lunes, 30 de julio de 2012

Dama de treboles cap 4




Miley atravesó veloz el corredor del primer piso con aquel apellido resonando en sus oídos.
Tendría que habituarse a él, porque a partir de ese día sería también el suyo.
Un nuevo nombre, ojalá que fuese el definitivo.

   No había tiempo que perder. Temía que aquel hombre se echara atrás, o algo mucho peor, que McNabb se resistiese a dar su consentimiento.

A toda prisa, agarró un bolso de viaje del dormitorio de Cordelia.

No pensaba llevarse nada que no le perteneciera, pero aquello no contaba y ella ya no estaba para dar su opinión.

Ya en su dormitorio, tomó el contenido de los cajones de la cómoda y lo introdujo sin miramientos en el maletín. Resultaba demasiado pequeño pero tampoco poseía baúl. Decidió llevar sólo la ropa menos voluminosa. Ya vería la manera de que el señor Jonas le proporcionara cualquier cosa que resultase imprescindible en el rancho.

   Intentó no olvidar nada importante. Poco había que pensar, en realidad nada tenía que considerase propio.

¡El libro! A toda prisa abrió el cajón de su mesilla de noche. Acarició la tapa con un suspiro de alivio, dando gracias por no haberlo olvidado, y forzó el maletín hasta que lo ubicó en un lateral.

Abrió de nuevo el armario. En su equipaje no cabía ni una prenda de abrigo, pero el invierno que daba lejano y lo importante era salir de aquella casa cuanto antes.

 Miley Consiguió meter un par de zapatos y, ya sí, dio por finalizado su equipaje.

   Sentada en la cama, dio un último vistazo: aquellas cuatro paredes habían sido su refugio durante los últimos ocho años.

Acarició la colcha de croché cuya confección la mantuvo ocupada tantas tardes en silencio.
A través de la ventana, contempló el oscuro callejón y se consideró afortunada, iba a vivir en el campo.

Imaginó espacios amplios y luminosos, deseando oír el murmullo de las hojas cuando las zarandea el viento, ver la hierba moverse en los prados como un inmenso mar verde que cambia de tono a merced de La brisa.

Como cuando era niña.

  Y debía ser valiente para enfrentarse a la nueva vida que aquel desconocido le brindaba.
Se lo había advertido con toda claridad, «no espere otra cosa que trabajo».
No lo esperaría, estaba dispuesta a aceptar sus condiciones y a conformarse con lo que le ofreciera.

Algo le decía en su interior que aquel hombre era una buena elección.
Lo supo desde el momento en que lo vio por primera vez.
Muy a su pesar, hubo de reconocer que cuando la miró con aquellos ojos del color de la corteza del abeto sintió un escalofrío.

Su cuerpo era tan grande que invitaba a recostar la mejilla en su pecho y dejarse envolver entre sus brazos gozando de su protección
Mejor no pensar en ello porque de su actitud dedujo que jamás cabría ninguna posibilidad de ternura entre los dos. Sus palabras fueron rudas y su actitud hiriente.

sólo le faltó examinarle la dentadura.
Pero llevaba años resignada, qué más daba una herida más.
Pensó en sus padres y rogó que permanecieran a su lado, convencida de estar haciendo lo correcto.
 
Temió que la rechazase al conocer su pasado, pero no tenía por qué enterarse
No parecía hombre de muchas palabras.
Ella haría lo mismo, callar y obedecer, la misma actitud que mantenía desde su adopción.

 Debía afanarse en no contrariarlo el mismo día de la boda con esperas innecesarias.

Con el maletín en la mano, se detuvo en el quicio de la puerta. «Adiós, Cordelia, hasta siempre».

Se sintió culpable por considerarse dichosa de abandonar aquella casa.

La viuda cyrus le enseñó a ser una dama, le proporcionó cobijo y, a su modo, afecto.

Hasta le dio su apellido. Todo cuanto era se lo debía a ella. Incluso tuvo la paciencia de enseñarla a leer y a hablar con corrección.
Siempre le estaría agradecida, pero su decisión era firme pese a las disposiciones de su madre adoptiva.

   Guardó un par de retratos de la cómoda y supo que ya lo llevaba todo.
No, todo no. Desconocía el trecho que debían recorrer hasta su nueva casa.

Tal vez fuese conveniente tomar algo de la cocina antes de salir.
Si la distancia era larga podrían corner por el camino.
A partir de ahora debía pensar no sólo en ella, sino también en las necesidades de su esposo.

Le inquietó pensar en que tuvieran que dormir durante el viaje, pero descartó la idea.

Llegado el momento, ya vería cómo afrontar la situación con serenidad, porque aquel hombre no parecía encerrar maldad.

Tomó el gorro de la percha y cerró la puerta con cuidado, consciente de que con ese gesto abandonaba para siempre su vida en Kiowa Crossing.
Era hora de emprender un nuevo rumbo y el señor Jonas la estaba esperando.


2 comentarios:

  1. Mayi gracias gracias y otra vez gracias
    Sigo leyendo porque esta muy buena esta nove :)

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  2. aaww meyii no la dejes ahiii seguilaaa!!!!plis que me encantoo

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si te gusto el capitulo o tienes alguna sugerencia no dudes en decirmela seran todas bienvenidas gracias C:
besitos vuelve pronto y mil gracias por visitarme ♥