sábado, 13 de abril de 2013

Un Matrimonio Feliz? cap4



Bostezando, Miley entró en el ascensor que la llevaría hasta su piso en el ático.
Le dolía la mandíbula de tanto sonreír, y los pies la estaban matando.

Había estado de pie en la barra del Henry's, la barra era el lugar adecuado para exhibirse, bebiendo obedientemente unas copas de champán con los dos eventuales clientes que, entusiasmados, habían escuchado atentamente sus ideas.

Miley decidió, que si lograban el contrato, no volvería a llevar otra vez un vestido con el escote tan amplio.
La verdad era que lo había adquirido porque estaba segura de que a Nick le encantaría.

Era de un corte maravilloso y él adoraba verla de negro.

Pero en el probador de la tienda se había dejado influir por la opinión de la vendedora.
Tenía conciencia de haber adquirido un vestido espectacular, pero también más escotado de lo habitual.

Atraía la atención hacia la exuberancia de sus pechos, y el severo color realzaba el tono cremoso de su delicada piel. Hecho que no le había pasado inadvertido al cliente más joven.

Miley , a su pesar, había aceptado la invitación a cenar de Andrew después de las copas, y los cuatro se habían trasladado al Savoy a tomar un exquisito caviar, seguido de una langosta Thermidor, todo acompañado de más champán.

En un momento se sintió saciada, cansada y hastiada, así que a las nueve y media se excusó anunciado que su marido llegaría muy pronto de los Estados Unidos, y que deseaba estar en casa para recibirlo.

Había sentido cómo se le aceleraba el pulso al pensar que muy pronto volvería a ver a Nick.

—Desde luego que sí — dijo Billy, el mayor de los clientes, sonriendo alegremente — Ha sido un gran placer conocerla, señora…

—Señorita — corrigió Miley al instante — Todavía soy Miley Walker. Decidí mantener mi nombre de soltera después de casarme.

—¿De veras? —preguntó el mirón con los ojos aún clavados en su escote, como lo había hecho durante toda la velada.

—Sí — dijo ella, poniéndose de pie rápidamente, pensando que si no se alejaba de esa mirada repulsiva podría decir o hacer algo grosero que estropearía los negocios — Mi nombre es conocido en el mundo de la publicidad, así que sería una lástima perderlo.

—Ahora lo hace mucha gente — dijo Billy sonriendo — Mientras a su marido no le importe.

Bueno, la verdad era que ella no lo habría asegurado totalmente.
Nick no había puesto objeciones cuando le dijo que no llevaría su apellido.
Se había limitado a dirigirle esa mirada tan suya, fríamente burlona, y a asentir sin hacer comentarios.

Andrew le acomodó el abrigo sobre los hombros tras un ligero pellizco, que Miley interpretó como una manera de decirle que la velada había sido todo un éxito.

—¿A qué clase de negocios se dedica su marido en Estados Unidos? — preguntó Billy mientras le estrechaba la mano.

—No son negocios realmente, más bien es un tipo de actividad complementaria. Tiene una fábrica aquí, al norte de Inglaterra y otras en Europa occidental, pero le interesa el sector inmobiliario sólo por entretenimiento.

—¿Para entretenerse? —protestó Andrew—. No me atrevería a calificar de pasatiempo el hecho de poseer numerosos pisos y hoteles en la parte este de Manhattan, o si no, que Dios nos proteja cuando decida tomárselo en serio.

—¿De veras? ¿Es posible que conozca a su marido, señora? —preguntó Billy, muy ansioso.

Miley se encogió de hombros.

—No lo sé. Es muy conocido en Inglaterra…

—Su nombre es Nick Calder — intervino Andrew secamente.

«Más valdría haber dicho que era el presidente de los Estados Unidos», pensó Miley sofocando una risilla mientras introducía la llave en la cerradura.

Porque los dos ejecutivos no pudieron haberse quedado más impresionados.
No tenía idea de que su marido fuera tan conocido en Nueva York por su talento empresarial.

Pero, ¿cómo podría haberlo sabido?
Él nunca la había llevado a Nueva York, y ciertamente no era un hombre vanidoso.

«Un hombre como Nick no tiene necesidad de jactarse», pensó con un suspiro de añoranza.

Cerró la puerta y bostezó, dejando caer el abrigo descuidadamente en el respaldo de un sofá.
Se quitaría el vestido y se daría un baño largo y perfumado, mientras esperaba a su maravilloso marido.

Le llevó un momento darse cuenta de que la luz de la habitación estaba encendida.
Cierto era que por la mañana había tenido que salir a toda prisa, tal vez olvidando apagarla.

La verdad era que se había quedado dormida tras una noche de sueños perturbadores relacionados con Nick .

Durante un segundo se quedó helada al sentir un ruido proveniente de la habitación; pero el miedo la abandonó al instante, al reconocer los conocidos pasos.

Se echó atrás el cabello, alborotado por el viento, y vio aparecer la silueta de su marido en el vano de la puerta, contra la suave luz de la lámpara situada a su espalda.

En la semioscuridad, su cuerpo parecía todo músculo y vigor.
Él acercó una mano al interruptor de la luz y la habitación quedó inundada por un cegador resplandor.

La sonrisa de bienvenida de Miley se heló en sus labios.
Miró el rostro duro y nada cordial de Nick y, de pronto, inexplicablemente, sintió miedo.

Nick escrutó a Miley durante unos instantes.
Ella sintió que la piel se le erizaba al enfrentarse a su severa y fría mirada.
Una mirada que nunca antes había visto.

En vez de caer extasiados uno en brazos del otro, como normalmente habrían hecho, permanecieron contemplándose en silencio a través de la amplia sala de estar.

—Hola, Miley — dijo al fin, sin moverse de su sitio.

El orgullo la mantuvo donde estaba.

—Hola, Nick — notó que su saludo era más frío de lo que se había propuesto — No te esperaba tan pronto.

—Ya lo veo — comentó con una sonrisa desdeñosa mientras recorría con la mirada el escotado vestido negro que se ajustaba a la estrecha cintura y muslos, dejando al descubierto gran parte de las largas y esbeltas piernas.

Ella captó una chispa de rabia en sus ojos junto a una clara expresión de desprecio.
Con una especie de bufido burlón, se acercó al mueble bar.

Tomó una botella que se enfriaba en un balde de hielo, que obviamente había abierto con anterioridad, y sirvió dos vasos de vino.

¿Cuánto rato hacía que la esperaba?

Una leve desesperación comenzó a apoderarse de ella al no ver ningún signo de relajación en la cara del hombre que se acercaba en silencio, tendiéndole una copa de Chablis.

Era su vino favorito; pero de pronto el pensamiento de beber hizo que el estómago se le revolviera.
Al ver que él continuaba mirándola con frialdad, la rabia comenzó a latir en el fondo de su garganta.

¿Con qué derecho permanecía frente a ella ofreciéndole una copa, con aquella mirada condenatoria que endurecía su rostro arrogante?
Exactamente como si fuera una delincuente.

—No quiero beber — espetó.

—No — replicó tajante esbozando una sonrisa burlona mientras dejaba los vasos en una mesa — debí imaginarme que ya no querrías más. Desde aquí puedo olerlo en tu aliento.

Ella había bebido muy poco, pero en ese momento la hacía sentirse como una borracha empedernida.

No tenía la menor intención de justificar su conducta frente a él.
No podía tratarla como si la estuviera sometiendo a un juicio.

Lo miró fijamente a la cara, sus ojos oscuros chispeando de ira; con una rabia que nunca había experimentado en su vida.


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