domingo, 18 de noviembre de 2012

Dama de treboles cap 48



Estaba sirviéndose una taza de café cuando a su espalda una melodía del pasado reverberó como un repiqueteo de campanillas.

   —Mi madre nunca me dejó tocarla —recordó con añoranza— Para mí siempre fue un objeto mágico y misterioso.

   —¿Te importa que me la quede? Nunca he tenido…

   —Quédatela si te gusta — No la dejó terminar.

   Puso la taza en el fregadero y volvió a salir.


Miley cerró la caja de música y la colocó sobre la mesa.
Ya en el patio, lo retuvo del brazo.

   —Ya es tarde, déjalo por hoy. Vuelve a casa, por favor — rogó.

   —No vuelvas a hacerlo, Miley — ordenó entonces reteniendo su mano — La otra noche ya dijiste todo lo que piensas de mí y lo acepto pero no quiero tu compasión. No hay nada más humillante.

   —Entonces dije muchas cosas que mi corazón no siente —confesó con sinceridad—. Se que nunca me harías daño a propósito.

Nick bajó la vista, aflojó la presión de su mano, pero la retuvo y acarició su palma.
Como si esa caricia le imprimiese valor para soportar el golpe porque todos los calificativos hirientes que tan a menudo le había dedicado se tornaron contra él.

   —Estamos en paz. Yo también he dicho cosas horribles que me gustaría borrar, pero no puedo. No sabes cuantas veces me maldigo por haberte herido con mis comentarios.

Miley tuvo que contener las lágrimas.
Aquellas palabras tenían un enorme valor viniendo de un hombre tan poco acostumbrado a disculparse.
Se puso de puntillas y lo besó en la mejilla.

   —No es compasión — susurró mirándolo a los ojos — No lo es.

Nick le soltó la mano despacio.
Ni la miró cuando volvió a la parte trasera.
 
Esa noche en la cama, Miley no podía conciliar el sueño.
Se secó una lágrima pensando que Nick nunca sería capaz de recibir un sentimiento que no conocía.

Su vida en adelante iba a ser mucho más difícil.
Sería muy duro amarlo y no podérselo demostrar.
Cuando se durmió, aún se oían en la parte trasera los golpes secos del hacha.


Por fin lucia el sol. 
Algo bueno, al menos, en aquel día funesto.

Harriet agitó las riendas de vuelta a Indian Creek, harta del traqueteo del carro. 
Para colmo, el viaje había sido en vano.

Por una vez en la vida, la cicatería de su madre había sido una suerte. 
Amanda Keller aprovechaba cualquier oportunidad para llenar sus arcas y, con la excusa de prestar un atento servicio siempre a disposición de su clientela, abría su negocio incluso los días de asueto.

Para contrariedad de su hija, se negaba a contraer nuevas nupcias, aunque pretendientes no le habían faltado. 
Con un hombre en casa, dejaría de atosigarla y le evitaría la obligación de ayudarla en la tienda. 
Pero ninguno le parecía lo bastante bueno y, por supuesto, a ninguno dejaba meter las narices en el negocio. 
Su madre necesitaba un pelele que se limitara a ejercer de mozo de almacén, y pocos hombres aceptaban verse relegados al papel de segundones.

El sábado hizo un somero inventario y observó consternada que no había sido bastante previsora. 
Tendría que acercarse ese mismo día a Kiowa Crossing para abastecerse de algunos artículos, porque un cliente insatisfecho suponía una venta perdida. 

Y Harriet encontró la oportunidad propicia para congraciarse con su madre. 
Había tenido que salir casi al alba. 
Su madre se extrañó de verla tan solícita pero accedió de buena gana; no le apetecía nada viajar a su edad. 

Harriet pensaba aprovechar el viaje para aceptar la propuesta de aquel McNabb. 
Solo por ese motivo aguantaba la tortura de recorrer dieciocho millas acompañada de un tintineo de cubos que entrechocaban en la trasera a cada bache. 
Y en un carro de transporte, ¡qué vergüenza!

No fue difícil saber de McNabb, era hombre de sobra conocido. 
En el mismo almacén general de Kiowa se enteró de la noticia mientras le preparaban el pedido. Todos sus planes se acababan de ir al traste.

Cuando el carro de Harriet entraba en Indian Creek, en la iglesia el reverendo Barttlet invitó a los presentes a entonar el último himno. 
Momento que aprovechó la viuda Keller para escabullirse, haciendo caso omiso de la mirada reprobadora del predicador.



Poco a poco, la gente fue saliendo de la iglesia.
Miley lo hizo de las primeras.
Había tomado la decisión de asistir al sermón con la cabeza bien alta, aunque fuese sola. No tenía de qué avergonzarse.

Desde el día de la lluvia Nick se mostraba aún más taciturno.
Parecía querer olvidar los problemas a fuerza de trabajar sin descanso incluso en domingo.
Ese mismo día había salido temprano hacia los pastos sin dar explicaciones.
Y Miley no lo esperó.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

si te gusto el capitulo o tienes alguna sugerencia no dudes en decirmela seran todas bienvenidas gracias C:
besitos vuelve pronto y mil gracias por visitarme ♥