lunes, 30 de julio de 2012

Dama de treboles cap 1




—¿Quiénes son?

—Mi difunta hermana Cordelia y la huérfana que adoptó, Miley  — respondió Rice McNabb con desgana.

El retrato de las dos mujeres que presidía la estancia desde lo alto de la chimenea, a Nick Jonas le resultaba una presencia inquietante.

Creía sentir en la nuca su mirada reprobatoria por dedicarse a un entretenimiento tan mundano en el que antaño debió de ser su saloncito de lectura y labor.

Se volvió para estudiarlas; la madre aparecía retratada, erguida y severa, en una silla de respaldo alto. Sobre su pecho descansaba un medallón en el que se adivinaban los rasgos de un hombre.

Ese detalle, junto con el vestido negro y el gesto adusto se lo dijeron todo: viuda, sin duda.

Un poco rezagada, observó a la hija vestida en tonos grises.
Su aspecto carente de encanto, más propio de una misionera que de una jovencita en edad de ser cortejada, parecía ideado para desagradar.
Con todo, le intrigó el contraste entre el rostro y su atuendo. Era rubia, y lamentó que el pintor no hubiese insistido en retratarla con el cabello suelto, pues aquel peinado tirante rematado en dos trenzas que caían sin gracia a ambos lados de la cara estropeaba el conjunto.

La imagen hablaba por si sola: una joven a la que se le negaba el derecho a resaltar sus encantos, quizá en virtud de la falsa creencia, pero bastante extendida entre algunas mujeres, de que la coquetería y la belleza invitan al pecado.

—Jonas, su turno.

Aquella voz lo devolvió a la partida de poker. Deseaba acabar cuanto antes y perder de vista aquella casa.
Observado por los jugadores que ya habían abandonado, se sentía incómodo.
Hubiese preferido prescindir de público.
Sólo los dos: McNabb y él.

Se juró que aquélla era la última vez que jugaba en su vida, cualquiera que fuese el resultado.
Acababa de entender la insensatez de someter su dinero a los vaivenes del azar.
Llevaba ya seis meses conduciéndose de manera estúpida.

Y era demasiado inteligente para correr riesgos innecesarios, demasiado orgulloso para creerse fracasado, demasiado hombre para comportarse como un niño al que hubiesen negado un capricho.

Pero ya era tarde para retirarse. Ojeó sus naipes: un dos de tréboles y trío de damas, nada mal.
Tratándose de damas, volvió a las del retrato y, esquivando a la difunta, se concentró en la chica que, con las manos en el regazo, irradiaba una impuesta contención.

Resultaba extraña la ausencia de contacto físico entre ambas.
Jonas recordó a su madre, tan afectuosa y espontánea; de haberse retratado con su hija, aparecería tomándola de la mano.
Pero no era el caso. Se veía de lejos que el cariño no era algo que estas dos damas quisiesen mostrar. Tal vez porque no lo había.

Atisbó el anaquel de la chimenea cubierto por un paño bordado en el que leyó lo que creía recordar como una cita dela Biblia: «Me llenarás de alegría con tu presencia». La elección no podía haber sido más desafortunada, porque la imagen de aquella chica reflejaba cualquier cosa menos alegría.

«Deséame suerte, encanto, y alégrame el día», rogó en silencio.

—Una — pidió.

Deslizó la carta por el tapete con la vista fija en los arañazos que adornaban la cara de McNabb; éste pareció adivinarle el pensamiento.

—Un regalo de una belleza poco dispuesta — aclaró con cinismo, acariciándose las marcas.

El comentario suscitó una risotada general que Nick Jonas no secundó. Se limitó a levantar una esquina de la carta y el pulso se le aceleró. Aquella damita de gris era una joya, pese a aparentar inocencia sabía lo que hacía. Le había regalado la dama de tréboles, la del shamrock, la única que le faltaba.

Elevó la apuesta en veinte dólares y concedió a su contrincante unos segundos de cortesía.
Aunque pisaba aquella casa por primera vez, sabía que McNabb arrastraba fama de jugador temerario. El reloj de pared que lucía un disparo en plena esfera, gracias al cual jamás señalaría otra hora que las doce y diez, daba fe de ello.

Este vio la apuesta y subió veinte más. Con un movimiento de cabeza, Jonas la sostuvo. Habían acordado de antemano que era innecesario mostrar el dinero sobre la mesa, entre caballeros bastaba con la palabra dada. Pero no estaba de más asegurarse.

—No hace falta que le recuerde, McNabb, que cobro mis ganancias en el momento.

El aludido asintió con una mirada huidiza que no hizo sino confirmar sus sospechas acerca de la falta de solvencia de su oponente.

Unos pasos inquietos sobre su cabeza quebraron el silencio.
McNabb no estaba casado y la hermana no podía ser.

—Veamos — acertó a decir McNabb.

Destapó despacio un full de reyes y ases.

Las miradas de admiración de los presentes le hicieron recuperar algo de aplomo.
Inquieto en su asiento se dispuso a averiguar la mano de Jonas, convencido de que no podía superar la suya.
Este empezó a destapar sus cartas: un dos de tréboles…, dama…, dama.
McNabb comenzó a lucir un semblante mortecino. Dama… y dama.

Se levantó una nube de murmullos y Jonas hizo una breve pausa para que su contrincante asumiera la situación.

Regaló un guiño al poker de damas; por una vez en su vida las mujeres dejaban de causarle problemas.


1 comentario:

si te gusto el capitulo o tienes alguna sugerencia no dudes en decirmela seran todas bienvenidas gracias C:
besitos vuelve pronto y mil gracias por visitarme ♥