Nick recordó cómo la había visto reaccionar cabizbaja y sumisa ante sus injustos reproches.
Ese era el motivo.
Durante ocho años había estado sometida a continuas reprimendas.
Y se maldijo por haber estado tan ciego.
Arrastrado por la vanidad y el orgullo habla conseguido humillarla con la misma dureza que la agria viuda Dempsey.
—Cordelia y McNabb apenas tenían relación. Ella desaprobaba su vida licenciosa — continuó Miley — Pero a su muerte él se instaló en la casa. Yo heredé la propiedad con la condición de no casarme. Así su hermano quedaba bien atendido. Nunca confió en que buscara esposa y de hacerlo supuso que no sería una mujer adecuada.
—Pero eso era injusto para ti te obligaba a ser una especie de ama de llaves de ese hombre.
—Él tenía su misma sangre y yo era adoptada. Por eso dispuso que en caso de contraer matrimonio la propiedad pasara a manos suyas. Debió de pensar que al desposarme contaría con la casa de mi marido y era justo que su hermano se quedase con la de ella.
—Muy justa y muy generosa con su hermano — comentó con ironía.
—Cuando ese hombre vino a vivir conmigo comprobó con disgusto que yo no tenía intención de casarme. Así que además de una criada decidió obtener de mí… otra serie de favores.
Nick se incorporó con brusquedad y la agarró por los hombros.
—¿Te forzó? — preguntó con un siseo.
—Lo intentó varias veces pero yo me defendí como una pantera rabiosa — dijo Miley estremeciéndose al recordar aquel horror.
—¿Por qué no me lo contaste?
—Nick me haces daño — le advirtió con suavidad.
En la mente de Nick apareció como un fogonazo la mañana del 21 de junio.
Recordó con absoluta nitidez los arañazos en la cara de McNabb
El temor en los ojos de Miley el desmedido interés de aquel sujeto por atestiguar el matrimonio su sonrisa sardónica tras la boda.
Todo lo recordó todo.
Miley pudo notar cómo la ira se iba apoderando de él.
Los brazos le temblaban y le alarmó su mirada incendiaria.
Puso las manos sobre las suyas en un intento por tranquilizarlo pero él la soltó con brusquedad.
Sin decir una palabra, se dirigió al cuarto de las cuentas.
—Nick escucha — lo siguió asustada — No me hizo nada.
—Me estafó a mí — hablaba para sí mientras llenaba el tambor del Colt — te arrebató tu casa intentó forzarte.
Mientras se ajustaba la cartuchera Miley intentaba hacerlo entrar en razón.
—No vayas Nick. Te lo suplico. Aquel día tuve que callar — argumentó desesperada — Ibas armado te habrías buscado la ruina.
—Maldita sea Miley .Permitiste que te acusara de ser su cómplice de ser su amante — dijo atormentado — ¡Y no fuiste capaz de sincerarte conmigo!
—Quería evitar esto. Nick por favor… — gimió asiéndolo por la camisa.
Nick agarró el rifle y salió de la casa a toda prisa sin atender los ruegos de Miley que lo seguía a pocos pasos.
Tampoco la escuchó mientras ensillaba al appaloosa.
Sin mirarla ni una sola vez enganchó el Winchester en el cuerno de la silla montó y clavó espuelas con furia.
Aún con la palabra en la boca Miley lo vio desaparecer colina abajo.
Durante las horas que siguieron a la partida de Nick hacia Kiowa Crossing Miley hizo cuanto pudo por dominar la ansiedad:
recorrió el porche arriba y abajo; recogió guisantes del huerto y al desgranarlos le temblaban tanto las manos que se le escapaban entre los dedos saltando como pulgas a su alrededor.
Dio gracias al Cielo porque Grace ya no estuviera en el rancho y todos los hombres se encontraran en los pastos con el ganado.
Por suerte esa tarde no recibió ninguna visita porque se sentía incapaz de hablar con nadie.
Limpió los cristales de todas las ventanas de la casa con tanto brío que acabó con los brazos doloridos; atendió a los animales cogió manzanas…
Las que no alcanzaba las derribó a escobazos con tanta rabia que algunas aterrizaron a varias yardas del manzano la mayoría muy magulladas.
Desesperada por verlo de regreso recorrió la distancia entre la casa y la falda de la colina tantas veces que perdió la cuenta.
Y maldijo, maldijo a McNabb muchas veces.
Y también a Nick.
Gritó sabiendo que nadie la oía y también lloró.
Lloraba y volvía a gritar; gritaba y volvía a maldecir.
Luego arrepentida pedía perdón a Dios en silencio e imploraba para que Nick regresase sano y salvo.
Sobre todo con las manos limpias de sangre.
Y al pensar en él volvía a empezar una nueva sucesión de gritos maldiciones y lágrimas.
Preparó la cena pero fue incapaz de probar bocado.
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