-LLEGARÁS tarde — dijo Demi mirando la esfera del reloj de la cocina.
Joseph levantó la cabeza y la miró por encima del The Times.
— Me iré dentro de cinco minutos — dijo usando el mismo tono de voz tajante que había empleado en los últimos meses.
Ella prefirió no discutir.
Regresó a la cocina y se entretuvo fregando los cacharros del desayuno y poniendo todo en orden.
Oyó los pasos en el suelo de mármol y puso la cara para que la besara.
Los fríos ojos grises la estudiaron cuando le rozó la mejilla con los labios con un gesto mecánico.
—No soporto ese vestido. No te favorece. ¿Por qué no vas hoy a Londres y te compras ropa nueva?
— Muy bien - contestó mirándole inexpresiva.
— No fue una orden, sólo una sugerencia. Tal vez te alegre ir de compras. Dios sabe que te hace falta. Estoy harto de verte andar por la casa como un fantasma. Hasta vistes como tal - sonrió un poco burlón - Supongo que eso se debe a la actriz que hay en ti todavía.
Eso le tocó una fibra sensible y palideció.
Desvió la mirada.
— ¡Qué diablos! - murmuró él y se fue.
Después de seis meses, las cosas deberían estar mejor, pero a medida que pasaba el tiempo empeoraban.
Vivían juntos como dos extraños: apenas si hablaban al encontrarse solos.
Algunas veces ella despertaba por la noche y al darse cuenta de que estaba sola, los ojos se le llenaban de lágrimas.
Durante esas horas era cuando se sentía más herida.
Hacía seis meses jamás hubiera imaginado los terrores que podía traer consigo la noche.
Al principio el médico le recetó pastillas para dormir y la ayudaron bastante, pero al mes Joseph insistió en que las dejara de tomar.
Dijo que no quería que dependiera de ellas.
El médico estuvo de acuerdo con él y ella jamás le confesó a ninguno de los dos que nunca pudo volver a dormir una noche entera desde entonces.
A veces se dormía enseguida para despertar en la madrugada sudorosa y llorando.
Algunas veces se quedaba despierta hora tras hora, para dormirse al amanecer, agotada y con pesadillas.
Interrumpió sus pensamientos para comenzar el trabajo del día aunque tenía poco que hacer, ya que Joseph insistía en tener una asistenta diaria para hacer la limpieza de la pequeña y elegante casa de estilo georgiano.
Mientras echaba una ojeada por la sala, sus ojos se fijaron en la fotografía del día de su boda que se exhibía en la consola.
Allí estaba Joseph, delgado y sonriente, sus facciones eran duras y los ojos claros y de mirada inteligente.
Su primer encuentro fue casual.
Literalmente chocó con él y se cayó al suelo a causa del encontronazo.
Lo que no fue casual fue que Joseph la siguiera.
La invitó a salir y ella aceptó.
Al encontrarse con sus ojos grises sintió que una chispa saltaba entre ellos pero aún , entonces supo que pertenecían a mundos diferentes.
Tenía doce años más que ella, era abogado, su mundo eran los juzgados.
Era un intelectual brillante e inteligente.
Durante la primera cita, la cautivó con su ingenio y la sorprendió con las preguntas que le hizo acerca de ella.
La velada pasó como un sueño; ella contó la historia de su vida y Joseph escuchó y observó su enrojecida y sonriente cara, desde los ojos verdes hasta el abundante cabello dorado, para después detenerse en la boca.
La besó esa misma noche y la emocionó.
No era su primer beso, pero lo parecía por el efecto que le hizo.
Tembló como una hoja, su corazón latió apresuradamente y Joseph la estudió con ojos penetrantes como para valorar su reacción.
Demi recordaba que se quedó mirando las largas y bien cuidadas manos cuando tomó su sonrojado rostro.
Con timidez le miró a los ojos y acarició la dura línea de la boca.
Le sintió estremecer cuando él se inclinó para besarla de nuevo y ella cerrando los ojos, le rodeó el cuello con los brazos.
Sabía por lógica que no simpatizarían.
Eran personas muy diferentes, ella apasionada, Joseph frío y reservado.
No tenían nada en común.
aventura, intriga y pasión
Sin embargo, desde la primera vez que se vieron la atracción entre ellos fue algo casi tangible.
Demi nunca se había sentido así en toda la vida.
Había salido con otros hombres antes, pero pocas horas después de conocer a Joseph, se sentía atraída por él y ninguna palabra sensata hubiera impedido que se arrojara a sus brazos.
A la semana de conocerle ya se había enamorado de él.
Cuando la besaba, le era imposible pensar, sucumbía inmediatamente a su pasión.
Conforme pasaba el tiempo, su mutua atracción se convertía en algo incontenible.
Cuando le pidió que se casaran, no dudó.
La declaración fue hecha con tono tan cortante y reservado, que en ese momento la sorprendió, pero cuando aceptó, Joseph suspiró profundamente, la abrazó y la besó con tal pasión que la hizo estremecer.
Durante la boda, fue consciente de las rápidas miradas de preocupación que algunas de sus amistades del teatro le dirigían a Joseph.
Sus amigas intuyeron el fuego debajo del hielo y Demi se sintió divertida y a la vez molesta por ello, pero eso no impidió que se sintiera feliz y emocionada esperando el momento en el que pudieran estar solos.
Trató de recordar las emociones que sintió ese día.
Parecía que habían pasado cien años y no sólo dos.
Ahora existía un abismo entre ellos; pero entonces, sólo tenía que rozar la mano de su marido para que el pulso se acelerara.
Durante la ceremonia de bodas se dio cuenta de la mirada cálida con que la observaba a pesar de su fría e imperturbable apariencia.
La señora Cárter entró en la habitación arrastrando los pies.
—¿Hay algo especial que quiere que le haga?
—¿Qué? Oh, no, gracias señora Cárter.
— Parece un fantasma, ¿por qué no sale a tomar un poco de aire fresco? Vaya de compras —le aconsejó.
Recordó lo que Joseph le dijo antes y contestó:
— Sí, creo que lo haré — suspiró al pensar en el viaje a Londres.
Raras veces se sentía con ganas de hacer tal esfuerzo.
Trató de recordar cuando fue la última vez que viajó a la ciudad y no supo decirlo.
Los últimos seis meses pasaron por su mente con rapidez.'
Los recuerdos eran un torbellino en su cabeza atormentada.
—Creo que iré a la ciudad.
La señora Cárter se sorprendió y luego pareció complacida.
—Me parece lo mejor. Salga de aquí y así se librará de sí misma.
«Librarme de mí misma», pensó Demi cuando iba sentada en el tren a Londres y oía el golpeteo de las ruedas y el sonido de las puertas cada vez que se detenía.
¡Qué frases tan raras usa la gente!
A menudo se encontraba examinando las banalidades que la gente decía en estos días, las pequeñas frases hechas que en los cócteles se expresaban como si fueran nuevas, con aire de sabiduría.
¿No sería maravilloso que uno pudiera salirse de sí misma?
Recordó lo divertido que era tomar durante un rato otra identidad en la escuela de arte dramático y comportarse y hablar como otra persona, probando emociones y ambientes como si fueran sombreros.
Hizo un gesto.
Si comenzaba a hacer eso ahora, la gente pensaría que estaba loca, se dijo a sí misma.
Notó un movimiento en el lado opuesto y al volverse, encontró a un hombre joven mirándola con nerviosismo.
Se dio cuenta de que la había visto haciendo gestos y especulaba acerca de su cordura.
Se sintió tentada de aterrorizarlo con la imitación de un gorila que le salía muy bien, pero en vez de eso, sacó una libreta y añadió algunas cosas más a la lista de lo que quería comprar.
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