lunes, 19 de noviembre de 2012

Dama de treboles cap 53




Miley regresó deprisa al lavadero y se entretuvo en frotar la ropa empleando mucho más tiempo del acostumbrado.
No pensaba entrar en casa hasta que él se hubiera marchado con el ganado.
Lo último que quería era comenzar otra jornada con un enfrentamiento.

   —Debes tener cuidado con esa mano — oyó la voz de su marido a sus espaldas.

Miley dio un respingo.
Se miró ambas manos y alzó la vista sin entender.

   —La cicatriz — aclaró — No debes exponerla a posibles heridas y no haces más que maltratarla.

  —Alguien tiene que ocuparse de la colada.

   —Utiliza guantes, en el barracón hay de sobra.

   —¡No puedo lavar la ropa con guantes de cuero! —protestó incrédula.

La escrutó en silencio con la cabeza ladeada.
Miley entendió aquella mirada y se abstuvo de hacer ningún comentario con respecto a los lentes.

Nick le tomó la mano y le acarició la cicatriz con el dedo índice.
Ella trató de retirarla, avergonzada por tenerla tan húmeda y enrojecida, pero él se lo impidió.

   —Al menos intenta ser cuidadosa. Si te lastimas en el mismo sitio no cicatrizará bien. Podrías perder movilidad en esa mano.

   —Trataré de hacerlo —aseguró incómoda.

   No entendía tan repentino interés.

   —¿Te pagan bien en el hotel? A tus tartas me refiero.

   —A treinta centavos cada una.

   —Tienes que saber dirigir tu negocio. Hazte de rogar, la has acostumbrado y te necesita —le explicó sin dejar de mirarla — Si Alice ve que no las tiene siempre que quiere, aumentará el precio.

   —Sabes mucho de negocios.

   Nick, sin soltarle la mano, recorrió con el pulgar el contorno de su boca.

   —Todo funciona así —murmuró—. Las cosas, cuanto más difíciles son de conseguir, más se desean.

En ese momento Miley solo deseaba que inclinara la cabeza y la besase.
Ahora que conocía sus besos soñaba con ellos.
Y hacía mucho que no la besaba.

Nick se llevó su mano a la boca y con los labios le acarició los nudillos.
Sin añadir palabra, se alejó en dirección a los establos.

A Miley aún le latía el corazón demasiado rápido cuando el sonido de cascos alejándose le indicó que se había quedado sola en el rancho.

Cuando acabó de tender la última camisa alzó el rostro con los ojos cerrados y disfrutó de la caricia del sol.
La tormenta habla dejado a su paso un verdor renovado en los pastos.
Una ráfaga de viento impregnó el aire con el inconfundible y fresco aroma a ropa limpia y la brisa agitó las sábanas.

Miley se estremeció al recibir en la cara y los antebrazos las minúsculas gotitas de agua.
¡Dios! No había sitio mejor en el mundo que los extensos prados de Colorado.

Grace no tardaría en llegar.
Recordó que le había comentado su intención de visitar a Doreen a primera hora.
También ella pasaría después de comer, le haría compañía y charlarían un rato.
La esposa de Gideon, con su carácter risueño y vital, siempre conseguía levantarle el ánimo.

 Secándose con el delantal, entró en la cocina.
Contempló sus manos con fastidio, se veían ajadas y rugosas.
Tal vez Doreen, o quizá Emma, supieran de algún remedio casero capaz de devolverles un aspecto algo más presentable.

Fue al levantar la vista cuando reparó en el paquete sobre la mesa.
Con curiosidad, deslizó el envoltorio y se quedó anonadada.
¡Un regalo!

¡Cielo Santo!
La vida de una mujer despertaba tanto interés como para escribir un libro comprobó sorprendida al leer el título mientras acariciaba las elegantes tapas de cuero.
El mundo estaba cambiando a paso de gigante.

   Lo abrió por la primera página con cuidado.

   —Aquel día no hubo manera de dar un paseo… —leyó en voz baja.

Estampado en las guardas, observó el sello de una librería de Denver.
Su esposo se había tomado la molestia de hacerlo traer para ella.


Al retirar el papel de envolver, sobre la mesa vio una hoja arrancada de su cuaderno de recetas. 
Extrañada la leyó. 
Estrechó la cuartilla contra su pecho, se trataba de una nota de él.    

Por primera vez, se había tomado la molestia de advertirle que no regresaría a la hora de comer. 
Con mimo la dobló y guardó en el bolsillo del delantal.

Y al ver el libro entendió el porqué de sus enfados cada vez que entraba sin avisar en el cuarto de las cuentas. 
¡Los lentes! 
De eso se trataba. 
Por eso le daba la espalda malhumorado en cuanto la oía acercarse.

   — Tonto irlandés — dijo para sí con una sonrisa.

Su corazón rebosaba ternura hacia ese gigante orgulloso. 
En ocasiones le entraban ganas de zarandearlo… y luego abrazarlo muy fuerte. 

¡Qué pudor tan ridículo! 
Si él supiera lo bien que le sentaban esos lentes. 
De haber tenido el valor suficiente, le habría dado cientos de besos cuando lo vio con ellos puestos.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

si te gusto el capitulo o tienes alguna sugerencia no dudes en decirmela seran todas bienvenidas gracias C:
besitos vuelve pronto y mil gracias por visitarme ♥