miércoles, 13 de marzo de 2013

An obsession with the past cap4



Hacía meses que él no quería verla, ni tocarla, y ella no sabía por qué.

Casi desafiante, se quitó los zapatos y alzó las manos para desabotonarse la blusa, pero su desesperado truco no dio resultado, porque él comentó inexpresivo

—Zanna Hall está aquí —Demi se quedó paralizada, de espaldasa él, mientras el corazón le latía apresurado, pues había llegado el momento decisivo.

 El iba a decirle algo que ella no creía ser lo bastante fuerte para resistir.
 Continuó serio y con voz controlada

—Con su hijo. Harry, tiene dos años. Se alojarán aquí varios días.

—Ya veo —no podía culparla si su voz sonaba desinteresada.

La única forma de controlar la situación era fingiendo indiferencia.

Mirando hacia atrás, se sentía agradecida porque él jamás le dijo que la amaba, nunca pronunció esas palabras que ella habría querido escuchar, que habrían abierto la represa de su profundo amor por él, y le habrían hecho confesar la fuerza de su pasión.

Si hubiera sido tan estúpida para hacerlo, ese fin de semana habría si domás humillante, más degradante...

— ¿No vas a preguntarme por qué?

Se había movido.
Por su voz, Demi sabía que ahora estaba mucho más cerca y se estremeció, replicando brusca.

—No .

ya sabía por qué Zanna estaba allí, con el hijo de Joe ; no necesitaba que él se lo explicara.

A ciegas, sacó del armario el primer vestido que encontró,todavía dándole la espalda, porque no soportaría ver el rechazo en sus bellos ojos, cuando él le dijera que ya no la quería como esposa.

El lanzó un juramento en voz baja, casi inaudible y Demi con el vestido apretado contra su pecho como si fuera una armadura, lo oyó decir con el primer asomo de tensión en su voz:

—Por alguna razón que sólo ella conoce, la señora Penny se negó a preparar una habitación para Zanna y el pequeño Harry .

Demi captó el tono más suave al mencionar al niño.
Su hijo, ese hijo que él tanto deseaba y que ella no pudo darle.

Y ahora le pediría quese encargara de instalarlos con comodidad.
¡Eso era increíble!

Y vio que estaba en lo cierto cuando él continuó, con una intensa emociónmatizando su voz

— Me pregunto si tú querrías...

—Ya te he dicho que no dispongo de mucho tiempo — estaba preparada; aprendió ese truco desde que se obligó a aceptar el hecho del creciente desagrado de Joe hacia ella. Era un mecanismo dedefensa muy útil —. Por lo visto tú los invitaste. Encuentra un lugar en donde puedan dormir... no me importa en donde, eso es cosa tuya  —se alejó a toda prisa, rígida como un autómata y cruzó la habitación yendo hacia el baño, con el vestido aún apretado contra su pecho.

Su voz sonó fría y no supo cómo lo logró, pues en su interior sesentía a punto de gritar y el corazón le latía apresurado; cerró la puerta con fuerza y corrió el pestillo, apoyándose contra la pulidamadera oscura.

Desde luego, no porque pensara que Joe trataríade seguirla; había perdido todo interés en ella desde que abortó a su hijo.

Ahora se trataban como desconocidos... sólo esa tarde, él rompió el habitual distanciamiento, más grande cada vez desdeaquella terrible noche, hacía tres meses.

Y no le satisfacía en lo más mínimo saber por qué lo hizo pensó colérica mientras se quitaba la ropa con manos temblorosas.

—¿Te sientes bien?

Lo último que esperaba era esa rara demostración de compasión, viendo cómo se suavizaba su gesto regularmente adusto.

Pero luego pensó, esquivándolo mientrassujetaba con fuerza la bandeja con el servicio del café, que tai vez sentía lástima por ella.

Y su compasión era lo último que quería.

—Estoy bien. ¿Por qué no habría de estarlo? — preguntó desafiante, pero se arrepintió de ese impulso, porque no quería darlela oportunidad de decirle el porqué no debería sentirse bien.

La cena fue una severa prueba que prefería olvidar, Zanna, con su vibrante belleza y su agudo ingenio, se había convertido en el centro de laatención.

¡Y sólo el cielo sabía lo que estarían pensando los Clarke!
Donald Clarke era el contador de la compañía de Joe desde la época de su tempestuosa relación con Zanna.

En aquel entonces, ella vivía por temporadas en South Park, y muchos fines de semana actuaba como la anfitriona.

Donald y Mavis debían estar ardiendo en deseos de retirarse a su habitación para comentar el escándalo del regreso de Zanna.

Difícilmente habrían podido olvidar la obsesión de Joe por la mujer que, incluso entonces, dejaba a su paso una estela de corazones destrozados, ni la desolación de él cuando también lo abandonó.

—Pensé que tal vez tenías una de tus jaquecas — comentó Joe con tono nervioso y expresión preocupada — Estás muy  pálida — le quitó la bandeja de las manos y esperó frente a la puerta de la cocina para que ella lo precediera.

— ¡Gracias! — se refería a su poco halagadora descripción, no asu ayuda con la bandeja.

Era cierto, desde el accidente en la carretera que dio por resultado la pérdida de su hijo, padecía violentas jaquecas, como consecuencia no sólo de la concusión, sino también del pesar.

¿Pero tenía que hacerle ver que al lado de la resplandeciente belleza de su ex amante y madre de su hijo, ella parecía un triste ratón anémico?

— Si quieres retirarte, te disculparé con nuestros invitados — le ofreció él cuando cruzaron juntos el amplio vestíbulo, ella lo mirórápidamente, con un destello de desconfianza en los brillantes ojos verdes.

Pero en vez del sarcasmo que esperaba ver en su semblante del deseo de deshacerse de ella y enviarla a la cama, fuera delcamino, sólo vio compasión.
Desvió la mirada de inmediato, sintiendo en los ojos el escozor de las lágrimas.

Hacía mucho tiempo que sabía que lo estaba perdiendo y trató de negarlo, de aferrarse a una esperanza, pero su acción de llevar allí a Zanna y a su hijo,significaba que esa esperanza se había desvanecido.

El estaba demasiado cerca; su pecho musculoso de anchos hombros, y las caderas angostas moldeadas por el pantalón oscuro, hicieron que Demi sintiera una dolorosa opresión en el corazón y contuviera el aliento, sofocando un sollozo; él dejó la bandeja sobre una mesa a un lado de la pared y le enmarcó el rostro con sus manos,mirándola con simpatía y apretando la boca cuando le dijo:

—Lo siento, Demi . Lo último que deseo es causarte dolor.

En ese momento ella le creyó.
Su obsesión por Zanna era legendaria y aún lo perduraba, tal vez incluso a pesar de él.

No había nada que pudiera hacer para evitarlo, y la existencia de su hijo hacía que le fuera imposible resistirse a ella.

Demi trató de controlarse y luchó con el impulso casi irresistiblede apoyar la cabeza contra el pecho de él y llorar por el amor que perdió, sin haberlo tenido jamás.


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