viernes, 1 de marzo de 2013

Celos que Matan cap 2



Sólo dos paradas después, cuando el joven bajó, se dio cuenta que hacía años que no había hecho la imitación del gorila.

Imitar animales era uno de los ejercicios habituales en la escuela dramática.
Podía ser muy divertido y una buena práctica.
La representación del gorila la hizo popular entre los otros estudiantes.


—Cuidado o te quedarás así - le decía Jake.

—Lo que pasa es que estás celoso, Donald - se burlaba ella.

Le llamaban así porque la habilidad de Jake estribaba en imitar al pato Donald.
El maestro dijo una vez que esto no era muy original.

Sin embargo, fue Jake quien se convirtió en estrella internacional, mientras que Demi abandonaba el escenario después de dos años de representaciones y un breve año de gloria en Londres.

Jake no fue a la boda.
Le mandó un telegrama y un regalo.

El telegrama hizo fruncir las cejas a Joseph y no lo puso con los otros que se leyeron a los invitados a la ceremonia.

A ella le causó risa, pero no a Joseph.
«Nunca te perdonaré, punto. Te amo. Punto. Jake». 

Joseph hizo con él  una pelota y lo arrojó al cesto de los papeles.
Demi pensó rescatarlo más tarde, pero con la prisa y la excitación, lo olvidó.

Cuando llegó a la calle Oxford, se le ocurrió que no había pensado ni una sola vez en Jake en los últimos seis meses.

Era curiosa la gran distancia que podía haber entre e! pasado y el presente.

¿Cuál es tu historia? — se preguntó a sí misma en voz alta — No tengo historia - se contestó.

Observó la rápida mirada que le dirigió otro comprador y procuró poner una expresión de inocencia.

Decididamente tenía que dejar de hablarse a sí misma.
En los últimos meses la costumbre había aumen­tado.

Pasaba mucho tiempo sola en la casa, salía raras veces, porque se negaba a acompañar a Joseph a los muchos actos sociales a los que asistía y aunque al principio él trató de persuadirla, dejó de hacerlo poco a poco.

Ahora, él seguía su camino y dejaba que ella siguiera el suyo.
De pronto se estremeció al pensar en ello porque se dio cuenta de que su matrimonio se estaba deshaciendo.

Centró sus pensamien­tos en el tema de la ropa y comenzó a mirar los escaparates maquinalmente.
Como una criatura subió y bajó por las escaleras eléctricas de los grandes almacenes de Londres y encontró estimulante el ruido y el ajetreo.

Llevaba ya varias bolsas que contenían vestidos y tenía que hacer malabarismos para no tirarlas, pero al llegar al piso superior se tropezó con alguien y todo se le cayo.

— ¡Oh, cuidado! —dijo la otra mujer y su voz hizo dar un salto a Demi .

Se reconocieron simultáneamente con alegría.

— ¡Demi !

— ¡Maggie!

Por un momento se quedaron allí, riéndose, pero luego, Maggie dejó de hacerlo y se quedó mirando fijamente a Demi y un gesto de disgusto se dibujó en su rostro.

— ¡Dios mío! ¿Qué te ha pasado? Si estos son los efectos que el matrimonio produce en una chica, doy gracias a Dios de estar soltera.

Por un momento Demi trató de mirarse en los ojos de Maggie.

—Ya lo sé — dijo estremeciéndose — Tengo mal aspecto.

—Te quedas corta, querida. Estás demacrada y triste y muy enferma —le pasó una mano por el brazo — . Ven y cuéntame todo mientras tomamos algo.

Demi se encontró de pronto riendo de nuevo.
Pensó que ése era el tipo de lenguaje que Joseph detestaba y que hizo a Maggie persona non grata en su hogar.

Hacía dos años que Joseph le había prohibido ver a su amiga y sólo en ese momento se dio cuenta de cuanto la había extrañado.

—Conozco un lugar aquí a la vuelta — así era Maggie.

Nadie conocía, como ella los «lugares» de Londres.
Fueron allí y en cuanto entraron, Maggie llamó al camarero y pidió unas bebidas.

Poco después, levantaba su copa y brindaba «por la vida en todos sus sen­tidos».

Demi recordó que antes de la boda, su amiga le dijo:

—¿Dejar el teatro? Estás loca.

Y se oyó murmurar soñadora:

— La vida ofrece gran variedad de papeles.

Maggie la estudió de nuevo de pies a cabeza por encima del borde de su copa.

—Vamos, «escupe», ¿cómo logró Joseph convertirte en esto?

—No es culpa de Joseph — exclamó Demi y se humedeció los labios. Tenía que decirlo —  Tuve un aborto hace seis meses - lo dijo a toda prisa porque si lo hacía con lentitud se pondría a llorar.

— ¡Oh, lo siento! ¡Pobre Demi qué mala suerte! — Hizo una seña al camarero y éste se acercó.

Demi terminó su bebida y aceptó otra.

Maggie siempre fue el tipo de persona vivaz y brillante necesaria para animar una fiesta.

Alta, muy delgada, con cabello negro y corto, peinado en rizos que rodeaban su rostro de mejillas hundidas, magne­tizaba a las personas y aunque hablaba rápido y era graciosa y vivaracha sabía escuchar y hacer que la gente le contara sus más íntimos secretos.

Demi debió haber recordado la habilidad de Maggie para sacarle a uno los pensamientos más íntimos.
Después de tres copas, le había contado toda su amarga historia.

—Fuimos felices el primer año. Fue perfecto. Teníamos una intensa vida social, pero también éramos felices estando solos y nos pasábamos los días dando los toques finales a nuestra casa.

—Joseph sabía lo que quería... tenía la visión del hogar perfecto, muy tran­quilo, muy elegante. Y así es, Maggie, tienes que verlo.

— Esperaré a que me inviten — dijo con acritud porque sabía que no le era simpática a Joseph.

Fue una de las amistades que quiso que Demi dejara.
La consideraba inculta, un poco vulgar y por lo tanto, indigna de contarse entre sus amistades.

Demi miró su vaso, movió el contenido con el dedo meñique y se lo llevó a la boca.
Joseph criticaba esa costumbre, así que instintiva­mente dejó de hacerlo.

—Pero comenzó a trabajar para conseguir mejorar su prestigio entre los abogados y eso significaba que cada vez pasaba menos tiempo en casa. Me llamaba todas las noches desde los juzgados, pero yo no podía ir con él, era aburrido y además, conmigo allí, no se podía concentrar. Así que decidí tener un... -— se detuvo y se mordió el labio inferior — un hijo.

— Buena idea.

—Joseph no lo creyó así. No quería hijos. Dijo que tal vez más adelante pero no en ese momento, porque desorganizarían todo —ha­blaba con rapidez, con frases cortadas y era la primera vez que se lo contaba a alguien. Respiró profundamente —. Pero yo quedé encinta — dijo con voz profunda.

—¿Deliberadamente? —preguntó Maggie.

—Oh, sí —sonrió Demi — Dejé de tomar precauciones.

—¿Qué dijo Joseph cuando se lo contaste?

—Tuvimos un disgusto. Estaba furioso. Lo hice a sus espaldas a pesar de saber sus puntos de vista... debió haber sido una decisión mutua, yo no tenía derecho a forzarlo a tener un hijo que no deseaba.

— ¡ Dios, qué sinvergüenza!

—No, tenía razón. No debí hacerlo.

— ¡Qué diablos! Para entonces ya estaba hecho y él participó. Era su hijo.

— Lo perdí a los tres meses. En realidad, dos días después del disgusto. Aunque no fue por eso... me caí de las escaleras al resba­larme en la madera recién barnizada. Joseph se portó muy bien, estaba muy preocupado.


 Maggie la miró de arriba abajo.

—Alguien tiene que ayudarte — de pronto cambió de tema —. ¡Ven!

Demi dejó que la levantara para ponerla de pie y frunció la frente perpleja, un poco mareada por la bebida.

—¿A dónde vamos?

—Aquí y allá. Conozco un sitio justo a la vuelta.



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