé el reloj, me habría gustado
enseñártelo —dijo al señor Watts.
—Pero no podéis marcharos ahora —adujo
Rachel sin soltar la mano de Miley —. Nick, estaremos encantados de
que os quedéis con nosotros unos días.
—Eso es del todo imposible, no puedo
ausentarme del rancho en tiempo de cosecha.
—Permite al menos que se quede Miley unos días. Nosotros podemos
llevarla de vuelta a
Kiowa
en el tren —rogó Elisabeth.
—Nick tiene razón, tenemos mucho trabajo.
Además, no he traído ropa.
—No te preocupes, tengo vestidos de sobra y
te quedarán perfectos —resolvió Elisabeth.
—Deja que disfrutemos de su compañía unos
días más —casi suplicó Clifford—. Después de tantos años, me resisto a perderla
de nuevo.
Su cariño era tan sincero que Nick no fue
capaz de negarse. Miró a Miley y adivinó su deseo.
—¿Tres días?
Miley asintió con lágrimas en los ojos.
Le dolía separarse de Nick, pero necesitaba tiempo para conocerles.
—Pero quiero que vengas mí a buscarme.
Nick sonrió y se despidió de todos. Miley lo acompañó hasta la cancela.
—Por fin sabes quién eres —murmuró
acariciándole la mejilla.
—Miley Jonas, hace tiempo que lo se.
Nick la besó en la frente. Si, ésa era ella,
su mujer. Ojalá nada cambiara, aunque un tormento interior no lo dejaba vivir
desde que la vio tan feliz con su nueva familia.
—Cuando vengas a buscarme, trae el carro.
—Si traigo un par de caballos nos costará la
mitad de tiempo. ¿Y por qué no en tren?
—Aún no hemos dormido juntos bajo las
estrellas.
Nick esbozó una sonrisa. Miley le puso las manos en los hombros
y, sin importarle si los veían a no, le dio un beso en la mejilla.
—Este por traerme a Denver.
Lo miró a los ojos y lo besó en la otra mejilla.
—Este por encontrar a mi familia.
Lo miró de nuevo y con ternura lo besó en
los labios.
—¿Y éste? —preguntó Nick rodeando su
cintura.
—Porque te quiero —sonrió.
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