jueves, 28 de marzo de 2013

Un Matrimonio Feliz? cap2


Haciendo un esfuerzo, apartó a Nick de sus pensamientos para volver a su jefe, que aguardaba pacientemente al otro extremo del hilo telefónico.

—¿Qué es lo que requiere mi presencia con tanta urgencia y que no puede esperar hasta mañana?

Otra vez pudo notar un tono de satisfacción en la voz de Andrew.

—Es sólo que el jefe de una prestigiosa empresa automovilística americana se ha puesto en contacto conmigo…

—¿Qué empresa? — interrumpió Miley al punto.    

Al oír el nombre, dejó escapar un silbido apagado.
Prestigiosa, en efecto.
Si todavía no eran los fabricantes de coches más importantes del mundo, pronto lo serían.

—¿Y? — urgió, debido a que Andrew se había quedado en silencio, tal vez para darle tiempo a sopesar debidamente la importancia de sus palabras.

—Quieren vernos.

—¿Quieres decir que están pensando en contratar nuestros servicios? — preguntó incrédula, porque la idea no cabía en su imaginación.

La agencia publicitaria de Andrew era original y competente.
En los dos últimos años el sector industrial le había concedido sus premios más importantes, pero sus clientes se reducían a pequeñas o medianas empresas británicas.

No tenían clientes en el extranjero.
¡Y mucho menos un cliente de la magnitud de una compañía automovilística americana!

—Les encantó tu campaña de las galletas de chocolate bajas en calorías — comentó Andrew.

—¡Pero seguramente no lo suficiente como para hacer una propuesta a una pequeña agencia británica como la nuestra! — chilló Miley .

Su acostumbrado don de gentes la había abandonado por el momento.
La respuesta de Andrew fue evasiva.

—Digamos solamente que en la actualidad no están satisfechos con su propia agencia publicitaria, y dejémoslo ahí. Pero insinuaron claramente que su publicidad podría quedar en manos de cualquier otra agencia. Es cosa nuestra convencerles de que podemos hacernos cargo del trabajo, y hacerlo de forma brillante.

—¿Y tú eres que podemos?

Andrew se echó a reír.

—Encanto, por el calibre de su presupuesto nosotros podemos poner una valla publicitaria en la luna, si así lo desean. Esa es la razón por la que te necesito allí. Tú eres tan irresistible —agregó bajando la voz en tono conspirador.

—¡Andrew! — la voz de Miley sonó fría como el hielo.

Él se echó a reír.

—¡Era una broma, encanto, tú lo sabes! Te necesito allí porque posees la mente más creativa que jamás haya visto, junto a una aplastante y fría lógica que nos deja al resto de los mortales con la boca abierta de admiración. ¿Así suena mejor? — hizo una pausa — Vamos, Miley , ¿no es ésta la razón por la que hemos trabajado juntos tanto tiempo? ¿No es ésta la clase de sueño que pensábamos que nunca se haría realidad? Es una oportunidad única en la vida y tú lo sabes.

Miley se quedó mirando el auricular que sostenía en la mano.
En el dedo anular de la mano izquierda, junto a la alianza, y cubriéndola casi totalmente, había una gran esmeralda cuadrada que brillaba en todo su verde esplendor.

Nick le había regalado la sortija cuando aceptó casarse con él.
Estaban en la cama.
Aún recordaba la expresión de enigmática satisfacción reflejada en el rostro de Nick , tras haberse salido con la suya.

Había esperado hasta después de hacer el amor para sacar la sortija de un bolsillo del pantalón tirado en el suelo.
Lo hizo con aire distraído, como un mago que saca un conejo de la chistera.

A Miley se le cortó la respiración cuando le puso la magnífica esmeralda en el dedo y, a pesar de haber manifestado con insistencia que no le atraían los rituales de una boda, sus ojos se abrieron de par en par.

—Pero, Nick , es… exquisita —dijo respirando con dificultad —. ¿Cómo sabías la medida de mi dedo?

Él había esbozado su peculiar sonrisa.
Esa sonrisa suya, devastadora y sensual, que la cautivó desde el principio, aunque había hecho lo imposible por evitarlo.
Esa sonrisa que todavía aceleraba los latidos de su corazón, como un tren que corre a toda velocidad.

—Simplemente lo sabía.

Y con un destello en los ojos que prometía un exquisito placer físico, había agregado con suavidad.

—Espera a que compre tu ropa interior. También te quedará bien. Verás, mi adorable Miley, tengo grabado en la mente cada milímetro, cada centímetro de tu delicioso cuerpo — terminó en un apasionado murmullo, mientras recorría lentamente el cuerpo femenino desde la garganta hasta el ombligo, con un dedo provocador.

Ante la mirada del hombre, Miley había sentido una oleada de amor tan intensa mezclada con tan honda excitación, que no se había atrevido a besarlo.

Estaba demasiado emocionada y temió que, si liberaba sus sentimientos, él se asustaría, alejándose de ella. En cambio, buscó en su mente la respuesta que él habría esperado de ella.

—¿Cuándo lo compraste? —inquirió de un modo casual, como si estuviera preguntándole la hora.

—¿Y eso es todo lo que se te ocurre decir? —replicó Nick , con pasmada incredulidad, que al punto se convirtió en una risa sarcástica.

—¿Y qué te gustaría que dijera? —preguntó tranquilamente.

—Supongo que sabes bien que durante años las mujeres han estado intentando casarse conmigo, y que muchas de ellas se habrían sentido abrumadas al llevar una sortija mía en el dedo — dijo en un tono deliberadamente burlón.

Le estaba gastando una broma, en efecto; pero Miley tenía suficiente agudeza y madurez como para saber que decía la verdad.

—¿Y habrían caído a tus pies muy agradecidas al recibir de tus manos esta magnífica sortija, no es cierto? —preguntó solemne, devolviéndole la broma.

Nick le dirigió una mirada de confundida admiración.

—Dios mío, eres tan terriblemente imperturbable, tan condenadamente serena. Nunca había conocido una mujer así en mi vida —murmuró.

Entonces fue cuando ella aprendió otra lección.
A causa de ese comentario, pensó que había hecho bien al resistir el deseo de decirle que en unas pocas semanas se había convertido en la única razón de su vida.

Pero ésa no era la Miley Walker que el mundo y Nick conocían.
Era de esa mujer de quien Nick se había enamorado.
Fría, serena, imperturbable, capaz de desafiar su arrogancia, burlándose de ella.

Él había tenido suficientes experiencias con las otras mujeres, aquellas que lo consideraban su amo y señor.
Alzó una mirada divertida, bajo sus espesas pestañas oscuras.

—¿Cuándo compraste la sortija? —volvió a preguntar.

—Cuando decidí casarme contigo, desde luego — respondió sonriendo.

—¿Querrás decir cuando decidiste pedirme que me casara contigo? —preguntó frunciendo el ceño.

Él negó con la cabeza.

—No —puntualizó enfático—, cuando decidí casarme contigo.

—¿Y cuándo fue eso? —preguntó, de pronto sin aliento.

Él sonrió, pero su sonrisa no era particularmente cálida.
Era más bien cautelosa, y definitivamente bordeaba el disgusto.
La miró fijamente.

—La primera vez que te vi.

—¿Tan seguro estabas de mí? — preguntó arrastrando las palabras —. ¿Tan seguro de que aceptaría?

—Cariño, ¿no querrás que te mienta, no es cierto?

Ella negó con la cabeza.
El pelo castaño, revuelto después de hacer el amor, caía en mechones desordenados sobre sus hombros.

—No, Nick —dijo con calma—. No quiero que me mientas.

—Entonces, sí —murmuró el hombre—. Me sentía muy seguro de ti.


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