lunes, 19 de noviembre de 2012

Dama de treboles cap 52




Miley se quedo mirándola sin pestañear y tímidamente en su boca se fue dibujando una sonrisa.
En realidad no lo sabía no tenía la menor idea de lo que se estaba perdiendo.

   —Ya verás como dentro de unos años nos reiremos al recordar todo esto — aseguró Emma.

   —No se si debo… —dudó Miley un poco avergonzada— ¿Te resultó agradable la primera vez?

   —¿Agradable? ¡Más que eso! — Emma desvió la mirada.

   —¿Él fue tierno?

   —Fue todo —respondió con cara de satisfacción—. ¿Quieres saber algo que no sabe nadie? Nosotros no esperamos al día de la boda. Ocurrió la noche antes de casarnos. Matt no quería que nuestra primera vez lo hiciésemos en una cama. Deseaba que fuera inolvidable para los dos, y esa noche me escapé por la ventana.

Miley la escuchaba con auténtica sorpresa.
No era ésa la imagen que se había forjado de los Sutton.

A sus ojos modelo de matrimonio y padres perfectos.
Emma la miró y supo que no podía dejar el relato a medias.

   —Fue en los pastos del Oeste — continuó en tono de confidencia — sobre la hierba. Aún me parece que estoy viendo nuestros cuerpos desnudos iluminados por la luz de la luna… Creí que iba a morir de amor.

 Su mirada era soñadora

— Al principio, fue todo muy tierno y, luego, se convirtió en algo… salvaje. Aquella noche la recordaré siempre como la más apasionante de mi vida. Al día siguiente, en la boda, todos nos decían que nuestros rostros estaban radiantes de felicidad.

Miley no salía de su asombro.
Durante toda su vida adulta, le habían inculcado que todo lo que no se ajustaba a las normas sociales era algo vergonzoso.

La obligaron a ocultar que durante años vivió al margen de la sociedad incluso en Indian Creek había tenido que escuchar el temido insulto.

Y por primera vez escuchaba de boca de su cuñada que algo «salvaje» podía ser bello e inolvidable.

Lamentó haber juzgado erróneamente a Nick y se reprochó por no haber sido capaz de ganarse su confianza.
Ambos eran introvertidos y la culpa era de los dos.
Si ella no le abría su corazón,
¿cómo podía esperar que él le abriese el suyo?

Las cosas tenían que cambiar.
Si alguna vez pensó que podía vivir sin amor, estaba equivocada.

No, no iba a renunciar a ello.
Estaba casada con el hombre que amaba y, para conquistar su corazón, haría cuanto estuviese en su mano.
Aunque se dejase la piel en el intento, le demostraría a Nick que el amor era algo real y maravilloso.
 
Para empezar conseguiría mostrarse ante él tan seductora y deseable que no sería capaz de reconocerla.
Ya estaba bien de ropa discreta.
Pensaba volverlo loco de deseo aunque no sabía muy bien cómo.

Miró a Emma de reojo; si, ella podría ser de gran ayuda.

   —Emma, necesito que me hagas un favor — pidió pensativa — La próxima vez que vayas a Kiowa, quiero que me compres la tela más bonita que encuentres. Tiene que ser espectacular porque pienso hacer el vestido más elegante que hayan visto nunca en este pueblo.

   —Desde luego — aseguró aplaudiendo el cambio de actitud — Pasado mañana Matt tiene que ir a vender unas caballerías, iré con él.

   —Que sea blanco o beige

Recordó que Albert le debía un favor.
Había llegado el momento de cobrárselo.




Nick afilaba con esmero la punta del lápiz mientras repasaba mentalmente los apuntes contables que acababa de anotar.

Ojeó los pastos a través de la ventana de la cocina.
Pronto tendrían encima la cosecha del heno en tres semanas a lo sumo.

Debía pensar cómo distribuir las tareas entre todos los peones, incluso Grace y Miley tendrían que arrimar el hombro.

Ahora era el mejor momento para darle el libro que encargó.
Más adelante, la cosecha y el ganado los mantendrían tan ocupados que no dispondría de tiempo libre para leer.

Aunque en los últimos días, su relación era tan tirante que tal vez acabara lanzándoselo a la cabeza.

Tan absorto se encontraba, que no reparó en que no estaba solo.
Limpió con cuidado las rayas de grafito del filo del cuchillo y, al volverse, se la encontró mirándolo con cara de sorpresa.

   —Usas lentes — comentó desconcertada.

Nick maldijo por lo bajo y con una velocidad asombrosa se quitó los lentes y los guardó en el bolsillo de la camisa.

   —¿No te han enseñado a llamar a la puerta? — preguntó entre dientes.

   —Pero si está abierta — protestó — Nunca te había visto con ellos.

   —Solo los necesito para leer —sentenció muy erguido — Y ni una palabra más.

   —He entrado porque necesito algo de sosa —Se excusó mientras removía en la alacena.

Pero Nick no llegó a oírla porque con cuatro vigorosas zancadas había vuelto a sumergirse en sus cuentas.


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