viernes, 7 de diciembre de 2012

La prometida del desierto cap30



Cuando la puerta se abrió se dio la vuelta con el ceño fruncido de sorpresa al verlo.

Su brillante mirada oscura recorrió la habitación y se deslizó por su translúcida figura con una profunda admiración que la dejó tan furiosa como avergonzada.

Alcanzó la bata que Zulema había dejado en una silla cercana y se la puso por delante como una barrera defensiva.

—¿Qué quieres?

Nick puso un inesperado gesto de diversión y con gestos insolentes se quitó el turbante.

—¿Necesitas preguntarlo? —murmuró con pereza.

—¿Qué crees que estás haciendo?

—¿Qué te parece a ti?

Se estaba desvistiendo pero Miley se negaba a creer en sus propios ojos.

—Pensé que esta era mi habitación.

—Esta noche es nuestra — dijo Nick con suavidad.

—No pienso compartir esta habitación contigo.

—Lo harás. Eres mi esposa.

—Técnicamente hablando.

—Yo no tengo la mente técnica.

Se quitó un reloj de cadena de oro con total calma.

Miley se quedó sin aliento.

—Pero moralmente...

—¿Y qué puedes tú tener que decir con respecto a eso? — interrumpió Nick con desdén — ¿O es que te olvidas de que esta misma mañana me ofreciste la libertad de tu cuerpo sin el compromiso de un matrimonio?

Miley se puso escarlata.

—Estaba... estaba muy confundida esta mañana...

—Corrección estabas desesperada y déjame que te cuente lo que hubiera pasado si yo hubiera aceptado. En cuanto estuvieras de vuelta en Inglaterra y a salvo hubieras encontrado de nuevo cien razones para no poder estar juntos.

—Eso no es verdad.

—Tu escapada acaba aquí esta noche — amenazó con suavidad Nick — Y la decisión la has tomado tú misma cuando escogiste quedarte. Te dije que me casaría contigo si te quedabas y no tengo necesidad de justificar mi presencia en la noche de bodas. Eres mi mujer.

—¡No quiero anular esa boda y volver a casa!

—Esa es una fantasía que no se cumplirá. Puedes tomarme como tu amante en vez de como tu marido. En este momento no me importa pero te aseguro que tus juegos se han acabado. Esta noche te tendré en mis brazos y haremos el amor.

Miley temblaba de furiosa incredulidad.

—Si crees que te permitiré utilizarme de esa manera te vas a llevar una buena sorpresa.

Nick le dirigió una mirada brillante de intensidad que acortó la distancia que había entre ellos.

—No creo que sea yo el que se lleve la sorpresa.

—¡Tú dijiste que este matrimonio había sido un estúpido error!

—Un error con el que tendré que convivir hasta el final del verano. Y si yo tengo que vivir con él tú también.

—Esa es una actitud totalmente irrazonable.

—No me siento muy razonable.¿Por qué debería estarlo? Tú ya no mereces una consideración especial por mi parte. Me caso contigo por cuestión de honor y ¿cómo me pagas?

—¡Yo no quería casarme contigo!

—Entonces en el nombre de Alá, ¿por qué no subiste a ese helicóptero?

—Yo... yo...

—Sabía que no tendrías respuesta. Pero no creas que yo no conozco la respuesta a ese misterio. ¡Sé lo que pasa por tu cabeza!

Miley se había puesto muy pálida.

—¿Cómo puedes saberlo?

—Conozco tu arrogancia.

—¿Mi arrogancia?

Apenas podía creer que él la acusara precisamente de eso.

—Creíste que podías hacerme jugar tu juego. Que podías hacer las cosas a tu manera. Pero ¿qué se esconde tras esa derrota? Una verdad que no quieres reconocer. Tu deseo por mí es tan fuerte como tu orgullo más fuerte que tus prejuicios y más aún que el poder que ejerces sobre mí. Porque yo te hubiera dejado ir.

Mientras escuchaba aquella verdad que no deseaba oír Miley apretó los dientes y se puso pálida.
Era como si aquella media hora de decisión en el desierto fuera un concurso de poderes una batalla en la que él había triunfado y no pensaba dejar que ella lo olvidara.

—Así que no me culpes a mí de tu vacilación porque te di la libertad y tú no la quisiste.

Sus sensuales ojos dorados se deslizaron sobre ella y su posesiva boca se arqueó.

—¿Y por qué te estremeces tras esa bata? ¡Estás ridícula! No soy tan estúpido como para imaginar que una mujer de tu edad y educación sea todavía una tímida virgen.

—Pues yo creo que eres muy estúpido — susurró Miley sonrojada de vergüenza.

Pero no pensaba quitarse aquella bata y exponerse semidesnuda por muy ridícula que pareciera.

—En eso puede que tengas razón. Debería haber seguido mis propios ideales. No debería haber sido permisivo con tu sociedad carente de principios. Tuve que superar ciertas barreras culturales antes de pedirte que te convirtieras en mi mujer sabiendo que yo no sería tu primer amante.

—¿De verdad? ¿Y cómo sabes eso?

Su sensual boca se apretó.

—Sé muy bien que compartiste un apartamento con un hombre el año anterior a mi estancia. Me enteré en Inglaterra.



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