jueves, 21 de marzo de 2013

Celos que Matan cap 4



Demi comenzó a sentirse sola y a darse cuenta que extrañaba a sus amigos cuando Joseph volvió a su trabajo y se apartó de ella.

—La gente todavía se pregunta cómo te esfumaste. Desapare­ciste sin dejar huella.

— Eso es lo que hace el matrimonio.

—A mí me parece que tu depresión se debe a algo más que a la pérdida de tu hijo.

—Nunca supe estar sola.

—Cuando yo te conocí eras toda fuego — dijo Maggie cálida­mente — Animada y vivaz. Nunca debiste dejar tu carrera.

—Eso fue lo que él quiso.

—¡Qué egoísta!

Demi respiró y se levantó para marcharse.

—Tomaré un taxi hasta su despacho. Seguramente estará en el juzgado, pero veré a Withers.

—¿Withers?

— Su ayudante. Es una persona amable — Demi miró a su alrededor —. ¿Puedo telefonear para que manden un taxi?

— Yo te conseguiré uno — dijo Maggie.

Demi se despidió cuando llegó el taxi.

—No olvides... espero verte esta noche. Habrá personas que conoces y otras que no... será una bonita fiesta.

En el taxi, Demi ensayó la forma de decírselo a Joseph mientras se retorcía los dedos con nerviosismo.

Pensó que le tenía miedo y eso la hizo acobardarse.
Admitió que su sentimiento de temor aumentó con el tiempo.

El caos del tránsito de West End disminuyó cuando entró a la ciudad.
Los bloques de oficinas y torres daban paso a la piedra gris del Lincoln Inn Fie Id, los árboles y flores de los jardines alegraban el cielo.

El taxi se detuvo fuera del edificio donde Joseph tenía el despacho.
Pagó al chófer y alzó la vista hacia las ventanas.

Respiró hondo.
Seguramente estaría en el juzgado, pero ella le dejaría una nota diciéndole que no fuera a casa sino que la esperara en el despacho.

Withers no estaba en su oficina.
Una muchacha vestida de rojo escribía a máquina con cara malhumorada.

Miró a Demi con mala cara.

—¿La puedo ayudar?

—Quiero hablar con el señor Withers.

— Regresará enseguida — le dijo la chica y volvió a su trabajo sin sonreír.

Demi se quedó allí, mirando a su alrededor, luego, escuchó una voz familiar.
¡Joseph!

Se dio la vuelta y salió caminando a lo largo de uno de los corredores subiendo por un tramo de escalones.
Se dio cuenta que no estaba en su despacho, el sonido de la voz llegaba de otro.

Se detuvo ante una puerta y escuchó indecisa.
¿Debía llamar o esperar a que estuviera libre?

Tal vez estaba con un cliente importante y ella no quería echar a perder la oportunidad de que fuera a la fiesta de Maggie, molestándolo con la interrupción.

Tratando de valorar la importancia de la conversación, apoyó la cabeza contra la puerta y escuchó:
Entonces le llegó con claridad la voz de Joseph.

— ¡Nunca debí casarme con ella! — su voz era amarga, dura. Lo oyó golpear el escritorio con la mano —. ¡Fue una locura!

—¿No podrías hablar con ella, Joseph? — la otra voz era femenina, clara, segura y Demi no la reconoció.

—¿Cómo diablos puedo hacerlo en este momento? Sería cruel tratar de obligarle a discutir un asunto así.

— ¡Joseph, hace seis meses que perdió al niño! Con seguridad ya estará recuperada.

—No — la voz de Joseph sonó ahogada.

—¿Lo has intentado?

—Cada vez que quiero hacerlo me traicionan los nervios — se movió y Demi oyó cada paso que daba en la alfombra, como si arrastrara los pies.

Pálida, se quedó mirando la puerta.

—Me estoy volviendo loco — dijo con aspereza — Linda, ni si­quiera puedo concentrarme en el trabajo con las cosas así entre nosotros... tiene que suceder algo o me derrumbaré.

—Joseph...

El tono apasionado en la voz de la mujer hizo que Demi levantara la cabeza, abrió los ojos de par en par por la impresión.

—Encontraremos un camino, Joseph — susurró la mujer. — Te pro­meto que encontraremos un camino.

Demi tenía que verla.
Tenía que ver a ambos con sus propios ojos y enfrentarse a los hechos que saltaban a la vista.

Decidida, abrió la puerta y entró.
Al otro lado de la habitación vio la espalda delgada de Joseph con la cabeza inclinada.
En sus brazos estaba una mujer.

Demi no podía verle la cara, sólo los largos mechones de cabello castaño, pero no necesitó ver más.

Vio la desesperación con la que esas manos blancas agarraban a Joseph de los hombros, vio que levantaba la cabeza y oyó el beso.

Con un movimiento reflejo cerró la puerta y se apoyó sobre una esquina angustiada, con la cara entre las manos.

—Alguien entró — dijo Joseph intranquilo.

—Lo imaginaste — la mujer lo tranquilizaba.

—No — dijo él con voz segura.

—¿Y qué importa? — la mujer parecía divertida —. Por Dios del cielo, Joseph. No estamos haciendo nada indebido.

 —Pudo haber dado la impresión... — se interrumpió Joseph.

—Olvídalo.


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