domingo, 16 de diciembre de 2012

Dama de treboles cap 57



Elisabeth Watts se había demorado y temía no llegar a tiempo a casa.
Aún debía cambiarse de ropa antes de que pasara a recogerla John Collins.

Por suerte era conocido de su padre y éste no opuso objeción alguna a que la invitase de cuando en cuando a dar un paseo incluso había accedido a que los acompañase una noche ala Tabor GrandOpera House.

Pero aquel tipo de veladas familiares no eran del agrado de Elisabeth.
Lo que ella deseaba era estar a solas con él y esa tarde era una de esas ocasiones.
 
Su padre se acercó a abrirle la cancela.

   —Gracias —dijo besándole la mejilla—. ¿Qué haces en el jardín? Está muy nublado.

  —Tu madre se ha empeñado en que ejerza de ayudante mientras poda sus rosales.

Corrió hacia la casa. La puerta se abrió sin necesidad de llamar.
Elisabeth saludó a la señora Mimm mientras le lanzaba el sombrero y recorriendo el vestíbulo se alzó las faldas para trotar escaleras arriba.

   El señor Watts volvió junto a su esposa, que ya se sacudía la tierra del delantal.

   —Acaba de llegar y parece que tiene prisa por marcharse otra vez —protestó.

   —Viene de casa de su amiga Leda. La está ayudando con los preparativos de su boda. Ya sabes, cosas de chicas. Y dentro de un rato vendrá John Collins para llevarla a dar un paseo —comentó Rachel quitándose los guantes.

   —Viene mucho por aquí ese Collins, ¿no? —preguntó con ironía.

   —¡Clifford! Tiene veinte años. A su edad, yo ya me había casado.

Él hizo caso omiso del reproche.
Le costaba hacerse a la idea de que su preciosa hija se había convertido en una mujer.

No ponía objeción alguna a aquel incipiente cortejo del señor Collins le parecía un hombre honesto digno de llegar a ser el esposo de Elisabeth pero la idea de perderla tan pronto era algo que lo mortificaba.

Con aire resignado, tomó a su esposa por los hombros y entraron en casa.

Cuando Elisabeth se reunió con ellos en el salón su padre reconoció con orgullo que cada día era más bella.

La adivinó tan dichosa que sintió una pizca de celos hacia aquel John Collins por su habilidad para hacerla feliz  convencido de que con un par de sonrisas de seductor y cuatro miradas lánguidas iba arrebatarle a su única hija.

   —Ya me ha dicho tu madre que esperamos al señor Collins —le reprochó con cariño.

   —¡Ay, papá! Se me olvidó decírtelo. No te importa ¿verdad?  —preguntó con ojos suplicantes.

   —Claro que no. Pero el vestido de antes es muy bonito, no necesitabas cambiarte.

   —El vestido de antes es de diario y John me va a llevar al City Park a pasear junto al lago.

   —No hace un buen día para pasear, está muy nublado — opinó padre.

   —Hace una tarde fabulosa — replicó ella convencida.

   —Pero si hace un rato… — insistió.

   —No entiendes nada, Clifford — intervino su esposa impidiendo que la atosigase.

«Ya no es el Señor Collins, ahora es John» pensó el señor Watts molesto.

Miró a su esposa con el ceño fruncido y ella le devolvió una mirada de reproche por empeñarse en mantener una actitud tan protectora.

Elisabeth se acicalaba con esmero cada vez que iba a verlo y el resultado saltaba a la vista.
Con aquel vestido de algodón color crema estampado en florecitas ciruela estaba preciosa.

Y en esta ocasión, había adornado el peinado con unos prendedores de piedras de cristal a juego con el vestido.
No pensaba utilizar sombrero ante John, quería lucir sus bucles castaño oscuro en todo su esplendor.

A su padre no le pasó desapercibido semejante despliegue de presunción y sonrió ante la indudable ilusión de su hija con aquel pretendiente.
 
En ese momento llamaron a la puerta y la señora Mimm salió a abrir.
Instantes después entró en el salón John Collins y a Elisabeth le brillaron los ojos nada más verlo.
Le encantaban su cabello rubio y aquellos ojos claros que destacaban en su rostro tostado.
 
Con un breve saludo de cortesía se aprestó a estrechar la mano del señor Watts y a besar la de Rachel.
Cuando besó la mano de Elisabeth mirándola con adoración ella sintió que se estremecía con el contraste entre el suave roce de sus labios y el tacto de sus manos callosas.
Temió ruborizarse, pero consiguió disimular ante él el efecto que le provocaba.

   —Si me lo permiten, les privaré de la compañía de su hija durante el resto de la tarde —anunció sin dejar de mirar a Elisabeth.

Su padre asintió con la cabeza.
Tras un breve intercambio de frases caballerosas, los señores Watts despidieron a su hija que con semblante dichoso salió de la casa seguida de su apuesto acompañante.

Rachel los contempló desde la ventana hasta que los vio desaparecer por la puerta del jardín.

   —¡Hacen tan buena pareja! Me parece que sabrá hacerla feliz.

   —He de reconocer que me gusta ese joven. Es honrado, sabe lo que significa trabajar y parece que adora a nuestra hija. Pero no puedo evitar sentir este dolor — dijo tocándose el pecho — cuando pienso en que pronto la alejará de nosotros.

   —Como mucho la alejará hasta las afueras de Denver. Tal como prospera su negocio no creo que vayan a abandonar la ciudad — lo tranquilizó — Y piensa en el día que veas esta casa llena de nietos.

Aquello puso de mejor humor a Clifford Watts.
Siempre deseó una familia numerosa pero la concepción de Elisabeth tardó tanto y el embarazo fue tan complicado que desecharon toda esperanza de tener más descendencia.

Así pues se consoló con aquella idea y durante un buen rato soñó despierto con tan prometedor futuro.


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