jueves, 28 de marzo de 2013

Dama de treboles cap 94



  —¿No había en Denver un hotel peor? —preguntó Harriet a través del espejo.

Jason era capaz de hipnotizarla con los ojos.
Y con la boca, reconoció evitando un suspiro.
Por no hablar de sus manos.

Él sí era un hombre de verdad, desvergonzado y lascivo.
En un par de noches, le había quitado la venda de los ojos enseñándole la osadía de sumergirse en placeres prohibidos.

    —Aquí no hacen preguntas. No podemos arriesgarnos a llamar la atención — aclaró desde la cama.

Harriet acabó de peinarse dando un vistazo a su alrededor.
Cortinas baratas, empapelado de pésimo gusto y un mobiliario ramplón.

No la convencía su argumento, podían haberse alojado en cualquier sitio mejor que aquel hotelucho de la calle Market, el barrio con peor fama de Denver.

    —¿No piensas llevarme a conocer la ciudad? —Se giró con los brazos en jarras.

    —No, de momento. No conviene que nos vean.

    —Si lo llego a saber, no me escapo contigo.

Jason Smith la agarró por la muñeca y de un tirón la sentó a su lado.
El corazón de Harriet se aceleró, la mirada de Jason lucía un brillo peligroso que la hacía temblar.

    —Escucha, pequeña, aquí las cosas se harán como yo decida. —Harriet intentó zafarse— Cuando llegue el momento, saldrás de aquí y lo primero que haremos será ir a presentarte a «tu familia». Yo me retiraré de escena y todo quedará en tus manos. Trata de ser convincente, porque tendrás que engatusarlos lo antes posible. Sé muy bien que hay un dinero esperando, así que tendrás que arreglártelas para hacerte con él.

    —¿Y cuándo será eso?

    —Cuando yo lo diga.

La tomó por la nuca y la besó con vehemencia.
Harriet gimió al sentir el excitante dolor que le producía al clavarle los dientes.

    —¿Y mientras? —gimió.

    —Ya pensaremos en algo — jadeó mordiéndole un pecho y luego el otro por encima de la ropa
— Hemos repasado el plan. ¿Lo tienes todo claro?

    —Seré tan dulce y amable que los Watts se desharán en llanto al recobrar a su sobrina perdida.
Cuando me haga con la fortuna de la huerfanita, aprovecharé cualquier ocasión para largarme. Tú me esperarás aquí y, en cuanto llegue, pondremos tierra de por medio.

    —Hermosa y condenadamente lista —aseguró cruzando los brazos bajo la cabeza—. No me equivoqué contigo, princesa. Estás hecha a mi medida.

Harriet echó la cabeza hacia atrás y se pasó la mano por el cuello hacia el escote.
En la habitación hacía un calor infernal.

Él la observó relamiéndose los labios, la lenguaraz mujercita de la sombrilla lo había sorprendido con aquella faceta desconocida.
Ni ella misma era consciente del poder de seducción que encerraban sus gestos indolentes.

    —Apaga la chimenea, por favor. ¡Estamos en agosto!

Aquello le recordó a Jason Smith que aún tenían un pequeño inconveniente que solucionar.
Se levantó de un salto y, ante la extrañeza de Harriet, cerró la puerta con llave.

Fue hasta la chimenea y mantuvo en el fuego el atizador.
Al escupir sobre él, se escuchó un desagradable siseo y Harriet empezó a temblar.

    —¿Qué piensas hacer? —balbució tragando saliva.

    —Ahora es cuando tienes que demostrarme tu valentía. —Ella se levantó e intentó girar el pomo de la puerta aterrorizada—. Vamos, sabes muy bien que sin quemadura no tenemos ninguna oportunidad.

Ella empezó a chillar con la cara desencajada.
Smith se felicitó por haber elegido aquel tugurio, porque nadie pareció reparar en el escándalo.

Pero no tenía ganas de aguantar un numerito de histeria femenina.
La cogió por los hombros y, antes de que Harriet pudiese reaccionar, le dio un puñetazo en plena cara.

La dejó tan aturdida que tuvo que cogerla en brazos.
La depositó de lado en un sillón, con la cabeza colgando de un reposabrazos.
Mejor, así no vería nada.

Harriet, casi desvanecida, no opuso resistencia cuando le abrió la mano izquierda.
Agarró el atizador candente y cumplió con su desagradable obligación.

Un alarido desgarrador resonó en la habitación instantes antes de que Harriet perdiese la consciencia.

Emma dejó a Tommy sobre una manta en el suelo de la cocina y le acercó algunas cucharas.
Por fin disfrutaba de un rato de tranquilidad para coser botones.

Ya era sábado por la tarde y no deseaba dejar la tarea pendiente para la siguiente semana.
Fue a por el costurero después de ver al pequeño muy entretenido examinando sus nuevos juguetes.

En menos de un segundo, volvió a la cocina, consciente del peligro que suponía Tommy sin vigilancia.

Antes de sentarse, aguzó el oído.
Apartó la cortina de la ventana y vio aproximarse un caballo, y sobre él las faldas al viento de una mujer.

Por la trenza rubia y su soltura como jinete, supo que se trataba de su cuñada.
Sonrió contemplando cómo disminuía el ritmo al aproximarse a la casa.

Daba gusto verla, y recordó los tiempos en que ella, con veinte años menos, galopaba con la misma audacia.
Salió a la puerta a recibirla.
Miley ató al caballo en un abrevadero y sacó un paquete de la alforja.

   —No te esperaba —comentó tomándola del brazo—. Pero me encanta que hayas venido, hay veces que echo de menos hablar con algún adulto que no se llame Sutton.

Miley rio y se acercó al pequeñín que, ante la novedad, alzó los bracitos reclamando su atención.
Emma evitó que lo cogiese y ella se limitó a acariciarle la cabeza con palabras cariñosas.

Tommy empezó a lloriquear contrariado y su madre le dio un par de jarras de metal que al instante empezó a golpear con una cuchara, encantado con el sonido que obtenía.

   —Si lo coges ahora, no querrá volver a la manta — le explicó Emma — Y bien, ¿cómo es que has venido?

   —¿Quieres que te ayude? —se ofreció Miley al ver el costurero y el montón de ropa.

   —Claro — exclamó agradecida.

    —He venido a contarte una cosa — anunció solemne mientras enhebraba una aguja —. ¡Nick me ha regalado un carro!

   —¡No sabes cuánto me alegro! — dijo entusiasmada — Eso es que van bien las cosas.

   —Cada día mejor — aseguró con orgullo.

   La felicidad de Miley trajo a la mente de Emma lo sucedido esa misma mañana.

   —Hoy he vuelto a la tienda  — comentó con cautela — El caso es que todo el mundo hablaba de ello, y Amanda ha terminado por derrumbarse.

   —No sé a qué te refieres —rehuyó incómoda el asunto.

   —Hace casi una semana que no se veía a Harriet. Al principio, su madre fue contando que estaba de viaje en casa de unos familiares. Pero no ha podido aguantar las murmuraciones y ha acabado confesando que ha escapado de casa. Al parecer, el mismo día que dejó el hotel un tal Smith con fama de vividor.

   —Si ése es su deseo, que les vaya muy bien.

   —La verdad es que he sentido una pena inmensa por Amanda, estaba destrozada — aseguró apretando los labios—. A fin de cuentas, es una madre que sufre. Ha puesto en venta el almacén, piensa mudarse a San Luis con su hermana.

   —Emma, lo siento por la madre — mantuvo muy seria — pero espero no volver a ver a Harriet Keller en mi vida.

   —No hablemos más de ello — resolvió —. ¿Cuándo piensas estrenar el carro? Porque hoy has venido a caballo.

   —Así pierdo menos tiempo. —De nuevo afloró la sonrisa a su rostro—. El carro es muy lento para mí. Pero de eso venía a hablarte. Nick ha decidido estrenar el carro con una excursión a Kiowa Crossing. El próximo domingo inauguran la nueva estación y hemos pensado llevar a los chicos con nosotros.

   —¿A los míos? —preguntó ilusionada.

   —¿A cuáles si no? —replicó Miley ante la evidencia del ofrecimiento—. Me gustaría llevármelos a todos, incluso a Tommy.

 

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